Suplementos
Setenta veces siete
El perdón es una de las exigencias más difíciles y menos practicadas en la vida de quienes pretenden vivir conforme al Evangelio
LA PALABRA DE DIOS
PRIMERA LECTURA:
Eclesiástico 27, 33–28, 9
“Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”.
SEGUNDA LECTURA:
San Pablo a los romanos 14, 7-9
“Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos”.
EVANGELIO:
San Mateo 18, 21-35
“No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta 70 veces siete”.
GUADALAJARA, JALISCO (14/SEP/2014).- Jesús, el Hijo de Dios, ha entregado las llaves del Reino a Simón, quien de ahí en adelante se llamará Pedro porque será piedra fundamental de la Iglesia.
Este sencillo pescador es la cabeza visible y quiere aclarar ante el Maestro una duda, algo que ya se había ofrecido, o que está seguro de que acontecerá, pues en la Iglesia nadie está exento de culpa; y un tema candente, decisivo, es el perdón de las ofensas.
Por eso en nombre de todos y con respeto, pregunta: “Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano, si peca contra mí? “.
El perdón es una de las exigencias más difíciles y menos practicadas en la vida de quienes pretenden vivir conforme al Evangelio.
Quiere saber cuál es el pensamiento del Señor y Pedro insiste. Quiere saber hasta dónde se debe perdonar.
La verdadera libertad está dentro de cada ser libre y pensante, y con la gracia del perdón caen las cadenas.
Pero los hijos caen, pecan, ofenden a Dios, ofenden al prójimo. Cuando el pecador se arrepiente, va en busca del perdón como el hijo pródigo de la parábola, y siempre vuelve alegre, limpio, nuevo, porque infinita es la misericordia de Dios, con Él siempre hay perdón sin límites.
Y sin límites ha de ser también el perdón de un cristiano a otro cristiano.
Por eso la respuesta de Cristo es: “No sólo hasta siete veces, sino hasta 70 veces siete”.
Frase que se puede expresar con una sola palabra: siempre. Ilimitado, absoluto, total, ha de ser el verdadero perdón, a semejanza del perdón divino.
Jamás el Señor pedirá cuentas de las culpas que una vez perdonó.
Sea cual fuere la ofensa, si el corazón está orientado hacia Dios, hay grandeza de alma, hay desprendimiento interior, hay capacidad de perdón.
Cuando los discípulos le pidieron al Señor que los enseñará a orar, entonces escucharon de sus labios la oración del “Padre Nuestro”, cuya última petición tiene una condición: “Perdona nuestras ofensas… como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. O como era la otra versión del catecismo: “Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
En deuda está el pecador, y saldado queda su adeudo cuando Dios le perdona; pero ha de cumplir el perdonado, perdonando a su vez.
El Hijo de Dios bajó a la tierra para dar libertad a los hombres.
El que perdona, porque así los desea Cristo, alcanza y goza la más bella libertad: la libertad interior.
José Rosario Ramírez M.
Más que sólo números
Parte de nuestra vida cotidiana son los números, con un valor y una función muy determinada, mas en la historia de la humanidad no siempre ha sido así, particularmente lo constatamos en los pasajes bíblicos.
En la Sagrada Escritura de los “números redondos” o “aproximativos” se pasa fácilmente a los empleos convencionales, que sería un error entender al pie de la letra, aquí algunos ejemplos:
El dos puede significar “algunos” el doble puede significar una sobreabundancia. El tres es una aproximación del número; por otra parte, la triple repetición de un gesto o de una palabra indica el énfasis, la insistencia, el “superlativo del superlativo”.
El cuatro indica la totalidad del horizonte geográfico (delante, detrás, la derecha, la izquierda): los cuatro vientos.
El cinco tiene valor mnemotécnico (dedos de una mano), que pudo influir en el origen de ciertas prescripciones rituales.
El siete sugiere un número bastante considerable: Caín será vengado siete veces; el justo cae siete veces al día; Pedro quiere perdonar siete veces y Jesús lanza siete demonios de Magdalena. Pero este número tiene un superlativo: Lamec será vengado 77 veces y Pedro deberá perdonar 77 veces o 70 veces siete veces.
El 10 tiene valor mnemotécnico (los 10 dedos), y de ahí su empleo para los 10 mandamientos o las 10 plagas de Egipto. De ahí fluye la idea de una cantidad bastante grande: Labán cambió 10 veces el salario de Jacob y Job fue insultado 10 veces por sus amigos.
El 12 es el número de las lunaciones del año y sugiere por tanto la idea de un ciclo anual completo: las 12 prefecturas de Salomón se encargan por turno del abastecimiento del palacio durante un mes; se ha supuesto que el número de las 12 tribus de Israel estaba en relación con el servicio cultual en el santuario común durante los 12 meses del año.
El 40 designa convencionalmente los años de una generación: 40 años de permanencia en el desierto; 40 años de tranquilidad en Israel después de cada liberación completa por los jueces; 40 años de reinado de David. De ahí surge la idea de un periodo bastante largo, cuya duración exacta no se conoce: 40 días y 40 noches del diluvio, la permanencia de Moisés en el Sinaí; pero los 40 días del viaje de Elías y el ayuno de Cristo repiten simbólicamente los 40 años de Israel en el desierto.
Decidirse a perdonar
El perdón es esencial para una vida auténticamente cristiana, y ha de estar presente en todos los ámbitos de ella; quien se precie de ser o de intentar ser discípulo de Jesús, ha de tener como valor imprescindible la capacidad de perdonar. Capacidad que surge de, primeramente, experimentar ‘en carne propia’, el perdón de Dios.
Es estimulante para el pecador oír: "Ve y no peques más", como le dijo Jesús a la adúltera, pues ese Dios misericordioso no es un Dios complaciente o cómplice, sino un Dios que hace surgir del perdón la fuerza para ponerse en camino hacia la santidad. No se pueden oponer misericordia y justicia. O bien falsificamos la misericordia creyendo que puede ejercerse en detrimento de la justicia, o bien aceptamos fácilmente que Dios sea misericordioso con nosotros y justo con los demás. La misericordia no es indulgencia, sino una justicia superior que de hecho sólo Dios puede permitirse.
Pues este Dios misericordioso también por labios de Jesús, nos manda: "Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados. No condenen y no serán condenados".
Así, después de experimentar esa misericordia y ese perdón —repetimos, "en carne propia"— hemos de pedir de Él los dones de misericordia y de perdón, para entonces ponerlos en práctica y desarrollarlos hasta un grado tal que tengamos, por así decirlo, la capacidad de perdonar ‘setenta veces siete’, es decir, siempre, infaliblemente, siempre, como nos lo recuerda el Evangelio de hoy.
Por lo demás, a nosotros nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos al perdón.
Y de la misma manera que Dios está dispuesto a perdonar ‘todo de todos’, nuestra capacidad de perdón no debe tener límites: ni en el número de veces, ni por la magnitud de la posible ofensa, como, insistimos, lo señala el Evangelio que reflexionamos en la Eucaristía de hoy, el cual también nos hace conscientes de que el perdón nuestro ha de ser profundo, de corazón, como Dios nos perdona a nosotros.
Por otro lado, perdonar no implica necesariamente olvidar las ofensas recibidas, el daño que nos causaron, etc., ya que una de las facultades humanas es la memoria; en cambio sí es posible recordar todo con paz, sin deseos de desquite, venganza, o cualquier otro deseo insano o malvado.
Hoy, el Señor nos llama a ese perdón; Él nos capacitará para poder darlo y a plenitud; ¿cómo? El primer paso es pedírselo, y una vez hecho esto con verdadera fe, esperanza y amor, hemos de ponerlo en práctica, decidiéndonos a perdonar y a dar ese perdón tanto en nuestro corazón como explicitándoselo al que se lo damos; no importa que nuestros sentimientos no concuerden en ese momento con nuestra decisión.
Francisco Javier Cruz Luna
Escuchando la voz de Dios
Aunque en la actualidad hay voces que gritan muy fuerte en nuestro mundo, la voz de nuestro Señor Jesucristo es todavía más fuerte y más incisiva que todos los mensajes que a diario recibimos.
No basta cerrar los oídos o escuchar como quien oye llover y no se moja, o alejarse con ademán desdeñoso de aquello que creemos es un mensaje anticuado, obsoleto que ya nuestro tercer milenio ha superado.
No obstante, la lección divina del Señor sigue siendo actual y viva: la comprensión, el amor, el perdón, a veces absurdo, son palabras eternas que nos hacen ver claramente cómo actúa Dios con nosotros.
Muchas veces escuchamos hablar de “la justicia de Dios”, y yo diría más bien que todo nos grita en voz alta “la injusticia de Dios”.
Si pecamos, no nos castiga ni nos condena, más bien nos perdona.
Si le olvidamos, Él se acuerda siempre de nosotros.
Si nos alejamos, espera pacientemente a que regresemos…
Si nunca le rezamos ni le gamos gracias, el día en que acudimos a Él porque es nuestro último recurso, nos recibe con los brazos abiertos.
Y hay que tener bien claro, que Dios no nos condena ni nos castiga… somos nosotros mismos que nos alejamos de su ámbito.
Y consecuentemente, lo que toca a cada uno de nosotros es aprender de su ejemplo y actuar en consecuencia.
El Evangelio nos muestra hoy un ejemplo bien claro. Es bueno volverlo a leer y ponernos en el lugar del que fue perdonado, y tal vez también en el del que no quiere perdonar.
¿En dónde escuché o leí el ejemplo de aquel hombre que prestó a su amigo una cantidad de dinero, y que el amigo, en vez de pagarle le volvió la espalda? Entonces aquel, se acercó a su amigo y le dijo: "No es necesario que me pagues, prefiero perder mi dinero que tu amistad, quiero que sigas siendo mi amigo como antes…”
El Evangelio nos enseña a que seamos buenos, no tontos, pero cada uno es inteligente y sabe reconocer la diferencia. Y si no, lo mejor es pedirla a Dios por medio de Cristo Jesús nuestro Señor como lo hicieron en su momento nuestros santos mártires.
ORACION
Señor Jesús, yo quiero ser como Tú,
imitar el ejemplo de la misma manera que lo hizo
tu madre santísima, la Virgen María, y todos los santos
que han seguido en pos de ti sobre tus huellas.
Ayúdame a entender que vale más tu gracia y tu amor
que mi ego, mi soberbia y todos los bienes de este mundo.
Permíteme entender bien tu mensaje y vivirlo plenamente,
para que me reconozcas como uno de los tuyos:
en tu equipo a tu lado, donde quiero permanecer siempre. Amén.
María Belén Sánchez, fsp
PRIMERA LECTURA:
Eclesiástico 27, 33–28, 9
“Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”.
SEGUNDA LECTURA:
San Pablo a los romanos 14, 7-9
“Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos”.
EVANGELIO:
San Mateo 18, 21-35
“No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta 70 veces siete”.
GUADALAJARA, JALISCO (14/SEP/2014).- Jesús, el Hijo de Dios, ha entregado las llaves del Reino a Simón, quien de ahí en adelante se llamará Pedro porque será piedra fundamental de la Iglesia.
Este sencillo pescador es la cabeza visible y quiere aclarar ante el Maestro una duda, algo que ya se había ofrecido, o que está seguro de que acontecerá, pues en la Iglesia nadie está exento de culpa; y un tema candente, decisivo, es el perdón de las ofensas.
Por eso en nombre de todos y con respeto, pregunta: “Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano, si peca contra mí? “.
El perdón es una de las exigencias más difíciles y menos practicadas en la vida de quienes pretenden vivir conforme al Evangelio.
Quiere saber cuál es el pensamiento del Señor y Pedro insiste. Quiere saber hasta dónde se debe perdonar.
La verdadera libertad está dentro de cada ser libre y pensante, y con la gracia del perdón caen las cadenas.
Pero los hijos caen, pecan, ofenden a Dios, ofenden al prójimo. Cuando el pecador se arrepiente, va en busca del perdón como el hijo pródigo de la parábola, y siempre vuelve alegre, limpio, nuevo, porque infinita es la misericordia de Dios, con Él siempre hay perdón sin límites.
Y sin límites ha de ser también el perdón de un cristiano a otro cristiano.
Por eso la respuesta de Cristo es: “No sólo hasta siete veces, sino hasta 70 veces siete”.
Frase que se puede expresar con una sola palabra: siempre. Ilimitado, absoluto, total, ha de ser el verdadero perdón, a semejanza del perdón divino.
Jamás el Señor pedirá cuentas de las culpas que una vez perdonó.
Sea cual fuere la ofensa, si el corazón está orientado hacia Dios, hay grandeza de alma, hay desprendimiento interior, hay capacidad de perdón.
Cuando los discípulos le pidieron al Señor que los enseñará a orar, entonces escucharon de sus labios la oración del “Padre Nuestro”, cuya última petición tiene una condición: “Perdona nuestras ofensas… como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. O como era la otra versión del catecismo: “Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
En deuda está el pecador, y saldado queda su adeudo cuando Dios le perdona; pero ha de cumplir el perdonado, perdonando a su vez.
El Hijo de Dios bajó a la tierra para dar libertad a los hombres.
El que perdona, porque así los desea Cristo, alcanza y goza la más bella libertad: la libertad interior.
José Rosario Ramírez M.
Más que sólo números
Parte de nuestra vida cotidiana son los números, con un valor y una función muy determinada, mas en la historia de la humanidad no siempre ha sido así, particularmente lo constatamos en los pasajes bíblicos.
En la Sagrada Escritura de los “números redondos” o “aproximativos” se pasa fácilmente a los empleos convencionales, que sería un error entender al pie de la letra, aquí algunos ejemplos:
El dos puede significar “algunos” el doble puede significar una sobreabundancia. El tres es una aproximación del número; por otra parte, la triple repetición de un gesto o de una palabra indica el énfasis, la insistencia, el “superlativo del superlativo”.
El cuatro indica la totalidad del horizonte geográfico (delante, detrás, la derecha, la izquierda): los cuatro vientos.
El cinco tiene valor mnemotécnico (dedos de una mano), que pudo influir en el origen de ciertas prescripciones rituales.
El siete sugiere un número bastante considerable: Caín será vengado siete veces; el justo cae siete veces al día; Pedro quiere perdonar siete veces y Jesús lanza siete demonios de Magdalena. Pero este número tiene un superlativo: Lamec será vengado 77 veces y Pedro deberá perdonar 77 veces o 70 veces siete veces.
El 10 tiene valor mnemotécnico (los 10 dedos), y de ahí su empleo para los 10 mandamientos o las 10 plagas de Egipto. De ahí fluye la idea de una cantidad bastante grande: Labán cambió 10 veces el salario de Jacob y Job fue insultado 10 veces por sus amigos.
El 12 es el número de las lunaciones del año y sugiere por tanto la idea de un ciclo anual completo: las 12 prefecturas de Salomón se encargan por turno del abastecimiento del palacio durante un mes; se ha supuesto que el número de las 12 tribus de Israel estaba en relación con el servicio cultual en el santuario común durante los 12 meses del año.
El 40 designa convencionalmente los años de una generación: 40 años de permanencia en el desierto; 40 años de tranquilidad en Israel después de cada liberación completa por los jueces; 40 años de reinado de David. De ahí surge la idea de un periodo bastante largo, cuya duración exacta no se conoce: 40 días y 40 noches del diluvio, la permanencia de Moisés en el Sinaí; pero los 40 días del viaje de Elías y el ayuno de Cristo repiten simbólicamente los 40 años de Israel en el desierto.
Decidirse a perdonar
El perdón es esencial para una vida auténticamente cristiana, y ha de estar presente en todos los ámbitos de ella; quien se precie de ser o de intentar ser discípulo de Jesús, ha de tener como valor imprescindible la capacidad de perdonar. Capacidad que surge de, primeramente, experimentar ‘en carne propia’, el perdón de Dios.
Es estimulante para el pecador oír: "Ve y no peques más", como le dijo Jesús a la adúltera, pues ese Dios misericordioso no es un Dios complaciente o cómplice, sino un Dios que hace surgir del perdón la fuerza para ponerse en camino hacia la santidad. No se pueden oponer misericordia y justicia. O bien falsificamos la misericordia creyendo que puede ejercerse en detrimento de la justicia, o bien aceptamos fácilmente que Dios sea misericordioso con nosotros y justo con los demás. La misericordia no es indulgencia, sino una justicia superior que de hecho sólo Dios puede permitirse.
Pues este Dios misericordioso también por labios de Jesús, nos manda: "Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados. No condenen y no serán condenados".
Así, después de experimentar esa misericordia y ese perdón —repetimos, "en carne propia"— hemos de pedir de Él los dones de misericordia y de perdón, para entonces ponerlos en práctica y desarrollarlos hasta un grado tal que tengamos, por así decirlo, la capacidad de perdonar ‘setenta veces siete’, es decir, siempre, infaliblemente, siempre, como nos lo recuerda el Evangelio de hoy.
Por lo demás, a nosotros nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos al perdón.
Y de la misma manera que Dios está dispuesto a perdonar ‘todo de todos’, nuestra capacidad de perdón no debe tener límites: ni en el número de veces, ni por la magnitud de la posible ofensa, como, insistimos, lo señala el Evangelio que reflexionamos en la Eucaristía de hoy, el cual también nos hace conscientes de que el perdón nuestro ha de ser profundo, de corazón, como Dios nos perdona a nosotros.
Por otro lado, perdonar no implica necesariamente olvidar las ofensas recibidas, el daño que nos causaron, etc., ya que una de las facultades humanas es la memoria; en cambio sí es posible recordar todo con paz, sin deseos de desquite, venganza, o cualquier otro deseo insano o malvado.
Hoy, el Señor nos llama a ese perdón; Él nos capacitará para poder darlo y a plenitud; ¿cómo? El primer paso es pedírselo, y una vez hecho esto con verdadera fe, esperanza y amor, hemos de ponerlo en práctica, decidiéndonos a perdonar y a dar ese perdón tanto en nuestro corazón como explicitándoselo al que se lo damos; no importa que nuestros sentimientos no concuerden en ese momento con nuestra decisión.
Francisco Javier Cruz Luna
Escuchando la voz de Dios
Aunque en la actualidad hay voces que gritan muy fuerte en nuestro mundo, la voz de nuestro Señor Jesucristo es todavía más fuerte y más incisiva que todos los mensajes que a diario recibimos.
No basta cerrar los oídos o escuchar como quien oye llover y no se moja, o alejarse con ademán desdeñoso de aquello que creemos es un mensaje anticuado, obsoleto que ya nuestro tercer milenio ha superado.
No obstante, la lección divina del Señor sigue siendo actual y viva: la comprensión, el amor, el perdón, a veces absurdo, son palabras eternas que nos hacen ver claramente cómo actúa Dios con nosotros.
Muchas veces escuchamos hablar de “la justicia de Dios”, y yo diría más bien que todo nos grita en voz alta “la injusticia de Dios”.
Si pecamos, no nos castiga ni nos condena, más bien nos perdona.
Si le olvidamos, Él se acuerda siempre de nosotros.
Si nos alejamos, espera pacientemente a que regresemos…
Si nunca le rezamos ni le gamos gracias, el día en que acudimos a Él porque es nuestro último recurso, nos recibe con los brazos abiertos.
Y hay que tener bien claro, que Dios no nos condena ni nos castiga… somos nosotros mismos que nos alejamos de su ámbito.
Y consecuentemente, lo que toca a cada uno de nosotros es aprender de su ejemplo y actuar en consecuencia.
El Evangelio nos muestra hoy un ejemplo bien claro. Es bueno volverlo a leer y ponernos en el lugar del que fue perdonado, y tal vez también en el del que no quiere perdonar.
¿En dónde escuché o leí el ejemplo de aquel hombre que prestó a su amigo una cantidad de dinero, y que el amigo, en vez de pagarle le volvió la espalda? Entonces aquel, se acercó a su amigo y le dijo: "No es necesario que me pagues, prefiero perder mi dinero que tu amistad, quiero que sigas siendo mi amigo como antes…”
El Evangelio nos enseña a que seamos buenos, no tontos, pero cada uno es inteligente y sabe reconocer la diferencia. Y si no, lo mejor es pedirla a Dios por medio de Cristo Jesús nuestro Señor como lo hicieron en su momento nuestros santos mártires.
ORACION
Señor Jesús, yo quiero ser como Tú,
imitar el ejemplo de la misma manera que lo hizo
tu madre santísima, la Virgen María, y todos los santos
que han seguido en pos de ti sobre tus huellas.
Ayúdame a entender que vale más tu gracia y tu amor
que mi ego, mi soberbia y todos los bienes de este mundo.
Permíteme entender bien tu mensaje y vivirlo plenamente,
para que me reconozcas como uno de los tuyos:
en tu equipo a tu lado, donde quiero permanecer siempre. Amén.
María Belén Sánchez, fsp