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Continúa el tío Félix

El tío, responsable del cuidado del perro, lo persiguió, dándole alcance en una placita cercana a su domicilio. El can desconoció a su propietario y se le lanzó, y entre las fauces sanguinolentas del perro y el rostro desfigurado de Félix, se oía débilmente su voz indicando: “Cancerbero, soy yo”. 

Tío Félix tuvo que ir al hospital, para en dos semanas curar sus heridas físicas, pero el manchón sobre su buen nombre no pudo quitárselo; en todos sus círculos de acción social fue señalado como el tío que diario se emborrachaba y ya pedo atacaba violentamente al perro familiar. 

Fíjese, mi solitario lector, cómo los humanos llevamos nuestra maldad a mantener sambenitos contra inocentes y mentir sin consideración como villanos. 

Desde luego que su mujer y la totalidad de su familia ‒incluyéndome, vergonzosamente, entre los calumniadores, mea culpa‒ opinábamos que este incidente era castigo divino por sus constantes excesos alcohólicos y por supuesto que por tanta maldad a Félix le quedó un trauma, que si pasaba aunque fuera cerca de la Casa de los Perros, oía ladridos y corría.

Pero el perro-caballo era de raza muy fina y la familia ya había decidido unánimemente quién era el culpable, por tanto, no debía morir (el perro, porque a Félix ciertamente sí lo querían matar). 

Después de un sanedrín, unos tíos decidieron que ese animal era muy hermoso y se lo llevarían a vivir a la casa de uno de ellos, donde había espacio suficiente para que el perro desahogara sus ímpetus. Ahí, desde entonces, todos los días el tío Clemente, pleno de orgullo por el bello animal, salía a pasearlo. Debo decir que el tío Clemente no conocía el alcohol ni siquiera en forma quirúrgica. 

Pasaron los años y hace dos semanas el tío Clemente salió a las nueve de la mañana, como de costumbre, a pasear a Cancerbero, cuando por alguna cosa de esas raras que suceden, tal vez por la conjunción de Venus, Marte y Júpiter, el perro se lanzó sobre su nuevo amo, rompiéndole todo lo que cercano a su madre tenía y de pasada se llevó a una viejita que a paraguazos trató de defender al caballero. 

El tío que se llevó el perro actualmente reposa en un sanatorio de la localidad y por fortuna para el resto de la humanidad, durante el suceso pasaba un aguerrido servidor público ‒genízaro, por cierto‒, quien dio un par de certeros balazos a la fiera y desde luego pretendía cobrar el valor de las balas usadas y los miembros de la familia se hicieron pendejos.

Tío Félix fue al nosocomio a visitar al herido, encontrándose con toda la parentela que lo había acusado injustamente de haber sido culpable de ese perricidio y en tanto avanzaba por los pasillos, la familia, con una sombra de vergüenza en la cara, le manifestó con su silencio que le devolvía su palabra, pero sin disculparse. 
 

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