Ideas

Los niños de la calle

“Piececitos de niño, azulosos de frío, ¡cómo os ven y no os cubren, Dios mío!…Piececitos de niño, dos joyitas sufrientes, ¡cómo pasan sin veros las gentes!”.

Gabriela Mistral -Premio Nobel de Literatura 1945- escribió este hermosísimo y conmovedor poema, uno de los primeros que nos enseñó mi madre, en el que se manifiesta la injusticia de una sociedad que, con demasiada frecuencia, desentiende sus obligaciones hacia los más desfavorecidos de la vida: los niños de la calle.

Preocupados por obtener el “éxito”, afanados en acumular riquezas materiales, envanecidos por el poder y la soberbia, nos hemos alejado de valores fundamentales. Confundidos y cegados por las bengalas, olvidamos que vivimos en sociedad, somos ciudadanos y, aunque la ciudad está hecha de cemento, ladrillos y acero, esencialmente está hecha de personas: seres que sueñan, sufren y aman. Parece que no acabamos de entender que la vida es un privilegio transitorio y, en ese juego maravilloso de dar y recibir, seremos más felices cuanto más demos, mayormente si a quienes protegemos son a los más vulnerables, a los dependientes, a los más frágiles, a los indefensos...

Hace algunos años se crearon instituciones para atender y salvaguardar a las infancias más expuestas. Hubo un presidente municipal, Don Francisco Medina Ascencio, fundador de las Casas Hogar (hoy desaparecidas), quien, en las noches, acompañado solo por David, su chofer, recorría las calles de Guadalajara, recogiendo a los pequeños abandonados de sus padres y la fortuna. En esa época, no se trataba de explicar qué son y para qué sirven las políticas públicas, simplemente se hacía lo que en ciencia y conciencia se debía. Los cargos de elección popular se desempeñaban -salvo algunas excepciones-, con un profundo sentimiento de solidaridad: la política tenía rostro humano. Se buscaba el bien común, la justicia social, reducir la distancia entre los que todo tienen y aquellos a quienes todo falta, además de armonizar los intereses en conflicto.

El mundo de hoy es diferente: no solo somos más, existen una serie de factores emergentes que crean una realidad distinta. Los usos y costumbres se han modificado y se manifiestan en hechos tan elementales como el saludo a los de mayor edad, el tratamiento entre padres e hijos, incluso en los giros del lenguaje y las relaciones de pareja. Nadie puede escapar a este nuevo estado de cosas determinado por los avances tecnológicos y las grandes acumulaciones de capital concentradas en unos cuantos países y muy pocas manos. Las corporaciones internacionales, propietarias de las plataformas de comunicación e información, manipulan, con propósitos de lucro y dominio, el ejercicio de la libertad y, lejos de favorecer el entendimiento, estimulan la confrontación. Los algoritmos nos han substituido. Nuestra voluntad ha sido secuestrada. Nos han insensibilizado.

Es impostergable que recuperemos la conciencia de quiénes somos y de nuestra responsabilidad respecto a los demás. Solo la indiferencia es más cruel que el desamor. Los niños de la calle son víctimas inocentes que deben mover nuestra solidaridad. 

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