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Ser o no ser del Reino, es responsabilidad de cada humano

Cristo reina sobre todas las cosas, pero el hombre ha de aceptarlo por voluntad propia

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Ezequiel 34, 11-12. 15-17

“Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido”.

SEGUNDA LECTURA:

Primera carta de San Pablo a los Corintios 15, 20-26. 28

“Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos… si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida”.

EVANGELIO:

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (25,31-46)

“Les aseguro que cada vez que lo hagan con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicieron”.

GUADALAJARA, JALISCO (23/NOV/2014).- Con la solemnidad de Cristo Rey del Universo, de toda la creación, se cierra el año de la Iglesia. En el año litúrgico los cristianos van celebrando los misterios de la vida del Señor, y en este domingo termina un caminar, para iniciar una vez más, el siguiente año, el ciclo B.

“Mi Reino no es de este mundo”, pero se inicia en este mundo, aquí en la tierra, si se acepta; o no se inicia si se rechaza. Es el gran misterio de Cristo, y en su obra aparece siempre el otro misterio: el de el libre albedrío del hombre. Ser o no ser del Reino es responsabilidad de cada humano: si acepta con la Fe o con la incredulidad rechaza.

Cristo, el Rey Pacífico, es el Rey Pastor que busca a sus ovejas, las congrega, las reúne, las apacienta, las guía y las conduce desde el tiempo hasta la vida eterna.

Alienta a los débiles y decaídos, nutre a los hambrientos, cura a los enfermos y derrotados, a los cargados de achaques; perdona una y mil veces a los rebeldes, a los extraviados.

No se encuentra en la redondez del globo un Rey mejor, tan lleno de amor por los suyos, que se entregó a la muerte por salvar a todos. Ciertamente, no hay amor más grande que el amor redentor del Hijo de Dios.

Encontrar a Cristo es encontrar el tesoro escondido; es poseer la perla preciosa.

“La razón más alta de la dignidad humana, consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe, pura y simplemente, por el amor de Dios que lo creó y por el amor de Dios que lo conserva”.

Dios es quien rige al hombre, y el hombre de Dios depende. Esta proposición, negada por los ateos, los deja en confusión, en incertidumbre, en angustia.

El que tiene Fe, acepta y dice: “En Dios estamos, nos movemos y somos” y espera que el Reino de Cristo llegue a todos; primero a cada pecho, a cada individuo. Luego a cada familia, a los pueblos, a las naciones.

José Rosario Ramírez M.

Un estilo de vida, más que un mandamiento

En esta festividad de Cristo Rey, concluimos el tiempo ordinario de este año; y es así como Jesús nos deja una de las enseñanzas más grandes; “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Pero… ¿Cuántas veces nos acordamos de esta cita al estar frente a un enfermo, un hambriento o un forastero? ¿Cuántas veces hemos amado al prójimo como nos amamos a nosotros mismos, incluso más que eso?

El acto del amor, va más allá de un mandato de Dios, como lo menciona el Papa Benedicto XVI, es un don, una realidad que nos hace conocer y experimentar el amor a nuestro prójimo sin medida.

Al hablar de este amor que todo lo da, todo lo puede y todo lo soporta, vienen a mi mente los grandes santos de la Iglesia católica, que sin medida lo han entregado todo por servir a Dios, nos han mostrado cómo con ese amor tan grande pueden transformar el mundo, San Juan Pablo II, la Madre Teresa de Calcuta, San Francisco de Asís, Santa Teresita del Niño Jesús, San Francisco Javier, San Ignacio de Loyola, entre muchos otros que por amor han decidido transformar su entorno.

Todos ellos fueron personas como cualquiera de nosotros, pero con la diferencia que decidieron cambiar su entorno sin ningún interés; convirtieron su vida en un suceso extraordinario, en un ejemplo de vida para la sociedad. La vida de estos santos llegó a convertirse de algo ordinario a lo extraordinario, con el simple hecho de amar desinteresadamente y preocupándose por el otro, por los más débiles, los pobres, los que sufren.

Ante las adversidades de un mundo frío lleno de violencia, necesitamos ser personas que desinteresadamente ayudemos al prójimo, que —como lo dice el Papa Francisco—, tengamos la necesidad de encontrar “paz para todo el mundo, desgarrado por la violencia”; y con amor, justicia, paz y solidaridad podremos cambiar nuestro entorno, con un cambio desde el corazón.

Estemos preparados para la venida del Hijo de Dios, vivamos y actuemos hoy, sin pretensiones ni juicios; simplemente dando el don que Él nos ha dado.

Dejarse poseer por Cristo

Ser cristiano va más allá de un estilo de conducta, de una cultura con unas reglas y una moral; todo ello serían las consecuencias, los frutos, la añadidura, diría el mismo Jesús; ser cristiano es dejarse poseer por Jesucristo, por medio de su Espíritu, quien es el encargado, el artífice de la continuación de la obra del mismo Cristo aquí en la tierra, hasta su segunda venida.

¿Sencillo? Sí. ¿Fácil? En absoluto.

Sí es sencillo porque así son todas las cosas de Dios, sin doblez, sin mascaradas, sin complicaciones. Jesús así lo planteaba al indicarnos cómo deberían ser nuestras respuestas ante todas las situaciones de vida, obviamente con mayor razón tratándose de la esfera divina: "Que su sí sea sí y su no sea no" (Mt. 5, 37).

Jesús siempre fue transparente y claro al hablar para los que tenían corazón e intenciones limpias, para los que no, no sólo era complicado, sino imposible de entender; por ello llegó a sentenciar a aquellos que tenían el corazón duro y los oídos cerrados: "Tienen ojos y no ven; tienen oídos y no oyen" (Mc. 8, 18).

No es fácil, porque llevamos impreso en nuestra naturaleza, y es connatural a ella, nuestro egoísmo, como herencia del pecado de nuestros primeros padres, entendido éste como un ‘no’ al amor de Dios, un rechazo a su misericordia, a su plan de salvación, y es por ello que nos es tan difícil dar ese paso de renuncia a ser nuestros propios señores, que gobernamos nuestra propia vida con nuestros propios criterios, nuestras propias leyes y hasta nuestros propios gustos, preferencias y caprichos y, el colmo, nuestra propia religión y nuestros propios dioses. Hemos de renunciar a ello, para entonces abrirnos de par en par al Señorío de Jesús en todas la áreas de nuestra vida. Ése es el significado profundo de la fiesta de “Jesucristo Rey del Universo”, que hoy celebramos en la Iglesia. Por ello no basta que lo sea del Universo, es preciso que lo sea de nuestro corazón, de nuestra vida, de nuestra persona, de todo lo que somos y poseemos, de otra manera, no puede ser.

Jesús mismo nos puso el ejemplo, la muestra, y no sólo con su dicho ante Pilatos, ante quien reconoce ser un Rey divino, sino con su propia vida, según lo consigna san Pablo en su carta a los Filipenses: “(Jesús) siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese  que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre.” (Fil 2, 6-11).

Francisco Javier Cruz Luna

Jesucristo, Rey del Universo

Al grito de ¡Viva Cristo Rey! un grupo de muchachos valientes se lanzaron a luchar en defensa de su fe. Sin duda ellos entonces —hace ya casi cien años—, tenían ideas claras, lo que tal vez no tenemos en el presente los que vivimos en la actualidad.

Aunque en aquel entonces también ellos se dejaron arrastrar inevitablemente por la ola de violencia que los envolvía… porque es matemático: la violencia, genera más violencia, ya que no se puede cosechar nada distinto a lo que se ha sembrado.

Y lo que sembramos en el corazón es lo que germina y fructifica, pero es también lo que se comunica y se contagia en el entorno. No es mentira, lo estamos viendo todos los días en todo lo que sucede, tanto en nuestro mundo como en nuestro país y en nuestras mismas familias o comunidades.

Todavía no hemos entendido que Cristo Jesús quiere reinar en nuestros corazones y en toda la tierra; pero tampoco hemos entendido que el Reino de Jesucristo es *paz, *justicia, *amor, *comprensión, *colaboración, *ayuda mutua, *perdón  *… (pon lo que falta).

En ese Reino de Dios que camina más en rieles espirituales que materiales, el Señor Jesús dejó tan sólo una ley: EL AMOR, y desde allí se desprende todo lo demás.

Jesucristo quiere ser Rey de bondad y de amor, no de violencia, ni de sufrimiento y muerte. Si vamos por otros caminos, tenemos que preguntarnos a quién es que estamos siguiendo y a quién ponemos en el centro de nuestro corazón para hacerlo nuestro rey.

Esto es lo que debemos considerar seriamente en nuestro corazón y hacerle un espacio a Jesucristo para que reine en él.

De nada servirá que alcemos nuestra voz para gritar: ¡Viva Cristo Rey! si albergamos sentimientos contrarios a los suyos; si adoptamos ideologías contrarias a sus enseñanzas; si como cristianos que   somos, actuamos en forma diametralmente distinta.

Hoy estamos a tiempo de enderezar lo que sabemos que no anda bien y decidir por cuál camino queremos transitar.   

Oración

Señor Jesús acudimos a Ti, con la confianza plena de que Tú nos conoces y sabes la situación que cada uno de nosotros estamos viviendo en este momento.
Sabemos claramente que si queremos seguirte
tenemos que ir contracorriente, porque todo invita
a ir por una ruta de violencia y de contradicción.
Ayúdanos, Señor Jesús a encontrar la paz del corazón
y a construir en nuestros ambientes la realidad del Reino que Tú mismo quisiste instaurar en nuestro mundo. Así podremos decirte con todo el corazón: ¡Viva Cristo Rey!

María Belén Sánchez, fsp

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