Suplementos
Ofrendas en las manos de Dios
La liturgia de esta semana nos presenta textos meramente apocalípticos, pero al tiempo presenta en la Carta a los Hebreos la importancia de la donación de Cristo como signo de redención y amor de Dios
LA PALABRA DE DIOS
Primera lectura
Lectura de la Profecía de Daniel (12,1-3):
“Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad”.
Segunda lectura
Lectura de la Carta a los Hebreos (10,11-14.18):
“Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio."
Evangelio
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (13,24-32):
“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”.
GUADALAJARA, JALISCO (15/NOV/2015).- La figura de Cristo siempre es alegría, es amor, es esperanza. Es como cuando el niño llora y se desespera, y de pronto siente la mano del padre; las lágrimas corren por sus mejillas, pero ahora en un rostro bañado de sonrisas.
El Evangelio de este penúltimo domingo del año litúrgico, es un anuncio de un final que deja abierta la puerta para un principio. Es el final de la obra de Cristo Salvador y el principio de la consumación eterna.
Es la tercera venida de Cristo, la última, la definitiva.
La primera fue, envuelto en el silencio y la sombra de una media noche de invierno, en una aldea pequeña de Israel. Sólo una estrella dejaba caer un haz de luz sobre el pesebre a donde Dios bajó.
La segunda venida es la presencia permanente, invisible, santificadora de Cristo, en medio de su pueblo, de su reino, que es la Iglesia. “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos”; promesa fielmente cumplida en el correr de 21 siglos hasta el día de hoy, y mañana y siempre.
Cada época tiene sus signos, y para nadie es un secreto que el signo de estos días es la violencia; no los sembradores del amor, sino los que siembran odios y rencores, se han adueñado del espacio vital llamado tiempo, y por todas partes hay brotes de violencia.
Hay signos manifiestos de que con ese llamado progreso, con los avances de la ciencia y las técnicas, la vida se ha tornado mas dura y angustiosa. El reflejo de los medios masivos de comunicación, el predominio de la televisión —mala maestra— y otros medios singulares, han producido en muchos hombres una serie de seres estándar.
Crece el número de los indiferentes, porque la fe nada dice a sus aspiraciones meramente materiales.
Este país, México, sufre ahora días caóticos y a veces convulsivos: pérdida de valores en muchos niveles, manifiestos en los ambientes políticos y en las diversas maneras con que las multitudes —mentes vacías— buscan distracciones, corren tras los espectáculos, se nutren con programas en los que el sexo y la violencia son cotidiano manjar. Esta no es sólo pobreza, sino que raya en miseria.
El anuncio de Cristo es luz, y así muchos podrán encontrar el verdadero camino para no trotar por sendas torcidas, prohibidas. La luz siempre llega de arriba. Cristo es ese rayo de luz, para los que con fiebre de lujuria, de soberbia, de codicia, van ciegos en olvido de su verdadero destino.
Ofrendas en las manos de Dios
La liturgia de esta semana nos presenta textos meramente apocalípticos en la Primera Lectura y en el Evangelio, pero al tiempo presenta en la Carta a los Hebreos la importancia de la donación de Cristo como signo de redención y amor de Dios hacia la humanidad. Los textos apocalípticos se caracterizan por el anuncio de una hora final. Esta liberación absoluta será precedida de una gran conmoción cósmica e histórica. El arcángel Miguel el que preside la gran batalla. Su figura es crucial para el pueblo que vive bajo amenazas de muerte. Por medio de él, Dios aparece con prontitud para salvar a su pueblo. Llama la atención la afirmación explícita sobre la resurrección de los muertos: muchos de lo que duermen en la tumba desertarán: unos para vivir eternamente, y otros para la vergüenza y horror eternos. Este concepto se fue desarrollando poco a poco en la teología del Antiguo Testamento.
El Evangelio desarrolla en los versículos el tema de los últimos tiempos. Ya desde los anteriores se habla de la llegada del Mesías y del engaño que difundirán algunos. A propósito del Mesías habla ahora de la vuelta del Hijo del Hombre con gran poder, día que tradicionalmente se entiende como el fin del mundo presente. Estas advertencias son útiles para no inquietarse ante los que anuncian el fin próximo del mundo. Ha habido, sobre todo en el fin de milenio y del siglo, movimientos que vaticinan el fin inminente. El Señor fue claro y enfático: “Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aún los ángeles del cielo, no el Hijo, solamente lo sabe el Padre”. Quien pronostica día, hora, o circunstancias del fin, se hace sospechoso de mentira.
Este hermoso capítulo, de la Carta a los Hebreos, elaborado también a partir de las profecías mesiánicas, ha dado a la liturgia de la Iglesia una fuente en la que puede beber el mensaje de donación de Cristo. En Él, todo hombre que ama “sacerdotalmente” comprende lo que es entregarse como ofrenda agradable en las manos de Dios.
En la lectura se nos recuerda que Cristo rebasó los límites de tiempo y el espacio terrenos, y permanece vigente en el eterno presente de la eternidad. Cuando se celebra la misa se asiste a ese su único sacrificio de redención, único e irremplazable.
Primera lectura
Lectura de la Profecía de Daniel (12,1-3):
“Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad”.
Segunda lectura
Lectura de la Carta a los Hebreos (10,11-14.18):
“Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio."
Evangelio
Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (13,24-32):
“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”.
GUADALAJARA, JALISCO (15/NOV/2015).- La figura de Cristo siempre es alegría, es amor, es esperanza. Es como cuando el niño llora y se desespera, y de pronto siente la mano del padre; las lágrimas corren por sus mejillas, pero ahora en un rostro bañado de sonrisas.
El Evangelio de este penúltimo domingo del año litúrgico, es un anuncio de un final que deja abierta la puerta para un principio. Es el final de la obra de Cristo Salvador y el principio de la consumación eterna.
Es la tercera venida de Cristo, la última, la definitiva.
La primera fue, envuelto en el silencio y la sombra de una media noche de invierno, en una aldea pequeña de Israel. Sólo una estrella dejaba caer un haz de luz sobre el pesebre a donde Dios bajó.
La segunda venida es la presencia permanente, invisible, santificadora de Cristo, en medio de su pueblo, de su reino, que es la Iglesia. “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta la consumación de los siglos”; promesa fielmente cumplida en el correr de 21 siglos hasta el día de hoy, y mañana y siempre.
Cada época tiene sus signos, y para nadie es un secreto que el signo de estos días es la violencia; no los sembradores del amor, sino los que siembran odios y rencores, se han adueñado del espacio vital llamado tiempo, y por todas partes hay brotes de violencia.
Hay signos manifiestos de que con ese llamado progreso, con los avances de la ciencia y las técnicas, la vida se ha tornado mas dura y angustiosa. El reflejo de los medios masivos de comunicación, el predominio de la televisión —mala maestra— y otros medios singulares, han producido en muchos hombres una serie de seres estándar.
Crece el número de los indiferentes, porque la fe nada dice a sus aspiraciones meramente materiales.
Este país, México, sufre ahora días caóticos y a veces convulsivos: pérdida de valores en muchos niveles, manifiestos en los ambientes políticos y en las diversas maneras con que las multitudes —mentes vacías— buscan distracciones, corren tras los espectáculos, se nutren con programas en los que el sexo y la violencia son cotidiano manjar. Esta no es sólo pobreza, sino que raya en miseria.
El anuncio de Cristo es luz, y así muchos podrán encontrar el verdadero camino para no trotar por sendas torcidas, prohibidas. La luz siempre llega de arriba. Cristo es ese rayo de luz, para los que con fiebre de lujuria, de soberbia, de codicia, van ciegos en olvido de su verdadero destino.
Ofrendas en las manos de Dios
La liturgia de esta semana nos presenta textos meramente apocalípticos en la Primera Lectura y en el Evangelio, pero al tiempo presenta en la Carta a los Hebreos la importancia de la donación de Cristo como signo de redención y amor de Dios hacia la humanidad. Los textos apocalípticos se caracterizan por el anuncio de una hora final. Esta liberación absoluta será precedida de una gran conmoción cósmica e histórica. El arcángel Miguel el que preside la gran batalla. Su figura es crucial para el pueblo que vive bajo amenazas de muerte. Por medio de él, Dios aparece con prontitud para salvar a su pueblo. Llama la atención la afirmación explícita sobre la resurrección de los muertos: muchos de lo que duermen en la tumba desertarán: unos para vivir eternamente, y otros para la vergüenza y horror eternos. Este concepto se fue desarrollando poco a poco en la teología del Antiguo Testamento.
El Evangelio desarrolla en los versículos el tema de los últimos tiempos. Ya desde los anteriores se habla de la llegada del Mesías y del engaño que difundirán algunos. A propósito del Mesías habla ahora de la vuelta del Hijo del Hombre con gran poder, día que tradicionalmente se entiende como el fin del mundo presente. Estas advertencias son útiles para no inquietarse ante los que anuncian el fin próximo del mundo. Ha habido, sobre todo en el fin de milenio y del siglo, movimientos que vaticinan el fin inminente. El Señor fue claro y enfático: “Pero en cuanto al día y la hora, nadie lo sabe, ni aún los ángeles del cielo, no el Hijo, solamente lo sabe el Padre”. Quien pronostica día, hora, o circunstancias del fin, se hace sospechoso de mentira.
Este hermoso capítulo, de la Carta a los Hebreos, elaborado también a partir de las profecías mesiánicas, ha dado a la liturgia de la Iglesia una fuente en la que puede beber el mensaje de donación de Cristo. En Él, todo hombre que ama “sacerdotalmente” comprende lo que es entregarse como ofrenda agradable en las manos de Dios.
En la lectura se nos recuerda que Cristo rebasó los límites de tiempo y el espacio terrenos, y permanece vigente en el eterno presente de la eternidad. Cuando se celebra la misa se asiste a ese su único sacrificio de redención, único e irremplazable.