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Profeta del siglo XXI

Bautismo del señor

GUADALAJARA, JALISCO (12/ENE/2014).- Termina este domingo el tiempo de Navidad. Empezó con el adviento en diciembre 1, y con el bautismo de Cristo se cierra este tiempo de esperanza en cuatro semanas y de gozo, estas dos últimas por la presencia del verbo de Dios hecho hombre.

Ahora el evangelista San Mateo presenta una escena distinta: el proscenio es el río Jordán, donde predica Juan el Bautista. La multitud lo escucha ávidamente, porque él es “más que un profeta”.

Él es un hombre de intensa vida interior. Valiente, estalla, rompe el muro, supera las barreras; expone ideas atrevidas, anuncia, denuncia, truena contra las injusticias, y las inmundicias. Tremendo, enardecido, el más arrebatado, el más terrible, el más justiciero, porque su oficio es el de preparar la llegada —ya inminente— del reino de Dios, del Mesías largamente esperado.

Jesús quiso someterse al bautismo, para recomendar y sancionar solemnemente el bautismo de Juan, para santificar las aguas haciéndolas puras.

Dios y hombre. Así ha confesado siempre al pueblo cristiano: no sólo Dios, no sólo hombre.

No deja de ser algo difícil para el entendimiento, para la sola razón de Dios, notas divergentes, contrarias: Dios infinito, omnipotente, eterno e inmortal, y hombre pequeño, débil, mortal.

En el Jordán se manifiesta en la persona de Jesús “el verbo hecho hombre” en la presencia vivible del Espíritu Santo, que es invisible y se dejó ver como paloma y con la voz del padre, que allí se dejó escuchar.

El bautismo es paso de las tinieblas a la luz y el cristiano iluminado por Cristo ha de difundir esa luz a los demás.

El bautizado, el laico, es el profeta del siglo XXI

Éste es el siglo de los laicos.

José R. Ramírez M.

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA:

Isaías 42, 1-4. 6-7

“Yo, el Señor, fiel a mi designio de salvación, te llamé, te tomé de la mano, te he formado y te he constituido alianza de un pueblo, luz de las naciones”.

SEGUNDA LECTURA:

Hechos de los Apóstoles 10, 34-38

“Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret y éste pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él”.

EVANGELIO:

San Mateo 3, 13-17

“Jesús llegó de Galilea al río Jordán y le pidió a Juan que lo bautizara”.

Durante el siglo XV...

En una pequeña aldea cercana a Nuremberg vivía una familia con 18 niños.

A pesar de las condiciones tan pobres en que vivían, dos de los hijos de la familia, Albrecht y Albert, tenían un sueño. Ambos querían desarrollar su talento para el arte, pero bien sabían que su padre jamás podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a la academia. Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda: el perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar, el ganador pagaría entonces los estudios al que quedara en casa, con las ventas de sus obras, o como fuera necesario. Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la iglesia. Albretch Durer ganó y se fue a estudiar a Nuremberg.

Albert comenzó entonces el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció por los próximos cuatro años para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento fue toda una sensación en la academia. Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durer se reunió para una cena festiva en su honor.

Al finalizar la memorable velada, Albretch se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brindis por su hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer sus estudios una realidad. Sus palabras finales fueron: “Y ahora, Albert hermano mío, es tu turno; ahora puedes ir tú a Nuremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti”.

Albert se puso de pie y se dirigió a su hermano, puso su mano en la mejilla de aquél le dijo suavemente: “No, hermano, no puedo ir a Nuremberg, es muy tarde para mí: mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos, no podría manejar la pluma ni el pincel. No, hermano para mí ya es tarde”.

Han pasado muchos años desde ese día; las obras de Albretch Durer pueden ser vistas en museos alrededor de todo el mundo. Pero seguramente la mayoría de las personas sólo recuerde una. Un día, para rendir homenaje al sacrificio de su hermano Albert, Albretch Durer dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamó a esta poderosa obra simplemente “Manos”, pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y se le cambió el nombre a la obra por el de “Manos que oran”.

ESCUCHEMOS A JESÚS


Año con año se repite lo mismo: Bástenos dar una mirada a la forma en la que muchos bautizados que se dicen cristianos, celebraron la Navidad y la llegada del nuevo año: enajenándose. Y no sólo porque su afán fuera de disfrutar todo tipo de diversión, lícita o no, moral o no; de ingerir en forma desmedida bebidas alcohólicas, o de consumir alguna clase de estupefaciente o estimulante; de dar rienda suelta a sus pasiones, y de otro estilo de búsqueda de placer sin límite ni freno; sino primordialmente porque le dieron la espalda al Señor y cerraron sus oídos a su voz, y eso es enajenarse, ya que, siendo todos parte de Él, integrados en su Cuerpo Místico, el vivir al margen de Él, de sus mandatos, es vivir ajeno a Él, a su acción amorosa, a su gracia, a su propia vida y a la verdadera paz, gozo y felicidad.

Es triste constatar cuántos permanecieron y permanecen indiferentes al constante y urgente llamado que desde siempre ha hecho el Señor a través de su Palabra y del Magisterio de la Iglesia para volver los ojos a quien es la causa, el centro, el Rey y Señor, a Jesús, por, para, con y en Quien fueron creadas todas las cosas, y convertir su corazón y su vida a Él

Y es aún más triste constatar cómo, lo que queda en el corazón de aquellos que no lo han escuchado, es un gran vacío, al cual siguen buscando afanosamente llenarlo, cuando sólo Dios puede satisfacer las más caras aspiraciones de felicidad del ser humano; esto, amén de otras consecuencias como daños físicos irreversibles por los abusos o por participar en actos violentos, enfermedades, discordias, depresión, etc.

Hoy, que estamos prácticamente iniciando un año más, podemos afirmar que aún es tiempo de enmendar el camino, de cambiar de actitud y de vida, dejando atrás todo lo viejo, e invitar al Señor a nuestra vida, porque la misericordia de Dios no tiene límite, ni en medida ni en tiempo.

El mismo Dios no se cansa de llamarnos a la conversión, es decir, a aceptar a Jesús en nuestro corazón como nuestro único Salvador y Señor, y, por lo tanto dejar que gobierne nuestra vida; algo que hace, como ya lo mencionamos, a través de su Palabra, de sus pastores, y también de los acontecimientos y de los signos de los tiempos.

Así nos llama en el Evangelio de hoy, cuando la voz del Padre nos revela a Jesucristo: "Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias" (Mt 1,11). Palabras que nos lo revelan también como el Hijo de Dios.

Así pues, como lo dijera el mismo Jesús: "El que tenga oídos que oiga" (Mt 11,15); ¡renunciemos hoy a esa enajenación, y abrámosle nuestro corazón! Mañana quizá sea demasiado tarde.

Francisco Javier Cruz Luna

VIVIR SIN MIEDO

Después de un intenso mes de diciembre en el que abundaron las fiestas, el ruido, los ires y venires acompañados de regalos y buenas comidas, llega el día de Año Nuevo como la última explosión de alegría. Pero inmediatamente nos vemos como cayendo de la nube y como en un aterrizaje forzoso nos encontramos de nuevo en la realidad.

Estamos en el mes de enero y volvemos a la normalidad de la vida y a la rutina de nuestras actividades…

Hoy es bueno recordar aquellas palabras del Señor Jesús que leemos de vez en cuando en el Evangelio y a las cuales a lo mejor no les hemos prestado mucha atención. No obstante, en todo momento en el cual hacemos un alto y escuchamos en silencio, la voz de Señor repite a nuestro oído: “No Teman”, es decir: no tengan miedo… y pensar que el miedo se nos ha pegado como una segunda piel y que es una sensación tan natural que nos atenaza y a veces hasta nos inmoviliza.

Los santos mártires de Cristo Rey que recordamos y que estaban continuamente expuestos al peligro y a la muerte, nos dan ejemplo de cómo afrontar la vida para superar esa angustia que causa el miedo.

Si preguntáramos, por ejemplo, a san Rodrigo Aguilar, santo Toribio Romo o al beato Miguel Agustín Pro, sobre el modo y el medio de vencer nuestros miedos, yo creo que nos dirían:

El miedo es muy natural y nace con nosotros mismos cuando venimos a este mundo, pero hay que distinguir cuáles son razonables y cuáles miedos sí tenemos que aceptar: por ejemplo, como decía Jesús, tengan más miedo a los que matan el alma que a los que matan el cuerpo. Pero desde luego es más razonable el miedo a alejarse de Dios por causa de vivir en el pecado.

Es muy válido el miedo a olvidar lo esencial, lo que verdaderamente importa en la vida, porque a veces el que lleva su cartera repleta tiene miedo de que le roben su dinero y el que tiene un carro nuevecito tiene miedo a que le choquen, le den un raspón o simplemente se lo lleven; pero muchas veces a estas mismas personas no les da miedo perder lo valioso que hay en su hogar y se juegan el amor de su pareja en unos momentos pasajeros de placer. O aquellos que se beben el salario en una cantina, y dejan a su familia en la angustia por la falta de alimento…

Así podríamos continuar enumerando otros casos y eventos que fundadamente deberían causar miedo a la juventud, pero de los cuales a veces ni se percata.

Y Jesús dice: “No tengan miedo” “Yo estoy con ustedes”. Si estamos con Dios, si estamos cerca de Jesucristo nuestro Señor, nada ni nadie podrá causarnos un daño, ni siquiera el miedo a los desconocido, a lo que haya más allá de la vida y a los que nos espera en el futuro.

ORACION

Señor Jesús, ya lo hemos comprendido,

tu amor es lo único que nos salva,

de todos los males, de todos los peligros

y del mal definitivo de perderte para siempre.

Ayúdanos Señor, como ayudaste a tus santos mártires

a no tenerle miedo a nada, ni siquiera a la muerte,

pero sí al pecado, a la ausencia de tu gracia y de tu amor.

Ayúdanos Señor a estar contigo, y si un día me alejo,

Tú no te apartes de mí.

María Belén Sánchez, fsp

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