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¿Quién está del otro lado?

Escucho que mi hijo está jugando escondidas en la habitación de al lado. Me preocupo. En la casa sólo estamos él y yo. Pienso que quizás no escuché bien, pero entonces grita: ¡Ya te vi! Estás detrás de esa pared… ¡Un, dos, tres por Óscar!

Se me acelera el corazón y voy a asomarme. Nadie ha entrado a la casa, estoy segura. Abro la puerta de su cuarto, me asomo y veo que no hay nadie más con él, al menos no físicamente: junto con sus amigos encontró la manera de verse y jugar a “las escondidas” y hasta “la trais” en un videojuego. Un mundo virtual donde, antes de la pandemia, los niños de entre 8 y 12 años ya pasaban casi 5 horas y los adolescentes hasta 7 horas, según datos del Observatorio del Tec de Monterrey.

Hace unos días acepté la invitación de mi hijo y me fui a pasear con él en su convertible rojo, me enseñó la casa que construyó, me invitó un café y después uno de sus mejores amigos pasó por nosotros en su helicóptero. Además de sugerirme qué ropa elegir para que no fueran a “bullearme”, me explicó la dinámica social y hasta me enseñó a bailar en el mundo virtual de Roblox, una plataforma con millones de usuarios.

Jamás he sido de videojuegos. Poco o nada les entiendo, prefiero un libro. Pero el mundo digital es un espacio en el que organismos como UNICEF recomiendan a los padres entrar y conocer, experimentar y aprender sus posibilidades, servicios y funciones. Es un mundo alterno donde también se está expuesto al abuso, la trata, el acoso y que, incluso, la delincuencia lo ha comenzado a utilizar para reclutar jóvenes.

Mientras mi hijo me enseñaba la casa que construyó, un tipo de la nada entró y se sentó en la sala. Yo me indigné. ¡¿Cómo un desconocido puede meterse así como así a tu casa?! No importa que esté en el mundo virtual. El sujeto (del otro lado de la pantalla podría estar un niño, niña, adolescente o adulto) nos pedía en el chat del juego que lo invitáramos. Mi hijo lo echó de la casa: “Mamá, ya lo baneé” (una forma de bloquearlo y poner una especie de campo de fuerza que le impidió volver a entrar).

Cuando íbamos en el convertible, otro jugador (era un avatar masculino) se subió al auto y aunque yo digo que quería robárselo, mi hijo dice que era un “noob” (en español sería “novato”) que sólo quería que se lo prestáramos un rato. Le pedí “banear” a otro jugador (aprendí pronto el lenguaje del juego) que nos estuvo esperando en la puerta de la casa y que pensé nos estaba acosando, hasta que supe que era un amigo de su escuela, que era “vecino virtual” y que quería jugar.

A los amigos y amigas de mi hijo les sorprendió que yo estuviera jugando en Roblox, que hubiera creado mi propio perfil y encontrarme con él en los diferentes mundos de la plataforma. Pero no soy la única. Otra mamá y gran amiga también tiene su avatar o personaje, y me han ido ayudando a entender la dinámica. Ambas estamos ahí, como lo hacemos en la vida real, para cuidarlos, para ver con quiénes y cómo juegan. Ustedes, ¿saben con quiénes juegan sus hijos?

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