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Veámonos en el espejo

Una insoslayable y triste realidad que padece actualmente nuestra Iglesia, es que sus miembros laicos, en lo general, están muy mal acostumbrados a recibir y recibir todo lo que pueden y a dar poco

    Una insoslayable y triste realidad que padece actualmente nuestra Iglesia, es que sus miembros laicos, en lo general, están muy mal acostumbrados a recibir y recibir todo lo que pueden y a dar poco, muy poco.
    Las razones de ello son varias, entre las que se encuentran: el pobre conocimiento de la Palabra de Dios, y por lo tanto el plan de Dios para los que han sido bautizados y con ello incorporados al Cuerpo Místico de Cristo, que es su Iglesia; la falta de una experiencia de amor, a través de un encuentro con Cristo resucitado, vivo; un total desconocimiento por parte de los laicos, de su función, su papel, su responsabilidad y su participación en la misión de la misma Iglesia; la arcaica costumbre, que prevalece en muchos sacerdotes y religiosos(as), de ver al laico como un infante, incapaz de crecer por sí mismo, por lo tanto de dar más allá de lo que se le pedía, limitándose su función en ser un ayudante incondicional --por decirlo de una manera digna, ya que en muchos casos eran simples “mandaderos”--. Y en cuestiones de fe y de vida cristiana, se limitaban a recibir: servicios sacramentales; predicaciones; consejos, etc., y a dar muy poco, en un marco de libertad, de iniciativa, de creatividad, de apertura al Espíritu Santo, y, sí, en cambio, dar limosna y servir en cuestiones prácticas, conforme se lo determinaban sus pastores. Esto, amén de todo aquello que dictara la propia naturaleza humana, tan proclive al egoísmo, al comodinismo, a todo tipo de pasiones que impulsan al ser humano a buscar sólo su propio bien, sus propios intereses, sus propias satisfacciones y ambiciones.
    A partir del Concilio Vaticano II, en el que el Espíritu Santo, como un viento renovador, inspiró a los actores para realizar reformas substanciales, la manera de ver al laico cambió radicalmente; y aunque han pasado casi cuarenta años y pareciera que se ha avanzado poco, sí se ha ido transformando la mentalidad de muchos laicos. No obstante, la mayoría de ellos prevalece en ese estancamiento, en esa indiferencia, en esa atonía espiritual, situación de vida en la que siguen recibiendo mucho de parte de la Iglesia, y dan realmente poco o nada.
    Al respecto, Juan Pablo II, de feliz memoria, fue muy claro y preciso al hablar de la gran tarea que corresponde al laico en la misión evangelizadora de la Iglesia; en muchas alocuciones, sermones, así como en documentos escritos, el Papa levantó su voz exhortando, suplicando, amonestando y exigiendo de los laicos una participación más activa, consciente, comprometida y eficaz, al grado tal de declararlos corresponsables del futuro de la Iglesia.
    Así lo señala en su Exhortación Apostólica "Ecclesia in América" (La Iglesia en América) en su No. 44: “Es necesario que los fieles laicos sean conscientes de su dignidad de bautizados(...) La renovación de la Iglesia en América no será posible sin la presencia activa de los laicos. Por eso, en gran parte, recae en ellos la responsabilidad del futuro de la Iglesia”.
     El Evangelio de este domingo nos recuerda aquella sentencia dicha por Jesús a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos”, lo que quiere decir que hay mucho qué hacer, mucho qué dar --tiempo, esfuerzo, sacrificio, recursos económicos, etc.-- para que la Iglesia cumpla con su misión evangelizadora, y son pocos los laicos que realmente creen en esta palabra y dedican su tiempo y su vida a trabajar por el Reino de Dios.
Hay mucho trabajo qué hacer y pocos los decididos a hacerlo...
     Veamos hacia el espejo de nuestro interior, de nuestro corazón y nuestra alma, para darnos cuenta si no es que nos hemos quedado sentados cómodamente en nuestras reales, sin trabajar, y cuando memos los pensemos ya estaremos oxidados, enmohecidos, inservibles, por haber desaprovechado --para el bien y para la difusión del Evangelio--, nuestras cualidades, habilidades, carismas y dones, conocimientos y experiencia, etc.; y ya no podremos dar marcha atrás, y nos arrojarán fuera por inútiles e inservibles.
¡Ya es tiempo de reaccionar y recapacitar! Y a partir de un conocimiento a fondo de nuestros deberes y derechos como laicos, nos lancemos con fe, esperanza y amor, a recoger esa cosecha de los campos que el mismo Dios sembró y cultivó.

Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcoj(arroba)yahoo.com.mx

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