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¡Cristo resucitó! ¡Aleluya!
Jesús vence a la muerte y con ello da vida a todos los creyentes
LA PALABRA DE DIOS
PRIMERA LECTURA:
Hechos de los Apóstoles 10, 34a. 37-43
“El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados”.
SEGUNDA LECTURA:
San Pablo a los Colosenses 3, 1-4
“Busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra.”
EVANGELIO:
San Juan 20, 1-9
“Vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”.
GUADALAJARA, JALISCO (05/ABR/2015).- La cristiandad celebra con grande alegría la Pascua de la Resurrección, la primera de todas las fiestas cristianas, raíz y fundamento de todas ellas. Es la cumbre de la historia de la salvación; es el centro y el corazón de todo el culto, la liturgia de la Iglesia.
En esta fiesta se actualiza la obra de Dios, el plan de amor infinito para redimir a los hombres caídos.
Es el memorial en el que la muerte del que es la vida, da vida a los que por el pecado habían muerto.
“En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra, no muere, el sólo queda, más si muere, da mucho fruto”. Son palabras de Cristo, en anuncio de su próxima muerte, que se ha multiplicado en incontables espigas de santidad en 21 siglos de cristianismo.
Jesús, el Hijo de Dios, con su resurrección resucitó consigo a toda la humanidad.
La Pascua es la fiesta de la alegría, del triunfo, de la vida.
Los discípulos y los amigos de Jesús bajaron tristes, abatidos del calvario. Tres días de congoja y ansiosa espera… y llegó la grande alegría del domingo, al verlo glorioso, resucitado.
El cristiano del siglo XXI, sin ver, con la sola fe, se regocija y canta el aleluya, palabra hebrea que es gloria, que es triunfo.
Grande, sincera, espiritual alegría. Solemne es la liturgia en sus ceremonias, sus himnos y cánticos pascuales.
Porque el triunfo de Cristo es de los redimidos. Clavado en la cruz, Cristo sufrió y murió para vencer. Su resurrección es un triunfo permanente sobre el espíritu del mundo, que es la concupiscencia de los ojos, la concupiscencia de la carne y la soberbia de la vida.
Ser cristiano es estar firmes en el fundamento de la fe con la resurrección de Cristo. No se es cristiano por creer en el pecado, en la cruz, en el sufrimiento y en la muerte, sino porque se cree en el perdón, en la liberación, en la alegría de la resurrección, en la vida eterna.
En el centro de todo está la esperanza, que todo transforma en gracia y en vida. El cristianismo es luz, es alegría, es resurrección.
Aceptar, creer en la alegría, es una razón, una fuerza para luchar contra el apego a las cosas pasajeras como son el dinero, el poder, los placeres y las vanidades.
Más aún, es la fuerza contra el propio apego a sí mismo, a las propias experiencias, a las desconfianzas, a los temores y las quejas internas.
Al creer en la alegría de la resurrección, viene luego el deseo de nacer a una vida nueva, de renacer, de resucitar, para prolongarse por toda la eternidad.
José Rosario Ramírez M.
Valientes mujeres
Entre las primeras apariciones de Jesús resucitado está el encuentro de las mujeres, de María Magdalena, los discípulos en el cenáculo y al caer la tarde los discípulos que toman el camino de Emaús.
Y fueron las valientes mujeres quienes muy de mañana, cuando aún estaba oscuro, se encaminaron al sepulcro y fueron sorprendidas por el anuncio de la resurrección.
Los discípulos encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos recibieron a Jesús resucitado, y también dos de los discípulos que iban camino de Emaús y dialogaron con él sin reconocerlo. Cuando más oscuro es, más luminoso llega Jesús para hacer arder el corazón y que le reconozcan en la comunidad al partir el pan.
A Cristo resucitado se le encuentra en la Iglesia y en la fracción del pan que antecede el signo por antonomasia, su Palabra.
La resurrección tiene signos emblemáticos como el sepulcro vacío, la Palabra, el cuerpo con las llagas gloriosas que atraviesa puertas, ventanas y muros pero come con los discípulos.
Las personas son testigos para ser mensajeros, es decir, evangelizadores tanto de la encarnación como de la resurrección, y de esto nos dan un valiente testimonio las mujeres que acuden a Jesús, lo aman, lo buscan, él las encuentra, las envía y ellas responden al llamado con su misión, que es fruto del amor, por lo cual son valientes testigos. De igual manera también nosotros lo hemos de ser: Valientes testigos de nuestra fe en el resucitado.
CELEBRAMOS SU RESURRECCIÓN
Francisco Javier Cruz Luna
“Feliz la culpa que mereció tal Redentor”,
canta tu Iglesia en el Pregón Pascual;
¡oh expresión incomparable, sin igual!
incomprensible para el cruel detractor.
Mas, en tu sabiduría incuestionable,
has querido que un misterio tan sagrado,
a los soberbios les quedara ocultado,
y para los sencillos fuera alcanzable.
Pues aunque parezca contradictoria,
con ella quieres exaltar sobremanera,
tu omnipotencia que todo lo supera,
y hacer patente tu excelsa victoria.
Sí, Padre, así te ha parecido bien,
pues Tú has querido al hombre revelar
que tu gran poder no se puede equiparar,
aunque muchos lo consideren con desdén.
Pues tu misericordia y tu clemencia
no tienen símil ni parangón alguno,
ni el más grande mal o pecado, ninguno,
logrará superar a tu magnificencia.
“Donde abundó el pecado, sobreabunda
la gracia”, así lo afirmaste, oh, Señor,
y haces patente tu infinito amor,
en esa consigna grandiosa y rotunda.
Por ello, para quienes en Ti confiamos,
y no hay, en absoluto, condenación,
somos libres por la obra de redención,
y por ello es que tan felices hoy estamos.
Y ese gozo tan profundo nos motiva
a esforzarnos por vivir con fidelidad,
para encaminarnos hacia la santidad.
al hacer nuestra fe operante y viva.
Hoy, Padre, celebramos su Resurrección,
el que fue gran triunfo de tu Hijo Jesús;
por amor vertió toda su sangre en la Cruz
y así logró nuestra liberación.
Y estamos conmemorando con gran gozo,
elevando a Ti nuestra alabanza
que surge vivaz de nuestra esperanza
cuya fuente es el corazón fogoso.
PRIMERA LECTURA:
Hechos de los Apóstoles 10, 34a. 37-43
“El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados”.
SEGUNDA LECTURA:
San Pablo a los Colosenses 3, 1-4
“Busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra.”
EVANGELIO:
San Juan 20, 1-9
“Vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”.
GUADALAJARA, JALISCO (05/ABR/2015).- La cristiandad celebra con grande alegría la Pascua de la Resurrección, la primera de todas las fiestas cristianas, raíz y fundamento de todas ellas. Es la cumbre de la historia de la salvación; es el centro y el corazón de todo el culto, la liturgia de la Iglesia.
En esta fiesta se actualiza la obra de Dios, el plan de amor infinito para redimir a los hombres caídos.
Es el memorial en el que la muerte del que es la vida, da vida a los que por el pecado habían muerto.
“En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra, no muere, el sólo queda, más si muere, da mucho fruto”. Son palabras de Cristo, en anuncio de su próxima muerte, que se ha multiplicado en incontables espigas de santidad en 21 siglos de cristianismo.
Jesús, el Hijo de Dios, con su resurrección resucitó consigo a toda la humanidad.
La Pascua es la fiesta de la alegría, del triunfo, de la vida.
Los discípulos y los amigos de Jesús bajaron tristes, abatidos del calvario. Tres días de congoja y ansiosa espera… y llegó la grande alegría del domingo, al verlo glorioso, resucitado.
El cristiano del siglo XXI, sin ver, con la sola fe, se regocija y canta el aleluya, palabra hebrea que es gloria, que es triunfo.
Grande, sincera, espiritual alegría. Solemne es la liturgia en sus ceremonias, sus himnos y cánticos pascuales.
Porque el triunfo de Cristo es de los redimidos. Clavado en la cruz, Cristo sufrió y murió para vencer. Su resurrección es un triunfo permanente sobre el espíritu del mundo, que es la concupiscencia de los ojos, la concupiscencia de la carne y la soberbia de la vida.
Ser cristiano es estar firmes en el fundamento de la fe con la resurrección de Cristo. No se es cristiano por creer en el pecado, en la cruz, en el sufrimiento y en la muerte, sino porque se cree en el perdón, en la liberación, en la alegría de la resurrección, en la vida eterna.
En el centro de todo está la esperanza, que todo transforma en gracia y en vida. El cristianismo es luz, es alegría, es resurrección.
Aceptar, creer en la alegría, es una razón, una fuerza para luchar contra el apego a las cosas pasajeras como son el dinero, el poder, los placeres y las vanidades.
Más aún, es la fuerza contra el propio apego a sí mismo, a las propias experiencias, a las desconfianzas, a los temores y las quejas internas.
Al creer en la alegría de la resurrección, viene luego el deseo de nacer a una vida nueva, de renacer, de resucitar, para prolongarse por toda la eternidad.
José Rosario Ramírez M.
Valientes mujeres
Entre las primeras apariciones de Jesús resucitado está el encuentro de las mujeres, de María Magdalena, los discípulos en el cenáculo y al caer la tarde los discípulos que toman el camino de Emaús.
Y fueron las valientes mujeres quienes muy de mañana, cuando aún estaba oscuro, se encaminaron al sepulcro y fueron sorprendidas por el anuncio de la resurrección.
Los discípulos encerrados en el cenáculo por miedo a los judíos recibieron a Jesús resucitado, y también dos de los discípulos que iban camino de Emaús y dialogaron con él sin reconocerlo. Cuando más oscuro es, más luminoso llega Jesús para hacer arder el corazón y que le reconozcan en la comunidad al partir el pan.
A Cristo resucitado se le encuentra en la Iglesia y en la fracción del pan que antecede el signo por antonomasia, su Palabra.
La resurrección tiene signos emblemáticos como el sepulcro vacío, la Palabra, el cuerpo con las llagas gloriosas que atraviesa puertas, ventanas y muros pero come con los discípulos.
Las personas son testigos para ser mensajeros, es decir, evangelizadores tanto de la encarnación como de la resurrección, y de esto nos dan un valiente testimonio las mujeres que acuden a Jesús, lo aman, lo buscan, él las encuentra, las envía y ellas responden al llamado con su misión, que es fruto del amor, por lo cual son valientes testigos. De igual manera también nosotros lo hemos de ser: Valientes testigos de nuestra fe en el resucitado.
CELEBRAMOS SU RESURRECCIÓN
Francisco Javier Cruz Luna
“Feliz la culpa que mereció tal Redentor”,
canta tu Iglesia en el Pregón Pascual;
¡oh expresión incomparable, sin igual!
incomprensible para el cruel detractor.
Mas, en tu sabiduría incuestionable,
has querido que un misterio tan sagrado,
a los soberbios les quedara ocultado,
y para los sencillos fuera alcanzable.
Pues aunque parezca contradictoria,
con ella quieres exaltar sobremanera,
tu omnipotencia que todo lo supera,
y hacer patente tu excelsa victoria.
Sí, Padre, así te ha parecido bien,
pues Tú has querido al hombre revelar
que tu gran poder no se puede equiparar,
aunque muchos lo consideren con desdén.
Pues tu misericordia y tu clemencia
no tienen símil ni parangón alguno,
ni el más grande mal o pecado, ninguno,
logrará superar a tu magnificencia.
“Donde abundó el pecado, sobreabunda
la gracia”, así lo afirmaste, oh, Señor,
y haces patente tu infinito amor,
en esa consigna grandiosa y rotunda.
Por ello, para quienes en Ti confiamos,
y no hay, en absoluto, condenación,
somos libres por la obra de redención,
y por ello es que tan felices hoy estamos.
Y ese gozo tan profundo nos motiva
a esforzarnos por vivir con fidelidad,
para encaminarnos hacia la santidad.
al hacer nuestra fe operante y viva.
Hoy, Padre, celebramos su Resurrección,
el que fue gran triunfo de tu Hijo Jesús;
por amor vertió toda su sangre en la Cruz
y así logró nuestra liberación.
Y estamos conmemorando con gran gozo,
elevando a Ti nuestra alabanza
que surge vivaz de nuestra esperanza
cuya fuente es el corazón fogoso.