Suplementos
El tiempo de las tentaciones
Jesús como nuevo comienzo de la humanidad, no está exento de tentaciones, pero hemos de entender que estos cuarenta días, no fue el único momento en el que fue tentado, pero sí es importante ver las tentaciones vencidas para comprender su misión
LA PALABRA DE DIOS
PRIMERA LECTURA:
Deuteronomio 26, 4-10
“Clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra humillación, nuestros trabajos y nuestra angustia”
SEGUNDA LECTURA:
San Pablo a los romanos 10, 8-13
“Muy a tu alance, en tu boca y en tu corazón, se encuentra la salvación”
EVANGELIO:
San Lucas 4, 1-13
“Jesús lleno del Espíritu Santo, conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio”
REFLEXIONANDO LA FE...
El camino cuaresmal
Arrepentimiento ni equivale a autocompasión o remordimiento, sino a conversión, a volver a centrar nuestra vida en la Trinidad. No significa mirar atrás disgustado, sino hacia adelante esperanzado. Ni es mirar hacia abajo a nuestros fallos, sino a lo alto, al amor de Dios. Significa mirar no aquello que no hemos logrado ser, sino a lo que con la gracia divina podemos llegar a ser.
El arrepentimiento, o cambio de mentalidad, lleva a la vigilancia, que significa, entre otras cosas, estar presentes donde estamos, en este punto específico del espacio, en este particular momento de tiempo. Creciendo en vigilancia y en conocimiento de uno mismo, el hombre comienza a adquirir capacidad de juicio y discernimiento: aprende a ver la diferencia entre el bien y el mal, entre lo superfluo y lo esencial; aprende, por tanto, a guardar el propio enemigo. Un aspecto esencial de la guarda del corazón es la lucha contra las pasiones: deben purificarse, no matarse; educarse, no erradicarse. A nivel del alma, las pasiones se purifican con la oración, la práctica regular de los sacramentos, la lectura cotidiana de la Sagrada Escritura; alimentando la mente pensando en lo que es bueno y con actos concretos de servicio amoroso a los demás. A nivel corporal, las pasiones se purifican sobre todo con el ayuno y la abstinencia.
Ausencia de pasiones significa que no somos dominados por el egoísmo o los deseos incontrolados y que así llegamos a ser capaces de un verdadero amor.
La prueba
En el desierto Jesús es tentado por el demonio, que le presenta una sabiduría alternativa a la voluntad de Dios, incitándole a realizar su ministerio de acuerdo con las expectativas de la gente, lo quiere llevar a un populismo, que en sí no es lo malo, sino que con esto se aparta del cumplimiento de la voluntad de Dios.
La prueba de Jesús viene en un momento de debilidad humana, después de un prolongado ayuno y cuando el hambre arrecia, se le invita a demostrar la veracidad de la voz del cielo que se escuchó cuando fue bautizado, previo a su retiro en el desierto al ser bautizado por Juan, se proclamó su filiación divina, por lo cual una de las tentaciones lo quiere llevar a que demuestre su condición de Hijo de Dios con un hecho extraordinario: “Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Con este milagro el demonio pretende que elimine, junto con el hambre, la pobreza de la propia condición corpórea como preludio de un mesianismo que brinde el bienestar de una manera sobrenatural.
Las tres tentaciones que se presentan en el desierto, buscan el distanciamiento de Jesús a la misión que del Padre ha recibido, la primera centrada en el populismo, la segunda tentación es la del poder. Finalmente, el diablo conduce a Jesús al pináculo del templo y le incita a inaugurar el reino mesiánico con un signo espectacular; se trata de la tentación del éxito, que Satanás presenta camuflado con la Palabra de Dios, pero Jesús manifiesta su total abandono a la disposición del Padre.
Estas tentaciones son el paradigma de cualquier otra tentación, sea en Jesús como en nosotros.
Nuestro compromiso
Las tentaciones superadas por Jesús son para nosotros no sólo el conocimiento de su respuesta de frente al Maligno, sino una garantía de que la tentación es vencible, que Dios jamás permite que seamos tentados más allá de nuestras capacidades. Cuántas veces no hemos experimentado en medio de la tribulación y las tentaciones, que el Señor es nuestra fuerza, el único que puede librarnos, pero hemos de poner nuestra total disposición al cumplimiento de su voluntad.
Jesús ha experimentado la debilidad humana que tan fácilmente doblega la voluntad y ofusca nuestra capacidad de discernimiento. Pero precisamente en su debilidad ha vencido al Maligno, en el desierto y en la cruz, indicándonos el camino de la victoria.
Las tentaciones serán vencidas en la medida que adoptemos el ejemplo de Jesús, conocer y retener la Palabra de Dios para convertirla en norma de nuestra vida, en lámpara de nuestros pasos. Si no tememos, profesarla con franqueza, podremos experimentar que el Señor es nuestra fuerza.
DESDE LAS LETRAS
Sólo entonces
Antes de que llevéis al Camposanto
mi pobre cuerpo, cuando yo me muera,
llevadlo por piedad al templo santo
que oyó de niño mi oración primera.
Allí, donde en mi alegre primavera
regué mis flores y entoné mi canto;
donde habita mi Virgen hechicera
de tez morena y estrellado manto.
Ponedme frente a Ella; abrid la tapa
de mi negro ataúd; y, si un gemido
de mi rígido pecho no se escapa
ni sonríe mi labio enternecido
ni rueda el llanto por mi rostro yerto,
llevadme ya a enterrar…
estoy bien muerto
Vicente M. Camacho
PRIMERA LECTURA:
Deuteronomio 26, 4-10
“Clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra humillación, nuestros trabajos y nuestra angustia”
SEGUNDA LECTURA:
San Pablo a los romanos 10, 8-13
“Muy a tu alance, en tu boca y en tu corazón, se encuentra la salvación”
EVANGELIO:
San Lucas 4, 1-13
“Jesús lleno del Espíritu Santo, conducido por el mismo Espíritu, se internó en el desierto, donde permaneció durante cuarenta días y fue tentado por el demonio”
REFLEXIONANDO LA FE...
El camino cuaresmal
Arrepentimiento ni equivale a autocompasión o remordimiento, sino a conversión, a volver a centrar nuestra vida en la Trinidad. No significa mirar atrás disgustado, sino hacia adelante esperanzado. Ni es mirar hacia abajo a nuestros fallos, sino a lo alto, al amor de Dios. Significa mirar no aquello que no hemos logrado ser, sino a lo que con la gracia divina podemos llegar a ser.
El arrepentimiento, o cambio de mentalidad, lleva a la vigilancia, que significa, entre otras cosas, estar presentes donde estamos, en este punto específico del espacio, en este particular momento de tiempo. Creciendo en vigilancia y en conocimiento de uno mismo, el hombre comienza a adquirir capacidad de juicio y discernimiento: aprende a ver la diferencia entre el bien y el mal, entre lo superfluo y lo esencial; aprende, por tanto, a guardar el propio enemigo. Un aspecto esencial de la guarda del corazón es la lucha contra las pasiones: deben purificarse, no matarse; educarse, no erradicarse. A nivel del alma, las pasiones se purifican con la oración, la práctica regular de los sacramentos, la lectura cotidiana de la Sagrada Escritura; alimentando la mente pensando en lo que es bueno y con actos concretos de servicio amoroso a los demás. A nivel corporal, las pasiones se purifican sobre todo con el ayuno y la abstinencia.
Ausencia de pasiones significa que no somos dominados por el egoísmo o los deseos incontrolados y que así llegamos a ser capaces de un verdadero amor.
La prueba
En el desierto Jesús es tentado por el demonio, que le presenta una sabiduría alternativa a la voluntad de Dios, incitándole a realizar su ministerio de acuerdo con las expectativas de la gente, lo quiere llevar a un populismo, que en sí no es lo malo, sino que con esto se aparta del cumplimiento de la voluntad de Dios.
La prueba de Jesús viene en un momento de debilidad humana, después de un prolongado ayuno y cuando el hambre arrecia, se le invita a demostrar la veracidad de la voz del cielo que se escuchó cuando fue bautizado, previo a su retiro en el desierto al ser bautizado por Juan, se proclamó su filiación divina, por lo cual una de las tentaciones lo quiere llevar a que demuestre su condición de Hijo de Dios con un hecho extraordinario: “Si eres el Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Con este milagro el demonio pretende que elimine, junto con el hambre, la pobreza de la propia condición corpórea como preludio de un mesianismo que brinde el bienestar de una manera sobrenatural.
Las tres tentaciones que se presentan en el desierto, buscan el distanciamiento de Jesús a la misión que del Padre ha recibido, la primera centrada en el populismo, la segunda tentación es la del poder. Finalmente, el diablo conduce a Jesús al pináculo del templo y le incita a inaugurar el reino mesiánico con un signo espectacular; se trata de la tentación del éxito, que Satanás presenta camuflado con la Palabra de Dios, pero Jesús manifiesta su total abandono a la disposición del Padre.
Estas tentaciones son el paradigma de cualquier otra tentación, sea en Jesús como en nosotros.
Nuestro compromiso
Las tentaciones superadas por Jesús son para nosotros no sólo el conocimiento de su respuesta de frente al Maligno, sino una garantía de que la tentación es vencible, que Dios jamás permite que seamos tentados más allá de nuestras capacidades. Cuántas veces no hemos experimentado en medio de la tribulación y las tentaciones, que el Señor es nuestra fuerza, el único que puede librarnos, pero hemos de poner nuestra total disposición al cumplimiento de su voluntad.
Jesús ha experimentado la debilidad humana que tan fácilmente doblega la voluntad y ofusca nuestra capacidad de discernimiento. Pero precisamente en su debilidad ha vencido al Maligno, en el desierto y en la cruz, indicándonos el camino de la victoria.
Las tentaciones serán vencidas en la medida que adoptemos el ejemplo de Jesús, conocer y retener la Palabra de Dios para convertirla en norma de nuestra vida, en lámpara de nuestros pasos. Si no tememos, profesarla con franqueza, podremos experimentar que el Señor es nuestra fuerza.
DESDE LAS LETRAS
Sólo entonces
Antes de que llevéis al Camposanto
mi pobre cuerpo, cuando yo me muera,
llevadlo por piedad al templo santo
que oyó de niño mi oración primera.
Allí, donde en mi alegre primavera
regué mis flores y entoné mi canto;
donde habita mi Virgen hechicera
de tez morena y estrellado manto.
Ponedme frente a Ella; abrid la tapa
de mi negro ataúd; y, si un gemido
de mi rígido pecho no se escapa
ni sonríe mi labio enternecido
ni rueda el llanto por mi rostro yerto,
llevadme ya a enterrar…
estoy bien muerto
Vicente M. Camacho