Ir (nunca) al Centro
Es una noble expresión, ir al Centro. Se solía oír desde la temprana infancia. Era cuando la gente quería ir a hacer un pendiente, o cumplir un mandado, hacer un trámite, comprar algo, oír a la banda en la Plaza de Armas. Vivir plenamente la ciudad.
El Centro siempre ha sido bonito y digno. Ya se oyen lo rezongos de los amargosos de diario: que está feo, peligroso, sucio, contaminado, con tráfico muy complicado. Podrá ser cierto. Lo mismo aplica para muchos rumbos de la ciudad. Nomás que esos rumbos no son, como el Centro, bonitos y dignos.
Un señor que ya no está solía platicar que iba a una espectacular y modesta cantina del Centro que tenía el siguiente letrero en la pared: “Favor de no tirar las colillas al piso porque se queman los pies las muchachas”. Una de miles de señales de identidad del Centro.
¿Por qué es bonito el Centro? Porque a pesar de tantas destrucciones desgraciadas aún subsiste la mayor -sí la mayor- parte del patrimonio. Aparte de muchos notables monumentos anteriores del siglo XX, existen numerosas aportaciones artísticas muy valiosas de los siglos XX, e incluso, del XXI. Basta quitarse los anteojos del pesimismo y la flojera tapatía para darse cuenta de ello. Basta darse, con calma, una vuelta sin prejuicios. Basta con ir al Centro.
¿Por qué es digno el Centro? Porque aloja el alma y el sentido de cinco millones de habitantes, más los de los millones que por allí pasaron, dejaron su huella y se murieron. La flama perpetua de la Rotonda es la llamita de ilusión en los ojos de los niños cuando van al Centro y ven por primera vez los estupendos alcatraces de Catedral. La inscripción de la Biblia que cruza por la frente de Palacio de Gobierno es la marca indeleble del noble aliento con el que siempre, siempre, se ha levantado esta ciudad.
Basta con agua y jabón. Pintura, resanes, quitar tiliches como tanques de gas o cableríos de las fachadas. Falta poner en orden todos los letreros, obligar a las tiendas a que no pongan músicas que se oigan afuera de sus puertas. Pedirle a la gente cochina que no masque chicle. Pedirle al señor de la simpática tienda de la foto, a espaldas de Palacio Municipal, que le baje muchas rayitas a su curioso letrero que dice con caracteres tamaño jumbo y materiales prohibidos: “Cuidado con el perro”. El señor alcalde, dando unos pasos, lo puede ver desde los balcones norte de su palacio.
Pero los burgueses desde hace años abandonaron el Centro en favor de sus centros comerciales, sus “cotos”, sus televisiones, sus miedos y su tontería. Así las nuevas generaciones de burgueses nunca han ido al Centro. Casi se antoja, dada la toxicidad de esta clase subordinada, que allá se quede, y que el pueblo siga siendo dueño del Centro.
Pero sería muy bueno que todos los tapatíos siguiéramos entendiendo la ciudad y nuestras muy personales esencias yendo al Centro. Siempre. Además el Centro es muy céntrico.
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