* Por fortuna, el sismo del martes pasado no sólo dejó muerte, destrucción y situaciones negativas. Ha sido unánime el elogio a la solidaridad y aun al heroísmo de los miles que, sobre todo en la Ciudad de México y en las de Puebla y Morelos que se vieron más severamente afectadas, encontraron la manera de dedicar parte de su tiempo y de alistarse como voluntarios para participar en las labores de rescate de víctimas, remoción de escombros, aprovisionamiento de agua y víveres, etc. La llamada “familia futbolera”, como tal, esta vez se hizo presente en auxilio de los damnificados. No viene al caso citar nombres, porque muy probablemente los movió el genuino amor a sus semejantes y no la idea de lucrar con la publicidad positiva que les significaría dejarse ver, más para efectos de la foto que por auténtico afán de ayudar al prójimo, pero hubo jugadores y entrenadores que se apersonaron, como simples vecinos, en los sitios en que era menester echar una mano. * La iniciativa de algunos jugadores mexicanos que militan en equipos europeos, de iniciar colectas para recabar fondos con los cuales hacer frente a los ingentes apremios de medicinas, pan y abrigo para los más necesitados, encontraron eco entre quienes, en circunstancias normales, sólo están al pendiente de ellos por las frivolidades en que se involucran –romances, aventuras, escándalos…—, y secundaron esas mociones con resultados nada despreciables. La iniciativa de los dos clubes tapatíos más tradicionales –Guadalajara y Atlas— de llevar a sus jugadores a un centro comercial e invitar a los aficionados a hacer donativos en efectivo o en especie para los damnificados, también encontró respuesta. * La furia con que la naturaleza azotó a México sirvió para recordar que en el deporte hay rivales; no enemigos… Y sirvió para recordar a Albert Camus: “Lo que sé con más seguridad sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al deporte”.
