Sábado, 20 de Abril 2024
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¿El fin de una época?

Más allá de oportunismos, hoy en día el dinero público invertido en partidos políticos no ayuda a que éstos respondan adecuadamente a las demandas ciudadanas

Por: EL INFORMADOR

El Congreso del Estado aprobará o una disminución de los recursos públicos para los partidos o una eliminación total del subsidio. ESPECIAL /

El Congreso del Estado aprobará o una disminución de los recursos públicos para los partidos o una eliminación total del subsidio. ESPECIAL /

GUADALAJARA, JALISCO (15/ENE/2017).-  La teoría y la realidad son dos avenidas que se bifurcan. El deber ser y el ser son dos dimensiones que se vuelven antagónicas. El dinero público para los partidos políticos es un excelente ejemplo.

La teoría política nos dice que la inyección de recursos públicos en los partidos políticos nos podía ayudar a tener un sistema de partidos autónomo, con mayor rendición de cuentas, más competitivo y alejado de las tentaciones de la ilegalidad. Por eso nos cuestan ocho mil millones de pesos los partidos políticos -recursos estatales y federales-, porque los vemos como entidades de interés público que deben estar sujetas sólo a la voluntad de sus electores.

Ésa fue la causa que originó caudales de recursos millonarios a los partidos: hacer de ellos espacios de autonomía con relación a los poderes fácticos y que fueran competitivos frente al partidazo que gobernó México por siete décadas ininterrumpidas.

Sin embargo, si bien el subsidio a los partidos políticos en el periodo de la transición tuvo sentido, hoy es contraproducente. El dinero público inyectado a los partidos políticos no sólo no ha detenido los vicios que se suelen asociar con el modelo de financiación privada, sino que ha generado un sistema partidocrático que se sitúa por encima de cualquier ejercicio de rendición de cuentas.

La propuesta del gobernador del Estado, Aristóteles Sandoval, de eliminar el subsidio a los partidos políticos en años no electorales, es un comienzo, aunque creo que la apuesta debería ir incluso más allá: una reconfiguración completa del esquema de financiamiento, buscando ir hacia un modelo en donde las pequeñas donaciones sean la bolsa electoral de los partidos. El Estado puede dar acceso a medios de comunicación -a través de un modelo distinto al actual- pero la eliminación de las prerrogativas para los partidos políticos podría ser el inicio de una transformación profunda de nuestro actual sistema de partidos roto, no representativo y excesivamente oneroso.

 Comparto siete razones para eliminar el dinero público que va a los partidos políticos. No son todas, pero considero que son fundamentales y muchas veces no se discute sobre ellas. Primero, a diferencia de lo que señala la teoría, la inyección de recursos fiscales no nos ha asegurado mayor rendición de cuentas de los institutos políticos. Al revés, la fórmula de asignación de recursos, plasmada en las leyes generales sobre la materia y protegida por la Constitución, blinda los privilegios de los partidos y hace que los partidos entiendan que no tienen la necesidad ni de democratizarse en su interior y tampoco de abrir las puertas a la participación auténtica de los ciudadanos. Por el contrario, una fórmula que perpetúa el aumento de los recursos públicos, divorcia a los partidos de los ciudadanos. La lealtad del partido no está con sus electores.  

Segundo, el dinero público para mantener partidos políticos genera una cartelización del sistema. Lo escribieron Katz y Mair: se puede definir un sistema cartelizado como aquel en el que los principales partidos, de gobierno y oposición, cooperan con alguna frecuencia (de manera velada o explícita) para asegurar su posición dominante y su acceso privilegiado a recursos estatales decisivos para la supervivencia de todos y que minimizan los costos de derrotas electorales. Ganes o pierdas, seas transparente u opaco, democrático o autoritario, eso es lo de menos. Al final, los partidos políticos tienen acceso a una enorme bolsa de recursos que protege trabajos, salarios altos, opacidad e ineficacia. Es un colchón cómodo que provoca que los partidos no tengan la más mínima intención de reformarse a profundidad. Es decir, el dinero público provoca que los partidos se preocupan más por tener acceso a las prerrogativas que por ser vehículos adecuados para la representación.

Tercero, las carretas de lana que reciben los partidos abona al mantenimiento de un sistema clientelar que es indeseable para la democracia. Actualmente, muchos partidos prefieren comprar que convencer. ¿Para qué convencer a un elector con un programa complejo de reformas, si puedo entregar una despensa o un apoyo económico para comprar el voto? El exceso de dinero en las campañas distorsiona la democracia y dificulta la construcción de una ciudadanía crítica y autónoma del Estado. La maduración del electorado mexicano pasa también por romper con las lógicas clientelares del poder, que prefieren tener súbditos comprables que ciudadanos informados a los que hay que convencer. La compra del voto es intolerable en democracia.  

Cuarto, el dinero público no ha logrado blindar al sistema de partidos. Los peores vicios del sistema privado se reproducen en México. Constructores que le meten lana a las campañas y luego piden el retorno de los favores concedidos; grupos del crimen que financian candidatos; empresarios millonarios que pagan campañas para luego mangonear al gobernante de turno; desviaciones de recursos públicos que sirven para financiar costosos procesos electorales. Lo vemos en cada elección: los topes de gasto son ficticios y los partidos se gastan hasta 10 veces más de lo permitido. Por lo tanto, mejor ir a un sistema de financiamiento privado, pero transparente y abierto al escrutinio de los electores. El actual modelo no sirvió para dotar de autonomía a los partidos políticos.  

Quinto, los millonarios recursos mataron la creatividad. La escasez hace que brote la imaginación, mientras que la abundancia enseña el camino de la comodidad. Con menos dinero, los partidos deberán ser más creativos para hacerse de recursos: abrir procesos internos en donde participe la militancia; seducir a sus militantes para que no busquen solo chambitas, sino también que aporten al sostén del partido; hacer eficiente la comunicación y no derrochar dinero en comprar coberturas; utilizar las nuevas tecnologías con mayor soltura. Lo monolítico de nuestro sistema electoral también obedece al obeso esquema de prerrogativas que hace que lo más creativo de un partido sea diseñar un spot publicitario.  

Sexto, el dinero público es corresponsable del deterioro ideológico del sistema de partidos. Por supuesto que el subsidio no explica todo, pero la tendencia de los partidos a convertirse en el negocio de una familia o de un grupito de personas -el Partido Verde, Encuentro Social, Humanista-, tiene que ver con las grandes prerrogativas a las que tienen acceso los partidos incluso cuando son minoritarios. El Verde ha sido un gran negocio: un partido sin militancia, sin ideología, pero abierto a pactar con el mejor postor. Es cierto que la pérdida de la consistencia ideológica de los partidos no es sólo responsabilidad de los subsidios públicos, pero sí es cierto que la dependencia a este recurso provoca que los militantes pesen poco en las decisiones, a diferencia de otros países, y que los partidos no deban buscare congraciarse con aquellos que comparten sus postulados ideológicos. Volver al partido de las ideas, los debates y la construcción de agendas, es fundamental para revitalizar el sistema de partidos.

Siete, es un insulto que mientras habitamos un país con tremendas desigualdades y pobreza estructural, los partidos políticos hayan construido una burbuja de grandes privilegios y prerrogativas. Un país con 55 millones de pobres, no puede tener la democracia más cara del mundo. Es un insulto y es indignante. El sistema de partidos en México es más caro que el de Francia, Alemania, Suecia o Canadá. Por puros criterios de justicia social, la cantidad de dinero que reciben los partidos es injustificable.  

Es innegable que el modelo de financiamiento privado de los partidos políticos tiene muchas contraindicaciones. Desde el secuestro por parte de los poderes fácticos de los partidos políticos, pasando por un papel más activo del narco en los partidos y hasta una peligrosa tendencia hacia el bipartidismo. No lo obvio. Sin embargo, en este momento, considero que estamos en el peor de los mundos: mantenemos un sistema de partidos oneroso y derrochador, y a pesar de ello, no tenemos partidos políticos autónomos y que rindan cuentas. Durante tiempo fui un firme convencido de la necesidad de tener un sistema de partidos financiado con el dinero de los contribuyentes, pero algunos años después, la evidencia nos deja en claro que las sumas de dinero que reciben los partidos no han ayudado a tener una democracia de calidad. Parece que, por el contrario, ha resultado perjudicial.  

En algunos días, el Congreso del Estado aprobará o una disminución de los recursos públicos para los partidos o una eliminación total del subsidio. Es la salida sensata en un momento de indignación con la clase política y sus decisiones.

Es fundamental que salga del Congreso, también, un esquema de financiamiento privado que proteja el interés público, que limite a los poderes fácticos y que obligue a los partidos políticos a reformarse y democratizarse. Es un cambio estructural del sistema de partidos y su relación con los ciudadanos. MC, PRI, PAN, PRD tienen la oportunidad de renovar su vínculo con la ciudadanía a través de una reforma que logre el consenso para la siguiente década, no para ganar el titular del periódico, sino para tener un sistema de partidos autónomo, que rinda cuentas y que aporte soluciones y no más problemas. Ojalá que más que un juego de vencidas, los diputados aprueben un modelo transparente y representativo, que comience el lento camino de la reconciliación entre políticos y ciudadanos.

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