Miércoles, 24 de Abril 2024

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De la pasión a los infiernos

Por: Martín Casillas de Alba

De la pasión a los infiernos

De la pasión a los infiernos

Tan difícil como encontrar una aguja en el pajar fue el haber topado con una joya como ese retrato hecho por Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780-1867) de Paolo y Francesca que vimos el domingo pasado en el 6º piso del Museo Soumaya, rodeado de otras pinturas y cientos de esculturas de Rodin: sus influencias y sus maestros. En este pajar estaba el pequeño retrato inspirado en el uxoricidio y el fratricidio de los dos amantes como lo cuenta Dante en la Divina Comedia cuando estaba con Virgilio en el 2º círculo del infierno, (Canto V, versos 108 a 142), que reproduzco con la traducción de Nicolás González Ruiz para que entendamos la obra con la fuente original:

Dice Francesca:

–¡Oh ser generoso y benigno, que vas visitando por el aire tenebroso a los que teñimos el mundo con sangre! Si gozáramos de la amistad del Rey del universo, le pediríamos para ti la paz, ya que te apiadas de nuestro terrible dolor. Lo que te plazca oír o hablar, nosotros te lo diremos o te lo escucharemos, mientras el viento calle como ahora… El amor, que se apodera pronto de los corazones nobles, hizo que éste (Paolo) se prendase de aquella hermosa figura que me fue arrebatada y que todavía me atormenta. El amor, que obliga a amar al que es amado, me infundió una pasión tan viva que, como puedes ver, aún no me ha abandonado. El amor nos condujo a una semana de la muerte. El sitio de Caín espera al que nos quitó la vida.

Cuando vi a aquellas almas heridas incliné la cabeza; y tanto tiempo la tuve así, que el poeta me preguntó:

–¿En qué piensas?

–¡Oh infelices! –le contesté– ¡Cuántos dulces pensamientos, cuántos deseos llevaron a éstos al doloroso trance!
Luego me volví a ellos y les dije:

–Francesca, tus martirios me hacen derramar lágrimas de tristeza y piedad. Pero dime: en el tiempo de los dulces suspiros, ¿cómo y por qué les permitió el amor que conocieran los turbios deseos?

–No hay mayor dolor –me replicó– que acordarse del tiempo feliz en la miseria. Bien lo sabe tu maestro. Pero, si tienes tanto deseo de conocer la primera raíz de nuestro amor te lo diré mezclando la palabra y el llanto. Leíamos un día, por gusto, cómo el amor hirió a Lanzarote. Estábamos solos sin cuidados. Nos miramos muchas veces durante aquella lectura, y nuestro rostro palideció; pero fuimos vencidos por un solo pasaje: cuando leíamos que la deseada sonrisa fue interrumpida por el beso del amante, éste, que ya nunca se apartará de mí, temblando me besó en la boca. Galeoto fue el libro y quien lo escribió. Aquel día ya no seguimos leyendo.

Ingres plasmó justo el momento en que Paolo le da ese beso temblando y ella suelta el libro pues, a partir de ese momento no volvieron a leer. Era la joi del amor cortés, cuando por fin hacen el amor, se desabotonan las blusas, se desnudan atrabancados por el deseo y la pasión, tropezándose hasta llegar a la desnudez total y convertir lo temporal en eterno, aunque sea por unos instantes, sin importar que Gianciotto, el marido, (a sus espaldas en el cuadro de Ingres), una semana después, mata a su esposa y a su hermano.

La pareja leía el libro de Galeoto, el confidente y encubridor de los amores de Lanzarote con la reina Ginebra, antes que la culpa se hiciera presente. El enamorado era un fiel amigo del rey Arturo, el legendario rey medieval que vivió justo cuando nace el amor cortés.

Estuve admirando el pequeño retrato con la respiración entrecortada, imaginando esa historia de deseo, amor y pasión. Me sentí todo un Dante agorzomado por la pena de conocer la simultaneidad del deseo y la pasión que los llevó a un trágico final, tan shakesperiano, en esta que es la suma perfecta de la poesía y la pintura, encantado de haber topado con el original de Ingres en este doloroso trance.

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