'Dichosos, si los encuentran en vela'
El verdadero creyente es un previsor que está pronto, preparado para su encuentro definitivo con Cristo
GUADALAJARA, JALISCO (07/AGO/2016).- El verdadero creyente, el verdadero cristiano, es —o debe ser— ejemplar porque es previsor. Previsor es una palabra compuesta del prefijo pre, que significa antes, y el sustantivo visor, o sea el que ve. Previsor es el que ve desde antes, o más bien el que ve más allá de lo que ve la mayoría. Creyente es el que ve lo invisible y, en consecuencia, apuesta sobre lo imposible; se hace poseedor desde el presente, de lo que aún no tiene. Es un nostálgico, pero del futuro, que goza con lo que espera y se contenta con lo que aún no ve.
Tal vez alguien juzgue esta actitud como una alienación; tal vez a quien así vive, lo cataloguen como un visionario que no tiene los pies en la tierra, un inútil, incapaz para la vida cotidiana.
Pero suele suceder que los genios, los artistas y los santos —los santos son genios—, han sido siempre visionarios, han sido previsores, han tenido un pie en el tiempo y el otro va en busca del lugar en que, en un futuro, lo posará.
Pero “el humano redil que abajo queda” vive más apegado a las cosas cercanas y visibles; poco interés pone y limitado tiempo dedica a temas trascendentes —entre ellos el de la fugacidad de la vida humana—, porque está en el tiempo, y éste tiene alas; mas todo lo que vuela tiene principio y, además, ineludible fin.
Jesús, el Hijo de Dios, ha venido al mundo para abrir los ojos de los ciegos.
Despierte el alma dormida,
avive el seso y despierte,
contemplando cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte tan callando.
Es la parábola un instrumento pedagógico, con el cual el Señor Jesús hace claros los misterios altos y profundos del Reino.
Para iluminar las mentes confusas o distraídas, propone una parábola simple: El amo vuelve a su casa a deshora, cuando no lo esperan. “Dichosos los siervos a quienes el amo hallare en vela; en realidad os digo que se ceñirá, y los sentará a la mesa y se pondrá a servirlos. Ya llegue a la segunda vigilia, ya a la tercera, si los encontrare así, dichosos ellos.
Estad, pues, prontos, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre”.
El verdadero creyente, el verdadero cristiano, es por tanto un previsor que está pronto, preparado para su encuentro definitivo con Cristo. Dichoso, bienaventurado, aquel a quien no sorprende la muerte, que siempre llega cuando no se la espera.
José Rosario Ramírez M.
Discurso del Papa Francisco en la vigilia de oración con jóvenes en la JMJ Cracovia 2016
En la vida hay otra parálisis todavía más peligrosa y muchas veces difícil de identificar; y que nos cuesta mucho descubrir. Me gusta llamarla la parálisis que nace cuando se confunde “felicidad” con un “sofá/kanapa (canapé)”. Sí, creer que para ser feliz necesitamos un buen sofá/canapé. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros. Un sofá —como los que hay ahora modernos con masajes adormecedores incluidos— que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente a la computadora. Un sofá contra todo tipo de dolores y temores.
Un sofá que nos haga quedarnos en casa encerrados, sin fatigarnos ni preocuparnos. La “sofá-felicidad”, “kanapa-szczęście“, es probablemente la parálisis silenciosa que más nos puede perjudicar, ya que poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos quedando dormidos, nos vamos quedando embobados y atontados mientras otros —quizás los más vivos, pero no los más buenos— deciden el futuro por nosotros. Es cierto, para muchos es más fácil y beneficioso tener a jóvenes embobados y atontados que confunden felicidad con un sofá; para muchos eso les resulta más conveniente que tener jóvenes despiertos, inquietos respondiendo al sueño de Dios y a todas las aspiraciones del corazón.
Pero la verdad es otra: queridos jóvenes, no vinimos a este mundo a “vegetar”, a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella.
Es muy triste pasar por la vida sin dejar una huella. Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir, entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad.
Ahí está precisamente una gran parálisis, cuando comenzamos a pensar que felicidad es sinónimo de comodidad, que ser feliz es andar por la vida dormido o narcotizado, que la única manera de ser feliz es ir como atontado. Es cierto que la droga hace mal, pero hay muchas otras drogas socialmente aceptadas que nos terminan volviendo tanto o más esclavos. Unas y otras nos despojan de nuestro mayor bien: la libertad.
Amigos, Jesús es el Señor del riesgo, del siempre “más allá”. Jesús no es el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia. Ir por los caminos siguiendo la “locura” de nuestro Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo, en el amigo caído en desgracia, en el que está preso, en el prófugo y el emigrante, en el vecino que está solo. Ir por los caminos de nuestro Dios que nos invita a ser actores políticos, pensadores, movilizadores sociales. Que nos incita a pensar una economía más solidaria. En todos los ámbitos en los que ustedes se encuentren, ese amor de Dios nos invita llevar la buena nueva, haciendo de la propia vida un homenaje a Él y a los demás.