Suplementos
Jesús dijo a sus discípulos: “Vengan para que descansen un poco”
Vida activa y vida contemplativa
Volvieron los doce de su primera misión evangelizadora. De dos en dos fueron y anunciaron la Buena Nueva, dieron la noticia de que ya estaba allí entre ellos el Reino esperado y que eran discípulos del Mesías.
Con mucha alegría comentaron los resultados de su primera experiencia, todo lo que habían hecho, y Jesús miraba y escuchaba con atención.
Y como eran tantas las personas que acudían entusiasmadas a escucharlos, que iban y venían, que no les daban tiempo ni para comer, Jesús y sus apóstoles se dirigieron en una barca a un lugar apartado y tranquilo.
Cristo entiende y siente cómo esos doce necesitan recuperar las fuerzas perdidas, y les da un espacio a su vida activa para volver con renovado vigor a nuevas campañas evangelizadoras.
La vida está hecha de etapas, algo parecido a la misma naturaleza: trabaja de día, descansa de noche.
Si la cuerda siempre está tirante, se rompe. Para la vida del apóstol es de suma importancia nutriste, llenarse personalmente, para después dar de lo que se llena en abundancia y muy en su interior.
Vida activa y vida contemplativa
Hay una escena en la vida de Cristo que deja muy en claro las dos actitudes. El Señor está de visita en casa de sus amigas en Betania. Marta anda afanada en la cocina, mientras María, sentada frente al maestro, se ocupa en escucharlo. Marta se queja entonces de que su hermana no se acomide a darle ayuda, y Cristo le dice que al escucharlo,“María ha escogido la mejor parte”.
Ha habido desde tiempo muy antiguo en la Iglesia, hombres y mujeres que se han sentido llamadas a vivir en soledad, en oración, en el retiro, en el silencio.
San Antonio Abad es el padre de la vida monástica en el Oriente, en Egipto: San Benito lo es en el Occidente, en Montecassino; San Benito encontró en el total silencio su camino para seguir a Cristo.
Así también muchas jóvenes han vivido su entrega en congregaciones y órdenes de vida contemplativa.
Y hay quienes combinan la gracia de nutrirse abundantemente de la sabiduría de Cristo, para luego ir a derramar esos tesoros en las almas. Esos han sido los grandes predicadores.
A San Antonio de Padua le seguían las multitudes en Italia y en Francia, por su ardiente predicación y porque le había sido dado el carisma de hacer milagros; mas junto a esa continua vida activa se unía otra de oración en silencio, a solas.
Y en estos últimos años atraía la persona del Papa Juan Pablo II, tanto en Roma como en los ciento nueve --o más-- viajes apostólicos por todos los continentes. Sin embargo, quienes lo trataban de cerca sabían que pasaba largas horas cada día, desde muy temprano, a solas, en oración.
“Vio una multitud que lo estaba esperando”
En este siglo de masas, de globalización, en que las multitudes procedentes de todos los países y hablando todos los idiomas, se reúnen a veces por motivos políticos --como recientemente en Irán--, o deportivos --como en los Juegos Olímpicos en China--; y hasta en circunstancias vanas, de ligereza de mentes, de mentes vacías, como por la muerte de ese extraño cantante Michael Jackson, es muy interesante pensar: ¿Qué pensaría el Señor ante esas multitudes enloquecidas Él, el Hijo de Dios que tomó nuestra frágil naturaleza, y hecho hombre se entregó a morir por todos los humanos para que por Él todos vivan, y vivan en plenitud?
Entonces y ahora su actitud fue y es la misma:
“Se compadeció de ellos
porque andaban como
ovejas sin dueño”
Jesús se olvida de sí mismo, de su cansancio y del cansancio de los suyos, y su pensamiento va hacia esa multitud que espera en Él. Una multitud que camina sin rumbo, sin dirección en su vida.
Muchos nacen, crecen, se multiplican y sus aspiraciones son muy bajas. Carecen de una verdadera escala de valores. A lo sumo se entusiasman por un equipo deportivo, y en algo tan fágil y pasajero descargan su emotividad.
Hay multitudes muy lejanas del evangelio, o que ni siquiera han tenido noticia de Cristo y de su Mensaje de Salvación. Esos son los ignorantes y a ellos hay que llevar el mensaje. Y luego los que sufren hambre, opresión, marginación. Todos ellos, en el mundo actual de grandes contrastes, merecen y reciben la compasión de Jesús, que les da la bienvenida con las manos extendidas.
¿En qué consiste precisamente hoy ese “compadecerse” de la gran multitud? La auténtica compasión evangélica es sentir y sufrir con el otro, hacer propios los sufrimientos de los demás, porque cuando los estómagos están vacíos, no hay lugar para la religión. Primero darle el vaso de agua, el pan, el vestido, la medicina, la fraterna comprensión.
La Iglesia debe ser signo, instrumento, sacramento de salvación para el hombre que es cuerpo y alma, y luego darle...
... luz que destierre sus tinieblas
La mayor de las miserias es la ignorancia, y una de las obras de misericordia es “enseñar al que no sabe”. Para elevar el nivel de una comunidad, de un pueblo, de una nación, el secreto está en abrir los ojos a los ciegos, a los que andan por ahí como ovejas sin pastor.
El verdadero cristiano, agradecido por el don del bautismo, por la riqueza de su fe en Cristo, debe irradiar --debe comunicar a los demás-- esa luz que le da sentido a su vida. Ser cristiano es ser evangelizador. Ser discípulos y misioneros ha sido la misión de los obispos de América Latina y el Caribe, en la reunión de mayo de 2007 en Aparecida, Brasil.
El cristiano ha de hacer llegar la luz del Evangelio a cada quien en su ambiente, empezando por la propia familia; esa Iglesia doméstica, la primera escuela de evangelización, de virtudes domésticas, fundamento y base del cristianismo y del Santo que ahí ha nacido.
Pbro. José R. Ramírez
Con mucha alegría comentaron los resultados de su primera experiencia, todo lo que habían hecho, y Jesús miraba y escuchaba con atención.
Y como eran tantas las personas que acudían entusiasmadas a escucharlos, que iban y venían, que no les daban tiempo ni para comer, Jesús y sus apóstoles se dirigieron en una barca a un lugar apartado y tranquilo.
Cristo entiende y siente cómo esos doce necesitan recuperar las fuerzas perdidas, y les da un espacio a su vida activa para volver con renovado vigor a nuevas campañas evangelizadoras.
La vida está hecha de etapas, algo parecido a la misma naturaleza: trabaja de día, descansa de noche.
Si la cuerda siempre está tirante, se rompe. Para la vida del apóstol es de suma importancia nutriste, llenarse personalmente, para después dar de lo que se llena en abundancia y muy en su interior.
Vida activa y vida contemplativa
Hay una escena en la vida de Cristo que deja muy en claro las dos actitudes. El Señor está de visita en casa de sus amigas en Betania. Marta anda afanada en la cocina, mientras María, sentada frente al maestro, se ocupa en escucharlo. Marta se queja entonces de que su hermana no se acomide a darle ayuda, y Cristo le dice que al escucharlo,“María ha escogido la mejor parte”.
Ha habido desde tiempo muy antiguo en la Iglesia, hombres y mujeres que se han sentido llamadas a vivir en soledad, en oración, en el retiro, en el silencio.
San Antonio Abad es el padre de la vida monástica en el Oriente, en Egipto: San Benito lo es en el Occidente, en Montecassino; San Benito encontró en el total silencio su camino para seguir a Cristo.
Así también muchas jóvenes han vivido su entrega en congregaciones y órdenes de vida contemplativa.
Y hay quienes combinan la gracia de nutrirse abundantemente de la sabiduría de Cristo, para luego ir a derramar esos tesoros en las almas. Esos han sido los grandes predicadores.
A San Antonio de Padua le seguían las multitudes en Italia y en Francia, por su ardiente predicación y porque le había sido dado el carisma de hacer milagros; mas junto a esa continua vida activa se unía otra de oración en silencio, a solas.
Y en estos últimos años atraía la persona del Papa Juan Pablo II, tanto en Roma como en los ciento nueve --o más-- viajes apostólicos por todos los continentes. Sin embargo, quienes lo trataban de cerca sabían que pasaba largas horas cada día, desde muy temprano, a solas, en oración.
“Vio una multitud que lo estaba esperando”
En este siglo de masas, de globalización, en que las multitudes procedentes de todos los países y hablando todos los idiomas, se reúnen a veces por motivos políticos --como recientemente en Irán--, o deportivos --como en los Juegos Olímpicos en China--; y hasta en circunstancias vanas, de ligereza de mentes, de mentes vacías, como por la muerte de ese extraño cantante Michael Jackson, es muy interesante pensar: ¿Qué pensaría el Señor ante esas multitudes enloquecidas Él, el Hijo de Dios que tomó nuestra frágil naturaleza, y hecho hombre se entregó a morir por todos los humanos para que por Él todos vivan, y vivan en plenitud?
Entonces y ahora su actitud fue y es la misma:
“Se compadeció de ellos
porque andaban como
ovejas sin dueño”
Jesús se olvida de sí mismo, de su cansancio y del cansancio de los suyos, y su pensamiento va hacia esa multitud que espera en Él. Una multitud que camina sin rumbo, sin dirección en su vida.
Muchos nacen, crecen, se multiplican y sus aspiraciones son muy bajas. Carecen de una verdadera escala de valores. A lo sumo se entusiasman por un equipo deportivo, y en algo tan fágil y pasajero descargan su emotividad.
Hay multitudes muy lejanas del evangelio, o que ni siquiera han tenido noticia de Cristo y de su Mensaje de Salvación. Esos son los ignorantes y a ellos hay que llevar el mensaje. Y luego los que sufren hambre, opresión, marginación. Todos ellos, en el mundo actual de grandes contrastes, merecen y reciben la compasión de Jesús, que les da la bienvenida con las manos extendidas.
¿En qué consiste precisamente hoy ese “compadecerse” de la gran multitud? La auténtica compasión evangélica es sentir y sufrir con el otro, hacer propios los sufrimientos de los demás, porque cuando los estómagos están vacíos, no hay lugar para la religión. Primero darle el vaso de agua, el pan, el vestido, la medicina, la fraterna comprensión.
La Iglesia debe ser signo, instrumento, sacramento de salvación para el hombre que es cuerpo y alma, y luego darle...
... luz que destierre sus tinieblas
La mayor de las miserias es la ignorancia, y una de las obras de misericordia es “enseñar al que no sabe”. Para elevar el nivel de una comunidad, de un pueblo, de una nación, el secreto está en abrir los ojos a los ciegos, a los que andan por ahí como ovejas sin pastor.
El verdadero cristiano, agradecido por el don del bautismo, por la riqueza de su fe en Cristo, debe irradiar --debe comunicar a los demás-- esa luz que le da sentido a su vida. Ser cristiano es ser evangelizador. Ser discípulos y misioneros ha sido la misión de los obispos de América Latina y el Caribe, en la reunión de mayo de 2007 en Aparecida, Brasil.
El cristiano ha de hacer llegar la luz del Evangelio a cada quien en su ambiente, empezando por la propia familia; esa Iglesia doméstica, la primera escuela de evangelización, de virtudes domésticas, fundamento y base del cristianismo y del Santo que ahí ha nacido.
Pbro. José R. Ramírez