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Tercer domingo de Pascua

Buscar y encontrar a Cristo es la mejor curación para el alma caída, atormentada, detrozada; volver a él es prodigioso. Es la paz, el gozo interior experimentado por muchos

LA PALABRA DE HOY

Primera lectura


Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles (5,27b-32.40b-41

“La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen”.

Segunda lectura

Lectura del Libro del Apocalipsis (5,11-14):

“Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.

Evangelio

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (21,1-19):

“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”.

GUADALAJARA, JALISCO (10/ABR/2016).- Con alegría son recibidas las noticias que anuncian un avance en la ciencia de la salud, o un producto nuevo para los efectos de combatir tal o cual enfermedad. La búsqueda de la salud corporal es un preocupación singularmente en los adultos. Y en estos tiempos conflictivos ha crecido la necesidad de acudir a psicólogos o psiquiatras, o terapeutas, en angustiosa búsqueda de la salud psíquica, de equilibrio y paz interior.

El alma se enferma y busca también de mil maneras la brisa suave después de la hora de las tempestades.

Cuando las pasiones agitan, cuando lo sentidos se exaltan y cuando el pensamiento se ofusca, son las grandes convulsiones internas u agitar de olas y de vientos huracanados. La ira, la soberbia, la lujuria, la codicia, enferman el alma, la arrastran a ciegos torbellinos y muchas veces todo queda como el campo después de la batalla, donde todo es tristeza, muerte, ruina y soledad.

En la resaca, es la secuela que ha llevado al pecado. Con ansias entonces se busca que vuelva a brillar el Sol, que se vuelvan a escuchar en las ramas de los arboles los dulces trinos de las aves.

En este tercer domingo de Pascua, en breve y fecunda narración, el evangelista Juan presenta el final de una tremenda tempestad, dolorosa experiencia en el alma del primero de los apóstoles, Pedro, a quien su petulancia, su excesiva confianza en sí mismo, lo llevó a la negra traición a su Maestro.

El Señor Jesús, en la Última Cena, en la cordial confidencia les anunció a sus discípulos: “Herirán al Pastor y se dispersarán las ovejas”.

“Simón, Simón, mira que Satanás os busca para cribaros como trigo, pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe y, una vez convertido, confirmes a tus hermanos”.

Simón Pedro, ciego, petulante contestó: “Yo daré mi vida por tí”. Respondió Jesús: “En verdad, en verdad te digo: antes de que cante el gallo me negarás tres veces”.

Por petulante, por presumido, por imprudente, por cobarde, tres veces negó Pedro a su Maestro, y hasta con el juramento de que ni siquiera lo conocía.

Llevaba desde entonces, por dentro, tres heridas que sangraban. Era en quien Jesús había puesto toda su confianza, era la cabeza, era la piedra fundamental del nuevo reino fundado sobre ellos. “A ti te daré las llaves del Reino de Dios; lo que ates en la Tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la Tierra quedará desatado en el Cielo”.

Urgía, por tanto, reparar esa nave tan averiada por la tempestad, y el único que lo podía hacer era el mismo Maestro, Jesús, él recibió el agravio de la negación. Y así sucedió: seis de los apóstoles, invitados por Pedro volvieron a su antiguo oficio, a pescar en el lago. Fue una nocha fatal, nada pescaron. Cuando amanecía, Jesús resucitado les dijo: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis”. Y ocurrió otro prodigio más de los que ellos ya estaban acostumbrados: capturaron 153 peces grandes.

Aquí caben dos comentarios: quien obedece triunfa; obedecieron, aunque la lógica podía decir que ellos sabían más del oficio, que aquel extraño que desde la orilla les dio la clave.

El segundo comentario es para constatar una vez más lo bien que sale todo cuando está Jesús presente; como siempre, los enfermos son curados, el agua se vuelve vino, la red se llena de peces...

El mejor médico para las almas enfermas, es el mismo que curó a Pedro. Desde entonces continuamente sigue sanando con el amor, la comprensión y el perdón.

Cristo, para perdonar a Pedro, le preguntó que si lo amaba más que los otros seis, allí testigos; y Cristo, porque lo amaba, le perdonó. Sin arrepentimiento, sin propósito de enmienda, no hay perdón. Tal vez Pedro hubiera vuelto a sus antiguas imprudencias y a volver a negar a su Maestro, pero en ese preciso momento estaba total y perfectamente arrepentido.

Buscar y encontrar a Cristo es la mejor curación para el alma caída, atormentada, detrozada. Porque se apartan los hombres de Cristo, es mayor cada día el número de los agobiados con temibles enfermedades del alma.

Volver a Cristo es la prodigiosa curación. Es la paz, el gozo interior experimentado por muchos que, como Pedro, han tenido la dicha de recobrar el tesoro de la paz interior, la gracia, el perdón de Dios.

José Rosario Ramírez M.

El signo de la entrega: el amor

Dentro de la liturgia del rito católico, continuamos hablando de la fe en la Resurrección, cuyo proceso es largo y ciertamente no es sencillo. Ante la muerte de Cristo, podemos descubrir cierto desconcierto y desánimo en los discípulos lo cual nos haría pensar quizás en un estado de depresión. Pareciera que pese a las experiencias del Resucitado de los primeros momentos, ellos vuelven a  casa y retomar su vida cotidiana. Algunos de ellos siguen vinculados; pareciera que Pedro es quien tiene la autoridad, pues de él parte la iniciativa de ir a pescar: el regreso a casa parece representar el regreso a la vida de antes, volver a ser únicamente pescador de peces.  

El final de este Evangelio, el episodio de la triple pregunta de Jesús a Pedro, nos recuerda que, en efecto, sólo en el amor es posible realizar la misión que el Señor nos confía, y que sólo en el amor es posible madurar como discípulo: “cuando seas viejo...”. Para dejar de ser sólo “unos muchachos” y alcanzar la madurez es preciso dejarse interrogar por este Cristo, herido con las huellas de la pasión (el Cordero degollado del Libro del Apocalipsis), y responder, siendo consciente de las propias heridas: también Pedro se presenta ante Jesús herido por su orgullo, su cobardía y sus traiciones. Pero esas heridas pueden ser curadas por el misterio del amor, que lleva a la entrega confiada. La insistencia en la pregunta de Jesús parece subrayar: ¿de verdad me amas? El verdadero amor hay que probarlo superando muchas dificultades, también las que derivan de la propia debilidad. Pero sólo en esa insistencia, que puede llegar a producirnos tristeza, es posible responder desde el fondo del propio ser, en el que habita la verdad de nuestra vida, y no sólo de boquilla, como mero artículo de fe o de modo puramente formal.

La llamada de Jesús, “sígueme”, suena otra vez pero de manera nueva, el camino se reabre: Pedro, el discípulo probado, maduro, puede de verdad cumplir su misión de pastorear el rebaño de Jesús, porque ahora está dispuesto, como el Buen Pastor, a dar la vida por las ovejas.

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