Ideas

“Continuación sobre la muerte de Tolito”

Pues murió el buen tío y comenzó la familia a deliberar qué harían con el cadáver; obvio es decirlo, no tenían ni un clavo para el funeral, aunque en honor a la verdad Tolito decía al respecto qué él quería como Felipe el que fue desgraciado ser enterrado en tierra bruta donde lo trille el ganado. A la familia, aunque le gustó la idea, no la realizó por temor a que los acusaran de inhumación clandestina.

Algún metiche sugirió enterrarlo en la fosa común, pero la alcurnia de la familia se opuso: “¡Cómo vamos a poner a un miembro de nuestra aristocrática familia con otros que pueden ser de diferente categoría!”. “Lo mismo da un cuerpo que otro -dijo el metiche-, al cabo que al final de cuentas, ya revuelto, es la misma gusanera”.

Eso me hizo pensar en disponer cuestiones para después de mi muerte, las que sé con certeza que nadie obedecerá y harán bien, porque a mí me chocan los panteones “modernos” me gustan aquellos con nombres, vampiros y olor a humedad, y he dicho a mis deudos -con su absoluto desinterés- que a mí me gustan los entierros con gente vestida de luto y fuerte moqueo -aunque sean personas contratadas. Y no me gustaría que me cremen porque se me hace que es un acto de egoísmo con los gusanos, que a estas alturas ya deben traer agruras de la cantidad de grasa que se van a refinar.

Mis primas decidieron cremar al tío y llevar sus restos a Tapalpa, lugar que tanto amó y que era lo más parecido a yacer en tierra bruta. Yo no sé por qué, pero existe la costumbre de abrir el receptáculo para ver los restos corpóreos, como si hubiera diferencia entre las cenizas.

Tolito no podía ser la excepción y decidieron que el pasado domingo lo llevarían a desparramar cerca de La Yerbabuena. El calor era insoportable, el sol pegaba a plomo sin que hubiera una sombra ni para remedio, ya que le han pegado muy duro a la cortadera de árboles para poner aguacates. Un insistente ventarrón soplaba del poniente; muy sensatamente mis primas decidieron que no habría discursos, nos beberíamos dos botellas de ponche de don Cecilio en honor al tío, que tan gustosamente las bebía y una vez maromeadas, derramaríamos las cenizas.

La tía Meme no vino porque dijo tenía el dolor de la asiática. En vez de dos botellas nos bebimos seis, surgió el llanto, a alguien se le ocurrió un minuto de aplausos, lo que no sé a qué vino porque el tío ni era famoso ni nada. Por fin alguien sugirió que mirásemos la puesta de sol mientras tiraban las cenizas, con tan mala suerte que, al lanzarlas, un viento impetuoso sopló de frente y las cenizas del tío quedaron embarradas en los asistentes, que quedamos como polvorones.

Yo no sé si mi tío descanse en paz habiendo quedado en las camisas y cachuchas de los presentes. 

@enrigue_zuloaga
 

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