Miércoles, 24 de Abril 2024

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Paleteros tranzas

Por: Carlos María Enrigue

Paleteros tranzas

Paleteros tranzas

La vendimia afuera de las escuelas es un tema propio para un ensayo de Daniel Cosío Villegas. Y es que no hay escuela en la que no haya, de manera franca o descarada, un alegre comercio informal en sus alrededores. Así, el análisis de esta fauna debería de corresponder a la labor de nuestros más doctos investigadores y analistas. Lo que encontramos que se vende en una escuela es variado y puede ir desde drogas duras hasta la más tóxica garnacha.

En el caso de quien esto escribe, acudió de niño a una escuela muy fresa. Pero ahí, por muy fresa que fuera la escuela, siempre hubo grandes personajes que acudían a ganarse el pan de cada día.

No faltaban por supuesto las doñas fayuqueras, una palabra que por cierto cada vez escucho menos, que exhibían aquella ropa americana que en los años ochentas y principios de noventas era prácticamente imposible encontrarla en México. En esta venta estaban siempre incluidas señoras de toda clase social tratando de conseguir garritas que aparentaran un mayor poder adquisitivo.

De forma irregular, pues supongo que no era tan del agrado de las autoridades de la escuela, se pusieron un par de puestos de tacos y como uno es tragón, era de los puestos que más se agradecía se pusieran, porque permitía echar un tentenpié a la salida antes de que llegara la Señora Ramírez que era la que le tocaba la ronda. Así, cuando llegabas a la casa ya traías algo en la panza y no estabas de un genio insufrible.

En épocas de calor no faltaba el triciclo del tejuino que te hacía sentir en contracto con esta tierra occidental mexicana, pues pocas cosas le bajan uno la temperatura un día de mayo como sonarse un tejuinazo con nieve de limón.

Lo que sí no me tocó, o por lo menos no me acuerdo, eran aquellos vendedores de droga disfrazados de vendedores de otra cosa. Existía el rumor de que a la nieve le echaban cocaína, sin embargo uno imaginaría que tendrían que vender el barquillo a un precio alto; también que había vendedores de cartitas deportivas o de superhéroes que al contacto con la piel transmitían ácido y ponían todos chachalacos a los niños.

Pero de entre todos, había un anciano miserable. El paletero oficial del Liceo del Valle. Este era un señor sombrerudo con una actitud pésima a la vida y siempre dispuesto a esquilmar al niño más inocente que se le presentara. Vendía paletas y bolis, estando los bolis rebajados en cuanto a jarabe de grosella en un 70% por lo que uno terminaba nada más tragando pura agua.

Pero el gran truco consistía en la famosa ruleta. Aprovechando la inexperiencia de esa bola de mensos, el paletero tenía una pequeña ruleta manual que sostenía mediante una agarradera, y te ofrecía participar en el juego por una módica cantidad, señalando que había chance de que por unos pocos pesos terminaras ganando una cantidad bíblica de paletas.

Por supuesto la maldita ruleta estaba más truqueada que el proceso de Javier Duarte. Mientras giraba, el despreciable anciano rezaba la siguiente cantaleta que te distraía mientras el ejecutaba el fraude, decía “Seven eleven scrapy your wife, no le des muchas vueltas porque quebras al paletero, y el es muy rico, rico, rico y vive en California.”

Cuando la flecha caía en premio el señor movía la mano para que cayera en cero. Así, el maldito paletero jamás pagó un premio a nadie y se embolsaba los centavos que contenían la esperanza de diabetes de tantos niños.

Para como están las cosas se espera que le den Juegos y Sorteos con esto de la cuarta transformación.

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