Sábado, 20 de Abril 2024

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Leer para qué

Por: Antonio Ortuño

Se han multiplicado, en las redes y los medios en general, las recomendaciones para todos aquellos que sufrieron los efectos, físicos o psicológicos, de los sismos de las pasadas semanas y que contemplaron desde sus trincheras (tanto de primera mano como a través de los testimonios de familiares o conocidos y de la prensa), la devastación y el horror que los temblores trajeron consigo (quizá a cientos de kilómetros “devastación y horror” parezcan palabras excesivas pero no lo son de ninguna manera). 

En varias de esas recomendaciones (en el mejor de los casos proporcionadas por especialistas y, en el menos conveniente, por personas bienintencionadas, aunque sin los conocimientos apropiados), se incluye la lectura. Sin embargo, el enfoque que se le ha dado a este punto en particular tiene que ver exclusivamente con el entretenimiento o la pedagogía infantiles: vaya, se recomienda contarles cuentos o dárselos a leer a los niños para que pasen mejor el susto y, por otro lado, para explicarles un poco por qué tiembla y hasta qué hacer en caso de terremoto. Ambos propósitos me parecen nobles y acertados (faltaba más) pero la cosa no puede acabarse allí. Si consideramos las posibilidades de la lectura, que son enormes, nos estamos quedando muy cortos. Los libros no solamente ofrecen consuelo y reconfortan a los pequeños. Cualquier lector está sujeto, potencialmente, a ese beneficio. Volver a los textos preferidos puede ser excelente en un momento de estrés notable, como el que atravesamos, lo mismo que explorar cualquier otro libro que se nos atraviese: uno de esos que no nos hemos dado tiempo de hojear, aunque le traigamos muchas ganas, por ejemplo. O un buen texto de evasión, si es que las dosis de realidad han sido demasiado severas. 

Pero hay más, aparte del elemento terapéutico. Quizá es un buen momento para encontrar mayores fundamentos a nuestras molestias con las autoridades del país en que vivimos. Si forma usted parte de esa legión de personas admiradas por la valentía y solidaridad de los voluntarios y molesta o indignada por las tardanzas, confusiones, negligencias y abierta vileza de algunas autoridades, leer es una manera ideal de convertir el enojo en conocimiento. No sólo los libros albergan textos de fondo: el periodismo también. Y hay que leer mucho periodismo para entender mejor las repetidas denuncias de que las leyes de edificación de la capital fueron burladas mediante cochupos, sin ir más lejos. O para enterarse, a fondo, de los señalamientos de que el gobernador de Morelos, Graco Ramírez, obstaculizó (o de plano secuestró) las donaciones en la entidad que gobierna. Y, quizá entonces, empapados de estos datos, regresar a un libro de filosofía o ciencia política y dar una buena actualizada a la manera en la que entendemos el sistema en el cual vivimos. 

Ya sea, pues, para recobrar un poco de resuello o para saber mejor en dónde estamos parados en este momento crucial, la lectura cobra una importancia enorme. Y, bueno, si quieren leerles cuentos a sus hijos o sobrinos pequeños, pues perfecto también. Pero hay más.

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