Suplementos
¡Señor mío y Dios mío!
Cristo resucitado se presente a los apóstoles
LA PALABRA DE DIOS
PRIMERA LECTURA:
Hechos de los Apóstoles 4, 32-35
“Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor”.
SEGUNDA LECTURA:
Primera Carta del Apóstol San Juan 5, 1-6
“En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos”.
EVANGELIO:
San Juan 20, 19-31
“Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”.
GUADALAJARA, JALISCO (12/ABR/2015).- Señor de la vida y vencedor de la muerte, Jesús resucitado se presentó ante sus temblorosos 11 discípulos, portador de una vida nueva.
Y allí estaba Jesús resucitado, glorioso, ante sus discípulos con un amable saludo: “La paz sea con ustedes”.
Saludo, sí, pero más que todo un gran regalo: la presencia de Jesús vivo y glorioso los bañó de paz.
El Hijo de Dios tomó la naturaleza humana para redimir —redimir es pagar— a todos los pecadores, con su vida, con su pasión, con su muerte y su resurrección. Así que es el único portador del perdón.
Más el perdón lo dejó para todos los hombres, de todos los tiempos.
Para que su perdón siempre estuviera presente en el mundo, con su poder divino Jesucristo dejó en hombres, también pecadores, el poder de perdonar a otros pecadores.
Así, la Iglesia, por medio de sus ministros, ha sido en 21 siglos instrumento de perdón, por ser el mismo Señor Jesucristo quien perdona, y el que perdona los pecados al que ha caído es solamente el ministro, es decir, el que administra lo que no es suyo.
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y si no meto mi mano en su costado, no creeré”.
La fe tiene un alto precio, es la virtud que acepta lo que no ha visto, ni oído, ni tocado y hasta aparece por otros senderos que no son los de la razón.
Era muy grande el prodigio de que Aquél a quien todos vieron expirar clavado en una cruz, estuviera vivo el domingo.
Era tan débil y pequeña la fe de Tomás, y tan terco él, que para creerlo solo quería el testimonio de sus ojos. Y el Señor le cumplió ese deseo.
Ante la evidencia, ya sin titubeos, Tomás tal vez cayó de rodillas, como lo han expresado muchos artistas en sus lienzos y exclamó: ¡Señor mío y Dios mío!
Durante 21 siglos, han tomado los cristianos como clave, centro y fundamento de su fe, de su esperanza, de su vida —aquí terrena y luego eterna— el hecho histórico de que Cristo resucitó.
José Rosario Ramírez M.
La crisis de la Iglesia
El anuncio de la pasión sumergió a los discípulos en una profunda crisis que generó divisiones, traiciones y cobardías, como fue en el caso de Judas, que entregó a Jesús, y de Pedro, que lo negó. Las crisis en la historia de la Iglesia se agudizan con las pobrezas y falencias de la Humanidad. Los pobres siempre han sido un parámetro que agudiza la situación de crisis, pues —como en tiempos de Jesús— hay quienes quisieran un Mesías glorioso, victorioso.
Sin embargo, Jesús mismo había querido apagar el escándalo de la cruz con su transfiguración, mostrando que el camino de la gloria pasa por la cruz, no que la cruz sea el camino, lo cual es totalmente distinto.
La Iglesia siempre encuentra a Jesús resucitado que sale a su encuentro, porque mucho antes de que salgamos Jesús ya está en camino para acogernos. La vida que Jesús nos ofrece no es mérito nuestro alguno, sino que priva la gratuidad de Dios por encima de todo mérito humano. Dios nunca ha dejado de manifestar su voluntad a través de los signos de los tiempos. No es la conversión de María Magdalena lo que atrae el amor de Dios, sino el amor de Dios que ha llevado a la Iglesia convertida a ser testigo del amor de Dios.
No hay resurrección que se pueda apreciar si se pone la condición de pedir señales. Pedir signos y señales es ya negarse a creer. La resurrección de Jesús es tan evidente que la misma unidad de la Iglesia brota de Él, porque la Iglesia es la esposa de Cristo, el cuerpo místico que alimenta del cuerpo eucarístico.
Dios nunca se cansa
En la muerte de Jesús en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra Sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical.
Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan en su evangelio: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19, 37), ayuda a comprender que “Dios es amor” (1Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.
Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cfr. 1Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un ‘mandamiento’, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro (Deus Caritas Est. #s. 1 y 12. Benedicto XVI).
El mundo, en la actualidad, está sumergido en una situación tan crítica, que no sería exagerado ni aventurado afirmar que está al borde del caos, hecho factible debido a la actual globalización que hace que una guerra en uno de los hemisferios, afectaría sin duda a los países del otro. Ello se debe a que el ser humano ha preferido marchar por el derrotero complicado, ignorando el sencillo y simple, ya sea por desconocimiento de que éste existe, por negligencia o, ya sea, a propósito, cuando los gobiernos de algunos países, guardan aun grandes planes de dominio tanto en el aspecto político, como económico y social.
Sí, porque en Cristo está la solución. Confiar, abandonarse y obedecer a Cristo, nos lleva a tener los mismos sentimientos, pensamientos y decisiones que Él; y si los pueblos de la tierra y sus gobernantes amaran y obedecieran a quien dio su vida para que hombres y mujeres fuéramos felices, estuviéramos contemplando otro panorama, porque ello llevaría a que todo fuera sumamente sencillo y simple, ya que Cristo haría todas las cosas a través de quienes creemos en Él, siendo nosotros tan sólo instrumentos de Él, y desde luego, como siempre, haría tan solo la voluntad de Dios Padre, quien desea fervientemente que “todos sus hijos se conviertan y lleguen al conocimiento de la Verdad.”
Por lo demás, estamos aun a tiempo de evitar la debacle, arrepintiéndonos y cambiando de vida, pues como afirma el Papa Francisco: “Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos –y muy pronto, de pedir perdón”. En este “Domingo de la Misericordia Divina, volteemos nuestros ojos hacia Cristo resucitado e imploremos su misericordia y su perdón y nuestra vida cambiará.
¡PRUEBEN Y VEAN CUÁN BUENO ES EL SEÑOR! (Sal 34).
Francisco Javier Cruz Luna
Fe y Paz
Cada año la Pascua nos trae en Mensaje de alegría que ciertamente es gratuito por parte de Dios, pero también implica un compromiso serio de quien quiere aceptarlo y recibirlo. Se trata de abrir el corazón a la fe y dejar que la luz de Dios ilumine todo el ser.
Cuando la fe inunda toda nuestra persona, invariablemente surge la paz que es otro de los grandes dones que el Señor Jesús nos regala.
Fe y paz son correlativas y siempre andan juntas; cuando dejamos espacio a una de las dos, enseguida viene la otra a alojarse junto a ella. Y también a la inversa, cuando desdeñamos la fe o alteramos la paz, las dos se van retirando.
Es como lo que sucede a niveles mucho más inferiores, pero que también podemos constatar: cuando de una casa, o un rancho se alejan las personas, invariablemente también los perros se van de allí, y poco a poco también las rosas mueren, incluso los rosales se secan y no por falta de agua… así pues, perros y rosas sólo prosperan donde hay gente.
Así a niveles superiores espirituales, la paz, solamente surge en el ser humano que tiene fe; y la persona que cultiva una sincera actitud de paz, propicia en sí misma la fe.
Sin embargo, fe y paz son dones de Dios que de la misma manera que se dan gratuitamente, únicamente por la misericordia de su amor, también se nos dan si los pedimos con insistencia.
Fe y paz son gracias que el Señor Jesús nos ha merecido con su pasión, muerte y resurrección. Son la herencia más valiosa que nos ha conseguido, aunque a veces no lo queremos reconocer de inmediato y vamos por allí alimentando odios y violencias y escuchando la duda, la indiferencia o prestando oídos a teorías novedosas y extrañas. Porque ciertamente en nuestro mundo hay cosas más sensacionales y fascinantes que a menudo nos encandilan, pero que nunca nos darán la felicidad que Cristo Jesús nos ofrece.
Oración
Señor Jesús: yo quiero creer en Ti,
en tu Palabra, en tu promesa de vida eterna.
Quiero hacer germinar en mi corazón
esa paz que nos das como semilla
para que sea guía en mi camino.
No importa lo que suceda a mi alrededor,
no importa lo que intente desviarme,
la luz que me ilumina es la fe que Tú me das
y la fuerza que me impulsa a seguir
es la paz que surge de tu promesa eterna.
Ayúdame, Señor en mis momentos de duda
y de desaliento, para que no me aleje
nunca de tu amor. Amén.
María Belén Sánchez, fsp
PRIMERA LECTURA:
Hechos de los Apóstoles 4, 32-35
“Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor”.
SEGUNDA LECTURA:
Primera Carta del Apóstol San Juan 5, 1-6
“En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos”.
EVANGELIO:
San Juan 20, 19-31
“Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”.
GUADALAJARA, JALISCO (12/ABR/2015).- Señor de la vida y vencedor de la muerte, Jesús resucitado se presentó ante sus temblorosos 11 discípulos, portador de una vida nueva.
Y allí estaba Jesús resucitado, glorioso, ante sus discípulos con un amable saludo: “La paz sea con ustedes”.
Saludo, sí, pero más que todo un gran regalo: la presencia de Jesús vivo y glorioso los bañó de paz.
El Hijo de Dios tomó la naturaleza humana para redimir —redimir es pagar— a todos los pecadores, con su vida, con su pasión, con su muerte y su resurrección. Así que es el único portador del perdón.
Más el perdón lo dejó para todos los hombres, de todos los tiempos.
Para que su perdón siempre estuviera presente en el mundo, con su poder divino Jesucristo dejó en hombres, también pecadores, el poder de perdonar a otros pecadores.
Así, la Iglesia, por medio de sus ministros, ha sido en 21 siglos instrumento de perdón, por ser el mismo Señor Jesucristo quien perdona, y el que perdona los pecados al que ha caído es solamente el ministro, es decir, el que administra lo que no es suyo.
“Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y si no meto mi mano en su costado, no creeré”.
La fe tiene un alto precio, es la virtud que acepta lo que no ha visto, ni oído, ni tocado y hasta aparece por otros senderos que no son los de la razón.
Era muy grande el prodigio de que Aquél a quien todos vieron expirar clavado en una cruz, estuviera vivo el domingo.
Era tan débil y pequeña la fe de Tomás, y tan terco él, que para creerlo solo quería el testimonio de sus ojos. Y el Señor le cumplió ese deseo.
Ante la evidencia, ya sin titubeos, Tomás tal vez cayó de rodillas, como lo han expresado muchos artistas en sus lienzos y exclamó: ¡Señor mío y Dios mío!
Durante 21 siglos, han tomado los cristianos como clave, centro y fundamento de su fe, de su esperanza, de su vida —aquí terrena y luego eterna— el hecho histórico de que Cristo resucitó.
José Rosario Ramírez M.
La crisis de la Iglesia
El anuncio de la pasión sumergió a los discípulos en una profunda crisis que generó divisiones, traiciones y cobardías, como fue en el caso de Judas, que entregó a Jesús, y de Pedro, que lo negó. Las crisis en la historia de la Iglesia se agudizan con las pobrezas y falencias de la Humanidad. Los pobres siempre han sido un parámetro que agudiza la situación de crisis, pues —como en tiempos de Jesús— hay quienes quisieran un Mesías glorioso, victorioso.
Sin embargo, Jesús mismo había querido apagar el escándalo de la cruz con su transfiguración, mostrando que el camino de la gloria pasa por la cruz, no que la cruz sea el camino, lo cual es totalmente distinto.
La Iglesia siempre encuentra a Jesús resucitado que sale a su encuentro, porque mucho antes de que salgamos Jesús ya está en camino para acogernos. La vida que Jesús nos ofrece no es mérito nuestro alguno, sino que priva la gratuidad de Dios por encima de todo mérito humano. Dios nunca ha dejado de manifestar su voluntad a través de los signos de los tiempos. No es la conversión de María Magdalena lo que atrae el amor de Dios, sino el amor de Dios que ha llevado a la Iglesia convertida a ser testigo del amor de Dios.
No hay resurrección que se pueda apreciar si se pone la condición de pedir señales. Pedir signos y señales es ya negarse a creer. La resurrección de Jesús es tan evidente que la misma unidad de la Iglesia brota de Él, porque la Iglesia es la esposa de Cristo, el cuerpo místico que alimenta del cuerpo eucarístico.
Dios nunca se cansa
En la muerte de Jesús en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra Sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical.
Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan en su evangelio: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19, 37), ayuda a comprender que “Dios es amor” (1Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.
Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cfr. 1Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un ‘mandamiento’, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro (Deus Caritas Est. #s. 1 y 12. Benedicto XVI).
El mundo, en la actualidad, está sumergido en una situación tan crítica, que no sería exagerado ni aventurado afirmar que está al borde del caos, hecho factible debido a la actual globalización que hace que una guerra en uno de los hemisferios, afectaría sin duda a los países del otro. Ello se debe a que el ser humano ha preferido marchar por el derrotero complicado, ignorando el sencillo y simple, ya sea por desconocimiento de que éste existe, por negligencia o, ya sea, a propósito, cuando los gobiernos de algunos países, guardan aun grandes planes de dominio tanto en el aspecto político, como económico y social.
Sí, porque en Cristo está la solución. Confiar, abandonarse y obedecer a Cristo, nos lleva a tener los mismos sentimientos, pensamientos y decisiones que Él; y si los pueblos de la tierra y sus gobernantes amaran y obedecieran a quien dio su vida para que hombres y mujeres fuéramos felices, estuviéramos contemplando otro panorama, porque ello llevaría a que todo fuera sumamente sencillo y simple, ya que Cristo haría todas las cosas a través de quienes creemos en Él, siendo nosotros tan sólo instrumentos de Él, y desde luego, como siempre, haría tan solo la voluntad de Dios Padre, quien desea fervientemente que “todos sus hijos se conviertan y lleguen al conocimiento de la Verdad.”
Por lo demás, estamos aun a tiempo de evitar la debacle, arrepintiéndonos y cambiando de vida, pues como afirma el Papa Francisco: “Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos –y muy pronto, de pedir perdón”. En este “Domingo de la Misericordia Divina, volteemos nuestros ojos hacia Cristo resucitado e imploremos su misericordia y su perdón y nuestra vida cambiará.
¡PRUEBEN Y VEAN CUÁN BUENO ES EL SEÑOR! (Sal 34).
Francisco Javier Cruz Luna
Fe y Paz
Cada año la Pascua nos trae en Mensaje de alegría que ciertamente es gratuito por parte de Dios, pero también implica un compromiso serio de quien quiere aceptarlo y recibirlo. Se trata de abrir el corazón a la fe y dejar que la luz de Dios ilumine todo el ser.
Cuando la fe inunda toda nuestra persona, invariablemente surge la paz que es otro de los grandes dones que el Señor Jesús nos regala.
Fe y paz son correlativas y siempre andan juntas; cuando dejamos espacio a una de las dos, enseguida viene la otra a alojarse junto a ella. Y también a la inversa, cuando desdeñamos la fe o alteramos la paz, las dos se van retirando.
Es como lo que sucede a niveles mucho más inferiores, pero que también podemos constatar: cuando de una casa, o un rancho se alejan las personas, invariablemente también los perros se van de allí, y poco a poco también las rosas mueren, incluso los rosales se secan y no por falta de agua… así pues, perros y rosas sólo prosperan donde hay gente.
Así a niveles superiores espirituales, la paz, solamente surge en el ser humano que tiene fe; y la persona que cultiva una sincera actitud de paz, propicia en sí misma la fe.
Sin embargo, fe y paz son dones de Dios que de la misma manera que se dan gratuitamente, únicamente por la misericordia de su amor, también se nos dan si los pedimos con insistencia.
Fe y paz son gracias que el Señor Jesús nos ha merecido con su pasión, muerte y resurrección. Son la herencia más valiosa que nos ha conseguido, aunque a veces no lo queremos reconocer de inmediato y vamos por allí alimentando odios y violencias y escuchando la duda, la indiferencia o prestando oídos a teorías novedosas y extrañas. Porque ciertamente en nuestro mundo hay cosas más sensacionales y fascinantes que a menudo nos encandilan, pero que nunca nos darán la felicidad que Cristo Jesús nos ofrece.
Oración
Señor Jesús: yo quiero creer en Ti,
en tu Palabra, en tu promesa de vida eterna.
Quiero hacer germinar en mi corazón
esa paz que nos das como semilla
para que sea guía en mi camino.
No importa lo que suceda a mi alrededor,
no importa lo que intente desviarme,
la luz que me ilumina es la fe que Tú me das
y la fuerza que me impulsa a seguir
es la paz que surge de tu promesa eterna.
Ayúdame, Señor en mis momentos de duda
y de desaliento, para que no me aleje
nunca de tu amor. Amén.
María Belén Sánchez, fsp