Ideas

Diario de un espectador

Atmosféricas. El viejo árbol se aguarda. Maestro que viene desde el fondo de los tiempos, imparte sus lecciones para todos y para nadie. El aire compone un himno imbatible cuando pasa entre sus frondas y hace que la sangre se incendie mansamente. Casa de tantas vidas, sembradora de consolamientos y venturas, la ceiba eleva su estatura y ejerce un clemente señorío sobre el jardín completo. Busca con parsimonia la continuación de su especie, sabe que para eso también, y esencialmente, dura. De allí la preparación por milenios de unas gentiles granadas, breves y muy verdes, que hace estallar cuando la estación es propicia. Del fruto enigmático salen a su tiempo unas pequeñas nubes que el viento se encargará de dispersar hasta los últimos confines del imperio. Así, a la hora señalada, viene el viento y hace volar, breves nubecitas, la segura preservación de la especie. Desde la terraza rota, todo a lo largo de la torre abolida del vigía inconsolable, se mira un cúmulo de estambres que flotan con la certeza de que, una entre todas ellas, depositará su envío en el lugar exacto. A la sombra de esa resplandeciente nublazón, discurren las horas destrozadas de una primavera ahora irreconocible. Tipontate se afana, la laguna emite destellos fraternos, instantáneas noticias favorables se hunden en una sola palabra. Ah del triángulo verde, ah bien que traspasa el filo de la navaja. 

**

San Juan Cosalá yace en toda su gentil humildad bajo un sol implacable. Calles largas por donde asoma de vez en cuando la rota belleza que los años y la tontería se llevaron. Queda, incólume, el resplandor de la blanquísima parroquia, el vuelo liviano de su torre de tan refinadas formas que podría bien navegar sobre la misma Serenísima. Alguien optó por descubrir, en el interior, las bóvedas de recias piedras, los muros macizos y fieles. Es así que, el que pasa, después de trasegar su andanza a lo largo del pueblo quieto y sus muros encendidos, se encuentra ahora acogido por una penumbra sabia, bienhechora, como si estuviera ahora en el seno de alguna gruta hospitalaria. En el ábside espera el Cristo, inmutable y doliente desde los siglos que su factura revelan. Caña y barniz, pelo verdadero, pero menos verdadero que el tranquilo resplandor que el crucificado emite. Desde una de las últimas bancas el que pasa espera el prodigio. Pero éste sucede ya frente a sus ojos antes encandilados. Entre el altar y el retablo, alguien levanta su plegaria bajo él, bajo el Cristo Sanjuanito. La cariñosa nombradía de la advocación que la buena gente le ha dado a través de las generaciones revela una entrañable y larga costumbre de los milagros por él concedidos.

Alarga sus peticiones, que siempre son alabanzas, el devoto señor, casi invisible tras el presbiterio. Apenas si un murmullo, como de agua que corre, llega al fondo de la nave. Al fin termina el esperanzado -quizás el contrito- sus rezos, su rebelión, su bravía invectiva, tal vez su llana relatoría de regresado de muy lejos. Recorre entonces la nave, camina junto al que pasa con una invisible aura de quien cumple su ardua promesa hecha bajo otros cielos. Desciende el absoluto silencio. Dice el que pasa que no supo cuándo encaminó sus pasos, cuándo ocupó el lugar del recién ido. Ni cuándo se elevó frente al Cristo un torrente manso de glorificaciones y reclamos, de agradecimientos y esperanzas. No sabe cuánto duró la audiencia, pero una señal secreta lo condujo rumbo al atrio desierto. Todo era lo mismo, las sombras se habían alargado imperceptiblemente, todo era distinto. Un trabajoso aleluya acompañó al que pasa rumbo a su casa ya bendecida.

**

De los años turbulentos y recios llega una tonada de combate, una rebelión violenta en toda su dulzura. Llega el recuerdo del Roxy encendido por todos sus costados, brillante bajo el frenesí nunca antes visto, y tampoco después, del slam más prendido que darse pueda. Los muchachos sabían muy bien que en la bárbara ceremonia se jugaban la vida, se jugaban el gozo y la redención. Una de las canciones da exactamente en el centro de la Diana del corazón. Y sigue acertando, despiadada. Era todo el poderío de Mano Negra. Amor y Odio:

Amo tus labios
Y también tus piernas
Amo tus labios
Qué garbo llevas
Amo como vistes
Y también tu sonrisa
Te quiero, te quiero
Te quiero mientras
Ni siquiera me miras
Y enloquezco

Por todas las mujeres
Que jamás he tenido
Canto mi canción
De odio y de amor

Odio a los muchachos
Que caminan a tu lado
Odio mis sueños
Nunca cumplidos
Me odio, niña
Por mi timidez
Te odio, te odio,
Te odio mientras
Ni siquiera me miras
Y enloquezco

Por todas las mujeres
Que jamás he tenido
Canto mi canción
De odio y de amor

Tú la novia del vecino
Tú niña de las revistas
Tú pájaro del desnudo
Del inframundo
Tú dulce adolescente
Tú pequeña dama
Tú en tus treinta largos
Dulce japonesa
Ornella Muti
Tan bonita señorita
Ustedes son mi locura
Ustedes son tan bellas

Por todas las mujeres
Que jamás tuve
Canto mi Canción
De amor y de odio
Por todas las mujeres
Que jamás he tenido
Canto mi Canción
De odio y de amor

Sé que nunca fuiste mía
Ni lo has sido ni lo eres
Pero de mi corazón
Un pedacito tú tiene
Tú tiene, tú tiene
Tú tiene, tú tiene
Y no lo sé, no lo sé
No lo sé, corazón
A mí nada me arde

Amo tu cuerpo
Niña qué estilo tienes
Vuelas tan alto
Mientras por aquí pasas
Me hace reír
Y luego llorar
Hace que me quiera morir
En mi sinrazón

Por todas las mujeres
Que jamás tuve
Canto mi canción
De amor y de odio
Por todas las mujeres
que jamás he tenido
Canto mi canción

Pues eso.

Sigue navegando