La palabra voluntad se refiere, según el diccionario, a una facultad para decidir y ordenar las propia conducta, o bien un acto que la potencia volitiva admite o rehúye una cosa, queriéndola, o aborreciéndola y repugnándola. En fin tiene que ver con la libertad de decidir y lograr una resolución y conseguir lo que uno se propone. Es cierto que hay personas que de nacimiento tienen una mayor fuerza de voluntad que otras, tienen una habilidad innata, y desde luego los que no son tan privilegiados la pueden desarrollar. El entrenamiento de la voluntad comienza por no quedarse atrapado en la duda, en la incertidumbre y en la incapacidad de no tomar decisiones concretas y específicas. Se trata de ejercerla a base de elegir entre las opciones que se tengan o crear una nueva, pero no quedarse sin hacer nada, que es lo peor que puede suceder, como el caso del asno de Buridán. Una voluntad fuerte, es aquella que elige, que ejerce su capacidad de decidir, que no le tiene miedo a hacerlo y sobre todo a equivocarse. Pues finalmente sabe que si lo hace, se puede corregir y asumir valientemente las consecuencias del error. Pero una voluntad débil, comienza por dejar que las decisiones las tomen los demás, aunque sean los padres y seres queridos. Pero crece siendo dependiente de las decisiones que otros toman sobre su vida. Y además se llega a acostumbrar a vivir en la duda y la incertidumbre, simplemente deja pasar las cosa y las pospone, porque no se atreve a decidir nada. Por lo que el primer ejercicio para fortalecer la voluntad es usarla. Y comenzar por tomar decisiones hasta en las cosas más simples y cotidianas y dejar de postergar las cosas para mañana. Es hoy que las vas a realizar y punto. Tirar o regalar cosas que ya no te sirven, visitar a un pariente o amigo, recoger el tiradero que tienes en un cajón o armario. Y en fin, iniciar con las cosas más sencillas. Pero decidir al fin y al cabo.
