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Y el Señor renunció al castigo…

Dios está dispuesto a perdonar no una vez, sino siempre, con tal de que el hombre manifieste, con actitud humilde, su arrepentimiento

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Lectura del Libro del Éxodo (32,7-11.13-14):

“Éste es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”.

SEGUNDA LECTURA
Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a Timoteo (1,12-17):

“El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús”.

EVANGELIO
Lectura del Evangelio según San Lucas 15,1-32:

“Ése acoge a los pecadores y come con ellos”.

GUADALAJARA, JALISCO (11/SEP/2016).- Las tres lecturas de la misa de este domingo tienen un tema: la misericordia de Dios, siempre dispuesto a perdonar.

En el Libro del Éxodo aparece que el pueblo de Israel, el escogido por Dios, responde siempre con necedades y caprichos. Moisés, escogido para ser guía de ese pueblo voluble, muchas veces se ha visto en angustiosas circunstancias y ha tenido que interceder ante el Señor por los israelitas.

La palabra de Dios es una enseñanza para todos, y en todos los tiempos. Aquí está manifiesta, para el hombre del Siglo XXI, esa disposición de Dios de perdonar no una vez, sino siempre, con tal de que el hombre manifieste, con actitud humilde, su arrepentimiento. Dios se doblega siempre ante un corazón contrito. Dios se goza en perdonar, no en castigar.

La segunda lectura es una página de la Primera Carta de San Pablo a su discípulo Timoteo. Es un reconocimiento de sincera humildad del antes fariseo y perseguidor de los cristianos, y su conversión, no por mérito de él, sino por la gracia de Dios. Lo confiesa porque le ha parecido oportuno que sea del común conocimiento lo que la gracia de Dios obró en él, y cómo Dios se pone en el camino, al encuentro de los pecadores.

Así se expresa: “Dios tuvo misericordia de mí porque en mi incredulidad obré por ignorancia, y la gracia de Nuestro Señor se desbordó sobre mí” Pero antes confiesa: “Fui blasfemo y perseguí a la Iglesia con violencia”.

Timoteo es un obispo joven; su obispado o diócesis está en Éfeso, y lo instruye Pablo para que sea misericordioso con los pecadores, los busque, se acerque a ellos.

También es una manifestación de su profundo agradecimiento por cuanto ha hecho Dios por él. En otra carta, a los de Corinto, se expresó con humildad: “…Soy el menor de los apóstoles; yo no soy digno de ser llamado apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios, más por la gracia de Dios soy lo que soy” La gracia es un regalo de Dios. Por lo mismo es un don gratuito, que Dios da y que el hombre debe pedir, conservar y acrecentar.

Y para alentar a todos, para animarlos a que se acerquen y alcancen el perdón, dice: “Puedes fiarte de lo que voy a decirte y aceptarlo sin reservas: Que Cristo Jesús vino a este mundo a salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero”. El perdón es para el que lo necesita; el que se siente limpio —y tal vez porque no lo está— nunca busca ser perdonado. Pide perdón quien reconoce su culpa, y alcanza el regalo de ser perdonado y volver a estar limpio.

Es el capítulo decimoquinto del Evangelio de San Lucas una amplia exposición de la misericordia de Dios, con tres ejemplos, tres parábolas, para que mediante esas imágenes y acciones sea inteligible y aceptadas esas enseñanzas.

Un ejemplo es la alegría del pastor que vuelve saltando y cantando porque trae sobre sus hombros a la oveja rebelde, esa que se le había perdido. Dejó a las 99, la buscó, la encontró y retornó feliz. Otro ejemplo es aquella ama de casa que en lugar reservado, oculto, guardaba su ahorro de 10 dracmas de plata. Sólo encontró nueve, y no descansó hasta encontrar la que faltaba.

Y la escena conmovedora del hijo postrado a los pies de su padre, después de un largo y turbio vagar por las sendas del mal. Y el conmovido padre no reprocha, no interroga: abraza, perdona y hace fiesta, ante la sorpresa del hermano mayor que se cree justo y que mueve a la explicación del padre: “Éste hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida”.

José Rosario Ramírez M.

En camino…

Son cada vez más las personas que, habiendo abandonado la práctica religiosa tradicional, sienten sin embargo la nostalgia de Dios. Hay algo que desde lo más hondo de su ser les invita a buscar el Misterio último de la vida. Desearían encontrarse con un Dios Amigo, verdadera fuente de vida y alegría. Pero, ¿Dónde encontrar signos de su presencia? ¿Qué caminos seguir para iniciar su búsqueda? ¿Qué novedad introducir en una vida superficial tan alejada de cualquier experiencia religiosa?

El primer camino puede ser la naturaleza. A pesar de los estragos que se han cometido contra ella, el hombre puede vislumbrar todavía en el cosmos a su Creador. Ese universo que nos rodea, escenario fascinante donde se refleja de mil formas la belleza, la fuerza y el misterio de la vida, puede ser una invitación callada para orientar el corazón hacia aquel que es el origen de todo ser. La llegada del otoño con sus colores teñidos de nostalgia y su invitación al recogimiento, ¿No será para nadie presencia humilde del Misterio insondable?

Otro camino para elevar nuestro espíritu hacia Dios puede ser la experiencia estética. El disfrute de la belleza artística invita y remite hacia la absoluta belleza y gloria de Dios. En medio de una vida tan agitada y dispersa que nos impide escuchar nuestros deseos y aspiraciones más nobles, ¿no puede ser el goce musical una experiencia que cree en nosotros un espacio interior nuevo e inicie un movimiento regenerador y una actitud más abierta hacia el Misterio de Dios?

Otro camino es, sin duda, el encuentro amoroso entre las personas. La amistad entrañable, el disfrute íntimo del amor, el perdón mutuo, la confianza compartida son experiencias que nos hacen saborear la existencia de una manera más honda, nos liberan de la inseguridad, la soledad y la tristeza, y nos invitan a vislumbrar la ternura y acogida incondicional de Dios. ¿No pueden nunca unos esposos disfrutar sus encuentros amorosos presintiendo la plenitud insondable del que es sólo Amor?

Para los cristianos, el primer camino es Jesucristo. Estoy convencido de que para muchos que se han alejado de la Iglesia, conocer mejor a Jesús, leer sin prejuicios su mensaje, dejarse ganar por su Espíritu y sintonizar con su estilo de vivir, puede ser el camino más seguro para descubrir el verdadero rostro de Dios. La parábola del hijo pródigo nos recuerda que todos vivimos demasiado olvidados de Dios, estropeando nuestra vida de muchas maneras, lejos de aquel que podría introducir una alegría nueva en nuestra existencia. Pero Dios está ahí, en el interior mismo de la vida, nos espera y nos busca.

Más aún. Dios se deja encontrar hasta por quienes no se interesan por Él. Recordemos aquellas palabras sorprendentes del profeta Isaías. Así dice Dios: “Yo me he dejado encontrar de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar de quienes no me buscaban. Dije: Aquí estoy, aquí estoy”.

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