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'…Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios Vivo…'

Jesús, el Hijo de Dios, anunció a sus apóstoles su condena a muerte y su resurrección

PRIMERA LECTURA:

Hechos de los Apóstoles 3, 13-15.17-19

“Rechazaron al santo, al justo, y pidieron el indulto de un asesino; mataron al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos”.

EVANGELIO

San Lucas 24, 35-48

“Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”.

SEGUNDA LECTURA:

Primera Carta del Apóstol San Juan 2, 1-5

“Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados”.

GUADALAJARA, JALISCO (19/ABR/2015).-
En distintas ocasiones Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías de la promesa anunció a sus discípulos que iba a subir a Jerusalén a ser calumniado, a ser injustamente condenado a muerte, a ser levantado en alto —en la cruz— y que al tercer día resucitaría.

Tres veces, atestigua San Marcos, anunció el Señor el hecho con sus tres momentos: padecer, morir y resucitar.

A Cesárea de Filipo llevó Jesús a los 12, y allí en la intimidad les hizo dos preguntas. La primera, con intención de prepararlos para la segunda. ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Le dieron respuesta de lo que de Jesús se decía. Luego llegó la pregunta directa: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”.

Pedro, con el rayo de una inspiración divina, le contestó: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios Vivo”. Y los otros con su silencio —el que calla, otorga— aceptaron que ante ellos estaba el Mesías prometido.

Tres de los 12, por privilegio, acompañaron al Maestro a la cumbre de un monte elevado. Allí Él se transfiguró: su rostro resplandeciente como el Sol, sus vestiduras blancas como la nieve, y a su derecha y a su izquierda Moisés —la ley— y Elías —los profetas— conversando con Él. Y luego una nube luminosa, El Espíritu Santo, que los cubrió, y la voz: “Éste es mi Hijo amado en quien tengo mi complacencia ¡escúchenlo! Cuando bajaban del monte Jesús les dijo: “No den a conocer a nadie esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.

A los que antes no habían entendido el anuncio de los tres momentos: pasión, muerte y resurrección —palabras vedadas para ellos— ahora el Maestro les abrió el sentido de las escrituras.

Mateo anuncia la necesidad de dar la noticia; Lucas hablará siempre del perdón, de la “metanoia” o conversión; Marcos, de la misericordia; y Juan, en un vuelo de águila desde las alturas, del misterio de verbo de Dios que asumió la naturaleza humana.

Y todos, afortunados por haber visto, oído y hasta tocado al Señor resucitado, dar testimonio ante los hombres del futuro.

Así la resurrección, hecho histórico, es la piedra fundamental, el cimiento de este edificio: la Iglesia, congregación de los fieles, de los bautizados, que creen sin haberlo visto, en Cristo resucitado.

La pascua, este tiempo de alegría, de cantar el aleluya expresión de victoria, ha de ser para los creyentes de este siglo XXI un renovado vigor, un nuevo entusiasmo para dar testimonio auténtico con la vida, con las obras de Cristo victorioso y con su presencia viva y santificante en medio de los suyos, como lo prometió y es promesa cumplida siempre.

Sólo hay una auténtica conversión pascual: una entrega a Cristo, interna y consiguientemente externa o de conducta. Esa será deveras una pascua feliz.

José Rosario Ramírez M.

DINÁMICA PASTORAL UNIVA
Más que un ya lo olvidé, es perdón


En la Biblia el pecador es un deudor cuya deuda condona Dios, condonación tan eficaz que Dios no ve ya el pecado, que queda como echado detrás de Él, es quitado, expiado, destruido.

Cristo, utilizando el mismo vocabulario, subraya que la condonación o remisión es gratuita y el deudor insolvente.

Frente al pecado que vivimos y cometemos, es que se nos revela un Dios de perdón, hoy en día vivimos inmersos en una sociedad que a todo lo llama pecado, incluso se refiere como pecado a desgracias o accidentes de lo cotidiano, en otras se ironiza con el término, y cuando en una sociedad se ha devaluado un término, comienza perder significado y se distancia la percepción de lo que se debe alcanzar.

En la vida de fe de los creyentes, siendo estrictos en su aplicación, no se trata de no pecar, sino de aprender a hacer el bien, quien bien obra y ama a su prójimo dejara por consecuencia de pecar pero esto ha de ser desde la solidaridad y el amor, y no como una represión del mal.

Estamos llamados no ha ser represores del mal, aún cuando hay circunstancias en las que se debe hacer, pero por excelencia somos llamados a procurar el bien.

Para entender esta gran enseñanza de Jesús, del perdón, es necesario remontarnos al significado de la palabra misma, el vocablo pecado significa literalmente “no dar en el blanco, equivocarse de dirección”, y algo sorprendente es que en los evangelios esta expresión sólo se aplica siempre al pasado del hombre antes de su encuentro con Jesús y con su mensaje. Por lo cual la fe en Jesús, que es la acogida de su persona y de su mensaje, cancela el pasado pecador de nosotros hombres peregrinos en esta tierra.

Alentados con redentor tan efectivo, misericordioso y totalmente desmemoriado de nuestros pecados reconocidos, confesados y puestos ante su gracia, animados acertemos en el blanco, porque esto es mucho más que un ya lo olvidé.

La fe y la paz

En un mundo tan agitado como éste en el cual nos ha tocado vivir nuestra actualidad, inevitablemente nos preguntamos: ¿dónde está esa paz, que tan ansiosamente anhelamos y tan en vano perseguimos?

Quisiéramos un cielo sin nubes, sin vientos ni huracanes, sin sombras ni tormentas… pero nos olvidamos mirar nuestro corazón que es donde se generan los peores conflictos y culpamos a Dios de todo nuestro sufrimiento y de todo el mal que nos acontece.

Absurdamente queremos ahorrarnos toda incomodidad, molestia y dolor, olvidamos que Cristo Jesús, que vino a traernos la vida, la paz y la felicidad, quiso darnos ejemplo y pasó por lo más doloroso que podamos imaginarnos para que pudiéramos comprender que el camino trazado no está exento de sufrimiento. “Era necesario que Cristo padeciera y muriera para entrar a la gloria por medio de la resurrección”. Y nosotros queremos un camino de rosas, pero sin espinas…

Nuestro Señor Jesucristo quiso también sufrir todo lo que a nosotros nos toca para decirnos con su vida, que sabe muy bien lo que es eso, y para que al mirar nuestras penas al trasluz de su pasión, pudiéramos llegar a comprender que Él nos entiende, y reconocer que nuestro sufrir no se compara al suyo.

Ciertamente para esto es necesario entrar en los ámbitos de la fe, que es donde podemos comprender el verdadero sentido y valor de todo sufrimiento que unido al de Cristo Jesús se transforma en Amor, y sólo así genera felicidad y alegría.

Jesús sufrió y murió por amor, porque sólo así podía salvarnos y demostrarnos la grandeza deese amor divino que puede asumir todos los dolores humanos cuando se integran a los de Él.

Pero toda esta lección de amor y de dolor, no podremos comprenderla más que a través de una fe auténtica y valerosa, decidida a pasar por todo para lograr lo mejor, lo más deseable que en todo el mundo no podremos encontrar.

ORACIÓN


Señor Jesús, dame la fe de quien sabe

lo que quiere en esta vida y en la eternidad.

Dame una fe generosa y decidida

semejante a la de tus santos mártires

que supieron atravesar valerosamente

el bache que separa la vida y la muerte

para encontrar la plenitud de vida verdadera

sin importar que les costara dar su sangre

por tal de estar contigo eternamente.

Yo no seré capaz de tanto, no llegaré a esos extremos,

pero quiero darte, aunque mucho me cueste,

una ofrenda de fe y de amor, hoy para siempre.

María Belén Sánchez, fsp

¿QUÉ IMAGEN TENEMOS DE DIOS?

Según el diccionario de la Real Academia Española, el miedo es la “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Como todas las emociones admite graduación, y así algunos
términos asociados son: temor, recelo, aprensión, pánico, espanto, pavor, terror, horror, fobia, susto, alarma, peligro o pánico.

Y así, el hombre y la mujer de hoy experimentan el miedo por varias causas, por mencionar las más comunes: a la pobreza; a perder el trabajo; a la violencia; a perder bienes materiales, a sufrir un daño
físico; a de sufrir un accidente; a perder la vida; a una enfermedad; a fracasar en el negocio o empresa; a fracasar en el matrimonio; etc., etc., etc.

Hay quienes también experimentan miedo por algo poco conocido o reconocido, que, no obstante tiene unas consecuencias muy serias, especialmente en la dimensión espiritual de la persona humana, pero
que también repercuten fuertemente en las dimensiones física y psicológica o emocional. Nos referimos al miedo de aceptar a Dios en su vida y más concretamente a Jesucristo.

Pareciera un absurdo y no lo es, en cuanto a que sí existen muchas personas que lo sufren, más sí es absurdo por el contenido de las creencias, los pensamientos acerca de Dios; por la imagen que se tiene
de Él, totalmente desvirtuada, falsa, insistimos, absurda.

Muchos aún creen en un Dios que es un juez implacable, que nomás está pendiente de cuando le fallamos, le desobedecemos y pecamos, para descargar la furia de su ira y castigarnos, o bien que lleva
cuenta de nuestros pecados, para que al final de nuestra vida, enviarnos al Infierno, cuando en realidad es un Padre amoroso, que nos ama infinita, incondicional y personalmente; que es bondadoso,
compresivo, paciente y misericordioso, pues, si nos arrepentimos, Él nos perdona todo, pues, por la obra de Jesucristo, su muerte y su Resurrección, fuimos liberados de toda condenación. Son muchas las
falsas imágenes de Dios que pueden suscitar ese miedo a aceptarlo.

¿Qué imagen tenemos nosotros de Dios? ¿Qué experiencia hemos tenido de Él? Este tiempo pascual nos invita a que busquemos su rostro, a que tengamos la experiencia verdadera de su amor, que será la
más hermosa y grandiosa que tengamos en nuestra vida, que cambiará el concepto que tenemos de Él, y, sin duda, nacerá o aumentará en nosotros ese amor hacia Él y esa confianza que eliminará, si lo
tenemos, el miedo a aceptarlo y a aceptar sus mandamientos y su plan de salvación para nosotros.

Jesús resucitado, según el Evangelio de hoy de san Lucas, se aparece a los Apóstoles y estos no se fían, tienen miedo. No recuerdan lo que el Maestro les dijo en vida sobre su Resurrección. Y Jesús les
reclama su miedo y su falta de fe. Igual podría hacer con nosotros hoy, ¿no creen?

FRANCISCO JAVIER CRUZ LUNA.

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