Tlacotán
Primero de enero del año 2020, son las 11 de la mañana. El día es frío, una brisilla incómoda acaricia nuestras caras. Nos frotamos las manos. Gabriel Gallo y yo nos aprestamos a emprender un tour para visitar el lugar en que se supone se asentó la tercera Guadalajara: Tlacotán. Viajaremos en una camioneta preparada para superar cualquier obstáculo. Buscamos a nuestro amigo Guadalupe Ledezma, quien conoce a la perfección esos lugares. No lo encontramos.
Iniciamos el periplo. Transitamos por el Periférico Norte, tomamos la carretera a Saltillo, inaugurada por el gobernador Agustín Yáñez a fines de los años 50 del siglo pasado. Cruzamos El Batán, Arroyo Hondo, Mesa Colorada y un amplísimo espacio cubierto de casas, ayer precaristas, hoy un abigarrado mundo significado por los tonos grises en el que viven una gran cantidad de habitantes de la Zona Metropolitana de Guadalajara.
Serpenteando descendemos por la barranca, hermosísimo espectáculo de la naturaleza; prodigio hecho lienzo por las diestras manos del Dr. Atl. La contaminación urbana y visual es evidente. Desgarradora.
Bajamos hasta el puente para cruzar el Río Santiago, el viejo limes del Reino de la Nueva España e inicio del de la Nueva Galicia. Con pena observamos sus aguas llenas de espuma y detritus, producto de la incuria que nos invade. ¿Hasta dónde llegaremos?
Arribamos a Ixtlahuacán del Río, tomamos el libramiento a Cuquío. Viejos recuerdos. Allá por mediados de los años 70 fui diputado por el VII distrito que comprendía, entre otros, esos municipios. Seguimos hacía San Antonio de los Vázquez, tierra de los ancestros por línea paterna.
Continuamos hasta Tlacotán y luego a Trejos. Orientados por unos vecinos tomamos el camino a la Hacienda Vieja, antes de llegar, vuelta a la izquierda y tres solares adelante, como nos lo anticiparon, apareció la estela que señala el lugar en el que, en 1960, para celebrar el 400 aniversario de la erección de nuestra ciudad como capital del Reino de la Nueva Galicia, colocó el Ayuntamiento de Guadalajara en ceremonia encabezada por el entonces presidente municipal Dr. Don Juan I. Menchaca, el Cabildo y Don Luis Páez Brotchie, distinguido historiador, cronista de la ciudad.
En el barbecho dejamos volar nuestros pensamientos. Nos imaginamos en estas inhóspitas tierras a un puñado de hombres, mujeres y niños llevando una vida precaria en medio de la nada, abriendo surcos con herramientas de labranza primitivas, acosados por los naturales, y no pudimos menos que incrementar la admiración que ya teníamos por esos valientes soñadores que pusieron los cimientos de nuestra ciudad.
Ya de regreso llegamos a comer al Mesón Real, un lugar muy agradable a la orilla de una pequeña laguna. En la plática nos preguntábamos si los actuales moradores de Guadalajara estamos a la altura de aquellos intrépidos colonizadores.
Ellos llegaron a un mundo por construir, a nosotros corresponde cuidarlo, conservarlo, mejorarlo, y cuando vemos su deterioro no podemos menos que pensar en lo mucho que tenemos que hacer para estar al nivel de quienes hicieron, de un lugar común, nuestra patria.