Ideas

“La vida en común”

Pues se celebró, con la pompa debida, el matrimonio en el que mi antecesora puso el capital y don Taurino el interés, lo que fue criticado por varios, porque hay mucha gente criticona y metiche, y él siempre alegó que se había casado no por eso, lo que consideraba como circunstancial, sino porque el destino en forma de burro así lo había determinado y a lo que por suerte se decide simplemente te toca, por tanto, lo que la fortuna dicta simplemente se vive y no se le alega.

Hasta donde cabe fue un matrimonio estable, hasta donde puede ser estable una pareja en la que una de sus miembros manda y el otro, en consecuencia, obedece, lo que sucede siempre si el que manda no deja de mandar y el que obedece no deja de obedecer, lo que al parecer así ocurrió, ya que mi antecesor solía decir con frecuencia que en esta vida era mucho mejor que te dijeran: “toma, ve por el pan” y te dieran con qué comprarlo, a que te ordenaran: “dame para el pan”. 

Alegó siempre que no trabajaba porque había quedado traumatizado por el naufragio, lo que nunca superó y al parecer le fue creído a pie juntillas por la señora, el hecho innegable es que en toda la vida matrimonial mi pariente no llevó a su casa más que una gripe.

Dada la convivencia marital, procrearon media docena de hijos varones y dos chicas, según se refleja y quedó anotado en las listas del censo de 1772. 

Según se contaba en la familia, los jóvenes eran grandotes y bien dados, es más, si en aquel tiempo hubiera habido gimnasios ellos hubieran sido clientes, pero no parecía haber explicación alguna para ello y era cosa notable en la población que estos jóvenes rara vez se dejaban ver durante el día, pero las malas lenguas -que por lo general son exactísimas en sus afirmaciones- decían que por las noches el grupachon de críos se dedicaba a recorrer los lienzos de piedra, porque en aquel tiempo no había cercas de alambre, lo que hubiera sido más fácil, pero no, se ocupaban en mover cercas de piedra para ampliar las posesiones familiares denominadas como “el corral de piedra” y con ello se ejercitaban y, créame, mover piedras vaya que eso sí es ejercicio y de ahí que estuvieran tan bien dados.

Las chicas eran, conforme a sus tiempos, muy modositas y muy de su casa, lo que les permitió casarse -cosa que en aquella época era muy importante- con dos chicos de familias conocidas de la población, aprobados ampliamente por su señora madre e ignorados por el autor de sus días, lo que sus hijas consideraban que eran celos paternos para con ellas, aunque mi pariente negaba enfáticamente que fuera celoso, lo que sí reconocía es que era asqueroso y por eso los ignoraba.
 

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