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Escuchar, amar y actuar
Jesús quiere decir 'el que salva', pero allí se presenta como el Cristo, o sea 'el ungido'. Es el Mesías esperado por siglos, el anunciado por los profetas
LA PALABRA DE DIOS
Primera lectura
Lectura del Libro de Nehemías (8,2-4a.5-6.8-10)
“Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis”.
Segunda lectura
Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios (12, 12-30):
“Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían”.
Evangelio
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (1,1-4;4,14-21)
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista”.
GUADALAJARA, JALISCO (24/ENE/2016).- Para darle más amplitud a la exposición de la Palabra de Dios ante el pueblo cristiano, se han dividido las lecturas bíblicas en tres ciclos. En este año es el ciclo C y corresponde la lectura del Evangelio de San Lucas. Este domingo tercero ordinario hay dos partes, y es la primera el breve prólogo de este Evangelio en apenas cuatro versículos.
Lucas no perteneció a los 12 apóstoles. Nació en Antioquía de Siria y era médico de profesión y compañero de viajes de San Pablo. Dedica su Evangelio a Teófilo, es decir “quien ama a Dios” —theos, Dios; philos, amante— “todo desde sus principios”. Es el Evangelista el narrador de la infancia de Cristo; su Evangelio es el de la Misericordia: “Dios perdona y se alegra de la vuelta del pecador”.
Era un sábado, día sagrado, todos estaban allí reunidos, los niños, los adultos, los ancianos. No les extrañó, porque Jesús fue a la Sinagoga “como era su costumbre”. Era devoto, era cumplido. “Se levantó para hacer la lectura. Tampoco les extrañó, porque sin duda ya había hecho lo mismo en otras ocasiones”. “Se le dio el volumen del profeta Isaías”. Este es el mayor de los cuatro profetas mayores del Antiguo Testamento. Mayor por la extensión en 66 capítulos y quien con amplitud y profundidad mantiene la esperanza en un Mesías-Rey que traerá la salvación a Israel. Isaías escribió en el Siglo VIII antes de Cristo y sus mensajes eran leidos, conocidos y apreciados en el pueblo de Israel. Tal vez por este motivo pusieron en manos de Jesús el rollo, así como en rollo eran los demás libros. Jesús lo desenrrolló y le dio lectura.
Jesús quiere decir “el que salva”, pero allí se presenta como el Cristo, o sea “el ungido”. Es el Mesías esperado por siglos, el anunciado por los profetas, el que había de traer la liberación al pueblo escogido.
Y sucedió lo que tenia que suceder: unos creyeron y otros no creyeron; los que lo recibieron y los que se apartaron de Él; los que lo amaron hasta dar su vida con Él y los que lo odiaron con odio cruel hasta la locura de dar el máximo castigo al inocente, colgándolo en una cruz entre dos malhechores. Así lo anunció el anciano Simeón: que sería “blanco de contradicción”. Y 21 siglos después todo sigue igual: Cristo y la religión y la Iglesia se encuentran entre las dos vertientes: el amor y el odio. La presencia de Cristo entre los hombres —como está todavía en este siglo XXI— fue entonces, y lo es ahora, la concepción de una vida plenamente humana y al mismo tiempo auténticamente, plenamente divina.
José Rosario Ramírez M.
Escuchar, amar y actuar
La Primera Lectura del profeta Nehemías, nos pone en el contexto de la vida religiosa del pueblo de Israel. Una característica, y tal vez su más grande patrimonio religioso, es que la palabra de la ley congrega a la comunidad, la constituye y alimenta. La imagen solemne de este pueblo reunido para escuchar al Señor da a entender el valor que la ley tuvo en la fe de Israel. Téngase presente que la ley no tiene necesariamente el sentido de “prescripción” o “norma judicial”. En hebreo la palabra “Torá” es lo que en lenguas latinas se ha traducido por “ley”. “Torá” viene del verbo hebrero “yeráh”, que significa mostrar con el dedo, “señalar”, comparativamente es “indicar el camino”. Así que la ley para el israelita es la indicación del camino a seguir, es la enseñanza que marca el sendero hacia la vida. Esta fue el alma de la reconstrucción del pueblo judío. Más que levantar las murallas, se trataba de rescatar a los hombres de su ruina, resucitarlos en su fe. Sólo recuperando, gracias a la palabra divina, la conciencia de su vocación de pueblo santo podría darse el renacimiento. La espiritualidad bíblica, es decir de la palabra, se fundamenta y tienen su razón de ser en esta idea, porque Dios habla, principalmente, por la ley, por la palabra escrita.
Pablo señala que en la Iglesia, cada miembro necesita de los demás, y si uno sufre todos los demás lo resienten, como en el cuerpo humano. La unidad será siempre lo más importante en la Iglesia del Señor.
No puede quedar indiferente el que sabe que el mal de uno es perjuicio para otro. Si cada bautizado tomara conciencia de su papel en la Iglesia y la sociedad, estos ámbitos se verían enriquecidos abundantemente. Dios ha querido que en la Iglesia haya, en primer lugar apóstoles… La autoridad es un don de lo alto para el armonioso crecimiento de la comunidad. Pablo lo pone como el primero de los carismas. A quienes ejercen la autoridad en la Iglesia corresponde vigilar el buen uso de los demás dones para la edificiación de ésta. Al don de profecía, Pablo le concede gran valor, pues de éste dependerá el crecimiento de la comunidad. No ha de entenderse la profecía como la capacidad de leer el futuro o tener visiones, sino como la gracia de proclamar el mensaje de Dios con seguridad y rectitud. En palabras del Papa Francisco: “La Iglesia, aunque es una institución humana, no tiene una naturaleza política sino esencialmente espiritual. Es el pueblo de Dios, el santo pueblo de Dios, el que camina al encuentro con Jesucristo”.
El Evangelio es mucho más de lo que se escribió sobre Jesús; es todo lo que se da como fruto de un servicio de amor a partir de Cristo. Es lo que el cristiano puede vivir hoy, practicando. Por ello el destinatario no es sólo una persona concreta, llamada Teófilo, sino que este nombre, significa “amante de Dios”, están representados todos aquellos que comprenden que el amor a Dios se expresa en la escucha de la Palabra, pero mejor aún en la práctica de la misma.
Adrián Rodríguez G.
Primera lectura
Lectura del Libro de Nehemías (8,2-4a.5-6.8-10)
“Hoy es un día consagrado a nuestro Dios: No hagáis duelo ni lloréis”.
Segunda lectura
Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios (12, 12-30):
“Dios organizó los miembros del cuerpo dando mayor honor a los que menos valían”.
Evangelio
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (1,1-4;4,14-21)
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista”.
GUADALAJARA, JALISCO (24/ENE/2016).- Para darle más amplitud a la exposición de la Palabra de Dios ante el pueblo cristiano, se han dividido las lecturas bíblicas en tres ciclos. En este año es el ciclo C y corresponde la lectura del Evangelio de San Lucas. Este domingo tercero ordinario hay dos partes, y es la primera el breve prólogo de este Evangelio en apenas cuatro versículos.
Lucas no perteneció a los 12 apóstoles. Nació en Antioquía de Siria y era médico de profesión y compañero de viajes de San Pablo. Dedica su Evangelio a Teófilo, es decir “quien ama a Dios” —theos, Dios; philos, amante— “todo desde sus principios”. Es el Evangelista el narrador de la infancia de Cristo; su Evangelio es el de la Misericordia: “Dios perdona y se alegra de la vuelta del pecador”.
Era un sábado, día sagrado, todos estaban allí reunidos, los niños, los adultos, los ancianos. No les extrañó, porque Jesús fue a la Sinagoga “como era su costumbre”. Era devoto, era cumplido. “Se levantó para hacer la lectura. Tampoco les extrañó, porque sin duda ya había hecho lo mismo en otras ocasiones”. “Se le dio el volumen del profeta Isaías”. Este es el mayor de los cuatro profetas mayores del Antiguo Testamento. Mayor por la extensión en 66 capítulos y quien con amplitud y profundidad mantiene la esperanza en un Mesías-Rey que traerá la salvación a Israel. Isaías escribió en el Siglo VIII antes de Cristo y sus mensajes eran leidos, conocidos y apreciados en el pueblo de Israel. Tal vez por este motivo pusieron en manos de Jesús el rollo, así como en rollo eran los demás libros. Jesús lo desenrrolló y le dio lectura.
Jesús quiere decir “el que salva”, pero allí se presenta como el Cristo, o sea “el ungido”. Es el Mesías esperado por siglos, el anunciado por los profetas, el que había de traer la liberación al pueblo escogido.
Y sucedió lo que tenia que suceder: unos creyeron y otros no creyeron; los que lo recibieron y los que se apartaron de Él; los que lo amaron hasta dar su vida con Él y los que lo odiaron con odio cruel hasta la locura de dar el máximo castigo al inocente, colgándolo en una cruz entre dos malhechores. Así lo anunció el anciano Simeón: que sería “blanco de contradicción”. Y 21 siglos después todo sigue igual: Cristo y la religión y la Iglesia se encuentran entre las dos vertientes: el amor y el odio. La presencia de Cristo entre los hombres —como está todavía en este siglo XXI— fue entonces, y lo es ahora, la concepción de una vida plenamente humana y al mismo tiempo auténticamente, plenamente divina.
José Rosario Ramírez M.
Escuchar, amar y actuar
La Primera Lectura del profeta Nehemías, nos pone en el contexto de la vida religiosa del pueblo de Israel. Una característica, y tal vez su más grande patrimonio religioso, es que la palabra de la ley congrega a la comunidad, la constituye y alimenta. La imagen solemne de este pueblo reunido para escuchar al Señor da a entender el valor que la ley tuvo en la fe de Israel. Téngase presente que la ley no tiene necesariamente el sentido de “prescripción” o “norma judicial”. En hebreo la palabra “Torá” es lo que en lenguas latinas se ha traducido por “ley”. “Torá” viene del verbo hebrero “yeráh”, que significa mostrar con el dedo, “señalar”, comparativamente es “indicar el camino”. Así que la ley para el israelita es la indicación del camino a seguir, es la enseñanza que marca el sendero hacia la vida. Esta fue el alma de la reconstrucción del pueblo judío. Más que levantar las murallas, se trataba de rescatar a los hombres de su ruina, resucitarlos en su fe. Sólo recuperando, gracias a la palabra divina, la conciencia de su vocación de pueblo santo podría darse el renacimiento. La espiritualidad bíblica, es decir de la palabra, se fundamenta y tienen su razón de ser en esta idea, porque Dios habla, principalmente, por la ley, por la palabra escrita.
Pablo señala que en la Iglesia, cada miembro necesita de los demás, y si uno sufre todos los demás lo resienten, como en el cuerpo humano. La unidad será siempre lo más importante en la Iglesia del Señor.
No puede quedar indiferente el que sabe que el mal de uno es perjuicio para otro. Si cada bautizado tomara conciencia de su papel en la Iglesia y la sociedad, estos ámbitos se verían enriquecidos abundantemente. Dios ha querido que en la Iglesia haya, en primer lugar apóstoles… La autoridad es un don de lo alto para el armonioso crecimiento de la comunidad. Pablo lo pone como el primero de los carismas. A quienes ejercen la autoridad en la Iglesia corresponde vigilar el buen uso de los demás dones para la edificiación de ésta. Al don de profecía, Pablo le concede gran valor, pues de éste dependerá el crecimiento de la comunidad. No ha de entenderse la profecía como la capacidad de leer el futuro o tener visiones, sino como la gracia de proclamar el mensaje de Dios con seguridad y rectitud. En palabras del Papa Francisco: “La Iglesia, aunque es una institución humana, no tiene una naturaleza política sino esencialmente espiritual. Es el pueblo de Dios, el santo pueblo de Dios, el que camina al encuentro con Jesucristo”.
El Evangelio es mucho más de lo que se escribió sobre Jesús; es todo lo que se da como fruto de un servicio de amor a partir de Cristo. Es lo que el cristiano puede vivir hoy, practicando. Por ello el destinatario no es sólo una persona concreta, llamada Teófilo, sino que este nombre, significa “amante de Dios”, están representados todos aquellos que comprenden que el amor a Dios se expresa en la escucha de la Palabra, pero mejor aún en la práctica de la misma.
Adrián Rodríguez G.