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Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único

Jesús pagó por todos con el precio de su pasión, su muerte y su resurrección

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Crónicas 36,14-16


"El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada".

SEGUNDA LECTURA

Carta del apóstol san Pablo a los Efesios 2,4-10

"Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo —por pura gracia estáis salvados—, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él".

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Juan 3,14-21

"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna".

GUADALAJARA, JALISCO (15/MAR/2015).-
En este cuarto domingo de cuaresma el evangelista San Juan da testimonio de un diálogo privado entre el Señor Jesús y un hombre sabio, inquieto, que va de noche, por miedo a los judíos, a plantearle al Señor el más grande problema para el hombre: la propia salvación.

Él se llama Nicodemo. Era un hombre animado de buenos deseos, de inquietud sana, de anhelo de conocer a ese Galileo que tantos milagros hacía y con un mensaje y una doctrina nunca antes escuchada.

Primero, Cristo le indicó la dirección: volver a nacer; un renacimiento espiritual con el agua y el Espíritu Santo, que eso es el bautismo. Así, al despedirse Jesús de sus discípulos, les ordena: “vayan por todo el mundo, prediquen y bauticen. El que crea y se bautice, se salvará”.

Jesús, cabeza mística de la Iglesia, cuyos miembros son los bautizados, pagó por todos con el precio de su pasión, su muerte y su resurrección. Así revela el misterio a Nicodemo.

La fe no significa la aceptación de un cierto número de verdades y la voluntad de querer cumplir unos preceptos; la fe es reconocer y aceptar la persona de Cristo, que es el Verbo del Padre. Creer en Él es aceptar a la persona viva que de Sí Mismo dijo: “Yo Soy la Verdad”. Por lo tanto, la fe es una respuesta de persona a persona.

Desde que el Hijo de Dios bajó a la tierra, el centro, el núcleo de la fe, es Cristo Jesús. El que tiene fe, cree que verdaderamente el Señor murió el viernes y resucitó el siguiente domingo.

El hombre tiene en sus manos el privilegio de ser libre, quiere o no quiere, hace o no hace. Por eso el ser humano es el único capaz de obrar el bien o el mal; de alcanzar premio, o ser sujeto de castigo.

El Señor vino en persona para liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al príncipe de este mundo, que le retenía en la esclavitud del pecado.

“Todo aquel que hace el mal aborrece la luz y no se acerca a ella”. Para acercarse a Cristo, a la luz, es bueno hacerlo con fe; y será una garantía de una plena participación, si la fe va acompañada de buenas obras. Luego, con una actitud de reconocimiento, de gratitud, exenta de orgullo, de presunción".

Los dones recibidos no han de ser motivo sino para tener conciencia de haberlos recibido, y tener el cuidado de hacerlos fructificar.

“Brille vuestra luz delante de los hombres, de modo que vean vuestras obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos”.

José Rosario Ramírez M.

Fieles hasta el final

Se escucha decir en muchos ámbitos, que hoy por hoy, son muchos los católicos que abandonan su Iglesia y su fe, para emigrar, ya sea a una secta o grupo “cristiano”, o bien para asumir la filosofía o espiritualidad de otras culturas, llámese hiduísmo, budismo y hasta la misma New Age o Nueva Era, la cual engloba a muchas corrientes de pensamiento. Las razones que se esgrimen son muy variadas y no sería posible comentarlas aquí, ni es el caso.

Al respecto, me pregunto, en primer lugar, si en verdad todos aquellos que han optado por dejar de pertenecer y participar en la Iglesia católica, en el momento que lo hicieron, conocían bien a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, entendido ello como un conocimiento experiencial, fruto de un encuentro con Cristo resucitado y vivo; que conocían Su Palabra,  la habían meditado y orado con ella; conocían la vida, los hechos y la doctrina que predicó Jesucristo y dentro de esto, lo que Él pensaba, quería y mandaba para su Iglesia, así mismo, cómo la amaba; conocían la doctrina de la Iglesia, fruto de la reflexión del Magisterio de la misma Iglesia, iluminado e inspirado por el Espíritu Santo, a quien Jesús, por mandato del Padre, le dejó encargado, si se puede decir así, entre otras cosas, de revelarle la verdad completa a aquella a la que le había dejado el depósito de la fe, la Tradición y el mismo Magisterio.

Y en caso de que así fuera, me pregunté si lo estarían viviendo, poniéndolo en práctica en su vida cotidiana, especialmente, entre todo ello, el mandamiento del amor, pero al estilo Jesús, como el mismo lo pidió: “Ámense como YO los he amado”, lo que implica amar y perdonar a los demás sin condición alguna, así fueran seres queridos o nuestros peores enemigos.

La respuesta cayó por su propio peso: era evidente que no; que estaban lejos de todo ello, porque de otra manera, pasara lo que pasara, jamás abandonarían la comunidad que Jesús tanto ama y nos regaló, precisamente para que en ella creciéramos en todas las virtudes pero especialmente en el amor, para aspirar a un día heredar la gloria que nos ganó con su muerte en la cruz y su victoriosa resurrección.

Seguramente esos católicos al desconocer todo eso y vivir alejados de Dios, de su Palabra, de su gran familia y comunidad que es la Iglesia que Jesús fundó, de los sacramentos, signos sensibles de su Gracia, sin la cual nada podemos hacer, al escuchar que les hablan bonito, y les prometen una vida de pura felicidad, sin sufrimientos ni cruz, ni tardos ni perezosos cambian de rumbo, máxime si les resaltan los defectos, errores y pecados que como humanos todos cometemos como miembros de nuestra Iglesia, insinuándoles que ellos y su iglesia, secta o grupo religioso, sí son perfectos.

Las palabras del Evangelio de este domingo son en verdad, duras, determinantes. Jesús afirma a sus oyentes hablando de Sí mismo, que “el que no cree en Él ya está condenado(…); porque estos prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas…”

¡¿Y qué significa creer en Él, sino que es el Hijo de Dios hecho hombre y que Su Palabra es la Verdad, porque se la reveló el Padre y Él a su vez nos la reveló a nosotros, y que por lo tanto hemos de creer en esa Palabra y obedecerle lo que en ella nos dice y nos manda, así como obedecer a aquellos que lo representan en su Iglesia?!

Francisco Javier Cruz Luna

El Señor Jesús es Luz divina

La conversación de Jesús con Nicodemo que nos reporta el Evangelio de este domingo, es sumamente interesante y clarificadora de algunos aspectos existenciales y psicológicos que muchas veces nos pasan desapercibidos, o porque ya consideramos todo como  muy sabido, o porque sólo nos interesa  lo sensacional o lo que está de moda.

Pero la evidencia nos dice que sólo en la luz es posible desarrollar cualquier la actividad en la vida. La  luz artificial, eléctrica, led o incandescente, son ayudas innegables, tanto más que en la actualidad, los avances de la técnica nos han hecho llegar a un punto en el cual basta oprimir un botón y la oscuridad desaparece.

Pero… pensándolo bien, ¿sucede lo mismo con la oscuridad o la claridad de lo más íntimo de nuestro ser en el cual se dan las vivencias verdaderamente auténticas de lo humano.
Es allí donde se viven las experiencias primigenias, donde lo bueno y lo malo coexisten y a veces luchan por predominar y por tomar el volante de la vida.

Es evidente que en la oscuridad no es posible caminar ni avanzar, sólo quien vive en la luz, tiene posibilidades de iluminar y de darse cuenta del bien y el mal que hay en su corazón.
Pero Jesús vino a nosotros como la luz del mundo, para prender una lámpara en el corazón de cada persona.

Muchos no lo reconocen, no quieren reconocerlo precisamente porque sus obras son malas y no quieren verlas ni que se vean.

Nosotros lo sabemos bien, claramente reconocemos cuándo  hacemos bien y cuando hacemos mal. Esta es precisamente la luz que Dios nos da, es decir, la luz de la conciencia.

El hecho mismo de no querer recibir la luz de Dios que Jesucristo nos comunica es ya el principio de todos los males, es decir, la puerta abierta para que entren todos los errores y pecados que oscurecen la vida, y que luego llegan tan disfrazados que en la penumbra no los distinguimos.

Mientras que el hecho mismo de abrir el corazón es entrar en la dinámica divina de la luz donde es Jesucristo la luz verdadera, es aceptar que su amor inunde el corazón. Entonces también la persona se vuelve luminosa y desde ella misma empieza a irradiar esa misma luz que ilumina al mundo.

Y no estoy inventando nada: es lo mismo que decía nuestro Señor Jesucristo cuando en otro momento hablaba de este mismo tema: “Si tus ojos son limpios todo tu ser estará en la luz, pero si no, las tinieblas te envolverán y la oscuridad será tan densa que ni siquiera alcanzarás a distinguir nada porque tus tinieblas serán cada vez más tenebrosas… Mt 6,22-23

Oración


Señor Jesús, yo quiero entrar en tu zona de luz, aunque tenga que enfrentarme con las sombras que habitan en mi corazón, pero si logro verlas en la claridad, podré desenmascararlas y vivir en la claridad de tu luz, junto con la Virgen María y todos los santos.  Gracias Señor por ser la luz del mundo y de todo mi ser. Amén.

María Belén Sánchez, fsp

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