Miércoles, 24 de Abril 2024

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Hablamos de Asesinato

Por: Pablo Latapí

Si alguien por ahí de nuestra clase política llegó a pensar que la corrupción era frívola, o hasta divertida (por aquello de “robar poquito” o “todos lo hacen”) lo ocurrido con el terremoto en Ciudad de México le da su verdadera dimensión; al hablar de corrupción estamos hablando ya de un tema de asesinato.

Independientemente de construcciones que pudieron haberse venido abajo por un historial de licencias irregulares, hay dos ejemplos puntuales que develan los verdaderos alcances y perjuicios de la corrupción generalizada: los edificios que se vinieron abajo porque en el techo ya no soportaron estructuras de enormes anuncios espectaculares, y su versión más infame que fue el desplome del hoy tristemente célebre colegio Enrique Rébsamen, donde murieron 19 niños, y que se debió a que arriba del  edificio se construyó todo un departamento extra con jacuzzi incluido en una edificación que de origen no estaba estructurada para ello.

Aunque se dirá que es difícil comprobar que tanto los anuncios como el departamento se instalaron gracias a licencias conseguidas por moches y propinas a las autoridades, quienes hemos vivido la Ciudad de México, antes Distrito Federal, esta de los gobiernos perredistas-morenistas sabemos que la tónica ha sido la masificación de la corrupción por una permisividad cómplice que provoca hoy en día que prácticamente todo trámite relacionado con permisos y licencias se consiga mediante un moche o una “aceitada” para que el trámite avance.

Así se explica que conseguir una licencia para operar un restaurante o una cafetería sea tarea poco menos que imposible, mientras exactamente enfrente, sobre la banqueta, se levanten puestos de tacos, mariscos y jugos, con gas y luz eléctrica, que están perfectamente anclados en la tierra y operan todos los días sin regaño o amonestación alguna.

En el caso de la caída de edificios esa corrupción, aparentemente menor y sin importancia de la tramitología en delegaciones y gobierno de la CDMX se ha desenmascarado como asesina, porque en esos desplomes murieron decenas de personas, lo que no hubiera ocurrido si las cosas se hubieran hecho correctamente y en apego a la legalidad.

Con esta exhibición de la corrupción perredista-morenista, el cuadro está completo: todos los partidos son iguales, con la misma motivación, unos más intensos que otros, pero igual de “peores”. Por el PAN supimos de los diputados y sus moches, ese fondo privilegiado que les permite llevar recursos a los municipios a cambio de una comisión. Por el PRI una historia larga de señalamientos que han quedado impunes, y que se está castigando en casos como los de los ex gobernadores presos pero porque se dio en estados donde hubo alternancia, y tiene más que ver con una revancha política o personal que con un caso de justicia.

Pero hoy queda claro que todo acto de corrupción, desde el de un munícipe que da una licencia para un puesto en Mocorito, hasta un secretario de estado del Gobierno federal que otorga permisos y concesiones para obras monumentales, son igualmente cómplices en la muerte de decenas de personas en la Ciudad de México.

Si aún así, y a pesar de que ha sido su modo de vida, no lo entienden nuestros políticos, créame que sí estamos realmente perdidos.

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