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Señor, enséñanos a orar

En el Evangelio de este domingo está la súplica de los doce discípulos del Señor, que con humildad le ruegan al maestro: 'Señor, enséñanos a orar'

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA
Lectura del libro del Génesis (18,20-32)


“En atención a los diez, no la destruiré”.

SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (2,12-14)


“Por el bautismo fuisteis sepultados con Cristo, y habéis resucitado con él.”

EVANGELIO
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (11,1-13)


“Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre”.

GUADALAJARA, JALISCO (24/JUL/2016).- El mundo actual es un llamado continuo hacia fuera, hacia lo exterior hacer, ver, moverse, ir, volver, en un vértigo continuo, en una danza que no terminará. La prensa, el cine, la radio, la televisión, los deportes, las salas de fiesta, los viajes, atraen continuamente al hombre de hoy, y lo llevan siempre por lo externo, por la superficie.

En ese ambiente son difíciles la reflexión, el recogimiento, la contemplación, la verdadera, la auténtica oración: no la hecha sólo de sonidos, sino la que brota desde lo hondo del ser. No es extraño que, para algunos, dedicar tiempo a la oración sea como tiempo perdido. No es extraño tampoco que al menos en la práctica se llegue a pensar que el progreso, la gran industria, la ciencia, la medicina, resuelvan todos los problemas de la vida.

En este domingo decimoséptimo ordinario; en el Evangelio está la súplica de los doce discípulos del Señor, que con humildad le ruegan al maestro: “Señor, enséñanos a orar” Jesús, el Hijo de Dios, atendió a su petición y para ellos, para todos, dejó una oración breve que comienza así: “Padre Nuestro, que estás en los cielos …”

Ésta ha sido la oración universal del pueblo cristiano. Pero se viene a la mente la pregunta fundamental: ¿Qué es orar?

Orar es algo que sólo puede hacer el que cree, porque es ponerse en comunicación con un ser infinito, omnipotente, eterno, creador de todo lo visible y lo invisible. Un ser único a quien se le da el nombre de Dios.

Orar es hablar con Dios, la criatura con su Creador; el ser limitado y pequeño, que vivirá cierto tiempo en el tiempo, con el ser que es eterno, invisible porque es espíritu puro, y a quien todos los hombres -en todos los tiempos- han buscado para adorarlo, alabarlo, darle gracias, pedirle.

Los hombres de todos los pueblos y todas las razas han encontrado sus distintas maneras de darle culto a Dios, y de comunicarle, mediante la oración, sus alegrías y sus tristezas sus angustias y sus necesidades.

La vida del hombre, con todo lo que supone -con sus interrogantes y misterios-, carece de sentido si no se refiere a Dios; y tiene su plenitud cuando ha encontrado en Dios a un Padre, y el hombre es el hijo que le habla con afecto y confianza.

Orar no es una alienación -definida ésta por el diccionario como “estado mental caracterizado por la perdida del sentimiento de la propia identidad”-; orar es encontrar la dimensión profunda del hombre y del mundo.

Cristo propuso el mejor modelo de oración: el Padre Nuestro. En esta oración se invoca, se alaba, se pide la implantación del Reino de Dios, el perdón, la paz y la liberación de todo mal. Todo es sencillez, nada es difícil: el hijo presenta con palabras sencillas lo que desea; Dios, Padre bueno, escucha, atiende, responde con sus dones.

Oremos con el Padre Nuestro, la mejor oración. Y luego el que así ora, entra en la dimensión profunda del hombre, “Venga a nosotros tu reino”, que es el reconocimiento de los derechos de Dios por todos los seres humanos. Después, que el nombre de Dios sea conocido y santificado en el mundo: “santificado sea tu nombre”; la verdad el bien la justicia, la santidad.

José Rosario Ramírez M.

Búsqueda constante… Encuentro

Cada día son más los hombres que, en medio de un ambiente generalizado de indiferencia, se vuelven a interesar en Dios. En ocasiones ni ellos mismos encuentran palabras razonables para explicar lo que viven, simplemente se despierta en ellos una inquietud que busca respuestas y sentido de fe. En una sociedad que es por lo general frívola y unidimensional, ellos son testigos de una búsqueda espiritual que tenga sentido.

No son pocos los obstáculos y dificultades que han de superar. A veces se sienten extraños incluso entre los suyos: nadie entiende su inquietud. Otras veces no saben a dónde acudir o con quién hablar.

Apenas conocen la Iglesia, y lo que conocen no les atrae. No desean ser “recuperados” por nadie. Buscan luz, verdad y paz, pero no saben a qué puerta llamar.

Lo que buscan no es “volver al pasado”. Muchos de ellos no guardan buenos recuerdos de su experiencia religiosa. No quieren retomar las creencias y prácticas de otros tiempos. Buscan algo más auténtico y gozoso. Quieren comprender mejor la fe, pero desean sobre todo experimentar si Dios tiene fuerza para dar sentido, alegría y esperanza a la vida. Les atrae más la llamada de Dios que la doctrina de los teólogos.

Sienten necesidad de revisar la trayectoria de su vida para aprender a creer de otra manera. Intuyen que su vida cambiará si se sienten a gusto con Dios. Quieren comunicarse con él pero no saben cómo.

Desean conocer mejor a Cristo pero no saben qué camino seguir. A todos se les nota que quieren empezar desde el principio, “refundar” su fe sobre bases nuevas y dar una dirección diferente a su vida.

Su búsqueda nos interpela a los que vivimos, tal vez, una religión rutinaria, acostumbrada a Dios y sorda a su llamada.

Uno de los errores más dañosos que podemos cometer en la vida es encerrarnos en nuestro pequeño mundo y dejar de buscar. Hemos de escuchar desde muy dentro las palabras de Jesús: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe; quien busca halla; y al que llama se le abre”.

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