Es una construcción que alguna vez fue una decorosa casa habitación. Está situada en una de las más visibles esquinas de la ciudad y, a través de los años se ha subdividido repetidamente y usada para diferentes fines comerciales, en pos de la máxima rentabilidad.En principio, el propietario está en su derecho. Mientras cumpla con una serie de ordenamientos oficiales, y por cierto, con ciertos principios de convivencia urbana. Ante todo, una finca tiene la obligación de, para cualquier adecuación, procurar la mejoría del entorno, o por lo menos evitar su deterioro.La avenida Las Américas, a pesar de sus deficiencias, es uno de los corredores más emblemáticos de la ciudad. Se ha realizado una loable renovación de la jardinería de sus camellones. Sin embargo se ha señalado el hecho de que para lograr una eficaz mejora integral de las avenidas citadinas es necesario atender la sección completa de ellas. Es decir, cuidar también los frentes de sus propiedades privadas, sus servidumbres y sus banquetas. Ordenar la postería y los tendidos de cables, retirar los anuncios llamados “espectaculares”, replantar el arbolado necesario, asegurar el porcentaje de áreas verdes obligatorio en las servidumbres, ordenar y armonizar la imagen urbana de acuerdo a lo que marcan los principios correspondientes al perímetro dos del Centro Histórico. En la práctica: los reglamentos municipales marcan que debe existir sobre las banquetas un árbol cada seis metros lineales, y que por lo menos el cincuenta por ciento de las servidumbres estén adecuadamente jardinadas. De acuerdo con los ordenamientos de los perímetros del Centro debe existir un razonable decoro, una apropiada gama de colores, un respeto por ciertos porcentajes de superficie de los anuncios de los negocios. Todo lo anterior está ausente en el ejemplo mostrado. El decoro urbano, consistente en integrar cualquier edificación de manera armoniosa y respetuosa con su contexto, no existe. Toda la superficie de las servidumbres está cubierta de cemento y está destinada a estacionamientos. No existe un metro cuadrado en ellas de área verde. Las banquetas no tienen tampoco la menor área de jardines municipales. No subsiste un solo árbol en ambos frentes. Los colores son altamente discordantes con los criterios señalados, los letreros son excesivos y, para rematar, un gran anuncio “espectacular” completa el desafortunado conjunto. Desgraciadamente, este caso repite el de muy numerosas fincas en la ciudad. Y no es tarea fácil para la autoridad conciliar los intereses comerciales de propietarios de fincas y sus inquilinos con los principios de civilidad urbana plasmados en diversos reglamentos y en el simple respeto por la vida comunitaria que requiere para su desenvolvimiento de contextos ordenados y armoniosos. De allí los tan frecuentes ultrajes y ofensas a las edificaciones y al bien común que representan tantas fincas.El problema tiene solución: por un lado la conciencia de la población y de los propietarios urbanos sobre los principios de adecuada convivencia. Y por el otro, una gestión inteligente y concertadora de las autoridades para convencer a los dueños de las fincas de respetar los ordenamientos en vigor. Ellos mismos serían los primeros en salir ganando. Y la comunidad iría gradualmente recuperando el elemental y vital respeto por la ciudad.