Ideas

“Cacerías rumberas”

Los viejos camposantos suelen tener un atractivo particular, si no me cree, pregunte usted a quienes hayan ido a París. De los franceses, hay muchos que van a Père Lachaise o Montparnasse. O el Panteón de San Fernando en Sevilla o el de igual nombre en la Gran Chilangostlán. O, vamos, en nuestra ciudad, el de Santa Paula (hoy conocido como el Panteón de Belén) o incluso el de Mezquitán. Son bonitos y lo digo aunque después me acusen de necrófilo o de amante de los vampiros. A mí los nuevos panteones no me gustan y más aún porque, como ya les he dicho, no quisiera que me cremaran sin verificar primero que estoy muerto; debe ser doloroso y sé que mi actual esposa hará con mis restos lo que ella quiera (y hará bien, porque toda mujer merece unos cuantos años de viudez y no va a andar cargando desfiguros). Pero además, es porque se me hace un verdadero acto de egoísmo con los gusanos, que han de tener agruras por la cantidad de grasa que se van a comer.

Pero yo quería contarles de un nano que tenía mi papá en Autlán. En su casa eran puros varones y, vamos, mi abuela no era nada femenina y su voz de mando era como la de un comandante de húsares en el campo de batalla. El hecho es que no les podían poner una niñera y este cuate los cuidaba y los llevaba de cacería. Como vivían frente al templo de Las Montañas, era muy devoto y gustoso de ir a hacer promesas a la Santísima Trinidad. Así, un día que iban de cacería de venados -por aquel tiempo había muchos por esa zona-, fue a prometerle a la Santísima Trinidad que irían a medias de lo que cazaran. Salió el grupo de cazadores y, pasado un rato, se encontraron un par de venados perfectos para el efecto. A lo cual, Lupe, que así se llamaba el nano, apuntó y disparó con gran éxito en cuanto al primer disparo, ya que cayó fulminado uno de los animales. El otro venado salió corriendo y el mozo, poniendo de testigos a los niños, exclamó: “ve nomás los brincos que va pegando el de la Santísima Trinidad”.

En otra ocasión, prometió al Santísimo Sacramento, en una cacería de liebres, una vela del tamaño de una pértiga (una pértiga es en las carretas el leño que va en medio, donde se amarran las bestias que la jalan). Entonces mi abuela, tratando de moderar la oferta que sabía no iba a cumplir, le dijo que si no era mucho prometer una vela tan grande, a lo que el nano contestó que ni que fuera tan creído el santito. Hay que ver que la edad de los niños era de entre tres y ocho años, de tal manera que las cacerías para ellos eran un simple tema de plática, sin posibilidad de una caza real.

@enrigue_zuloaga

Sigue navegando