Cristo resucitado manifiesta su presencia
Una de nuestras equivocaciones más graves es imaginar a Dios como un ser distante
LA PALABRA DE DIOS
PRIMERA LECTURA
Lectura del Libro de los Hechos de los Apóstoles (2,14.22-33):
“Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré”.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la Primera Carta del Apóstol San Pedro (1,17-21):
“Por Cristo vosotros creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria”.
EVANGELIO
Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (24,13-35):
“Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón”.
GUADALAJARA, JALISCO (30/ABR/2017).- En este tercer domingo de Pascua, el evangelista San Lucas presenta una escena con un inicio triste y un alegre final. Dos discípulos del Señor vuelven a su aldea, a Emaús, la tarde del domingo, después de un viernes trágico y un sábado de doloroso silencio. Vuelven a su casa porque Jerusalén ha sido para ellos motivo de sufrimiento, y quieren sacudirse de la mente ese viento pesado, de tragedia. Van, pues, muy tristes; y lo que es peor, van desilusionados, derrotados. El Señor, que no sólo ve los rostros, sino también los corazones, sabe que esos dos muchachos son nobles, son sinceros, y se propone iluminar sus mentes con la luz del misterio de la redención y luego levantar sus ánimos caídos. Así, a los dos abatidos caminantes se agrega de incógnito un tercero, el Señor Jesús, y con ellos inicia un diálogo.
¿De qué vienen hablando tan llenos de tristeza? Uno de ellos, llamado Cleofas, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido en estos días en Jerusalén?” Allí el Señor ha dejado una lección para quienes desean hacer obras de misericordia: saber escuchar a los agobiados, a los tristes, a los oprimidos y a los cargados con pesadas cruces.
Comunicar sus tristezas ya es un principio de alivio. Escuchar —tal vez, sólo escuchar— ya es caridad. Hay muchos seres humanos con hambre de comprensión. Muchos acuden a psiquiatras, a psicólogos, a terapeutas. Otros, al amigo, al pariente. La Iglesia ha tenido, en el sacramento de la Reconciliación la puerta siempre abierta para todos: “Venid a mí los que estáis agobiados y yo los aliviaré”, ha dicho el Señor y muchos en este sacramento han encontrado la luz, el perdón y el ánimo para seguir adelante. En la historia de Francia no sólo se hablará de sus enciclopedistas y de su Revolución con el triple empeño de Igualdad, Libertad y Fraternidad, sino también de un humilde cura de la aldea de Ars, que durante décadas fue la rosa de los vientos que atraía multitudes para escuchar y ser escuchados por el ahora San Juan María Vianney, “el Cura de Ars”.
Jesús escuchó la desilusión de aquellos dos. Le dijeron que Jesús era “un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante el pueblo”. Le contaron cómo “los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo crucificaron”. Y concluyeron con una expresión que es el triste final: “Nosotros esperábamos”. El verbo en ese pretérito indica que ya nada más puede haber. Allí terminó una historia de tres años, la vida pública de Jesús. Como el Evangelio no es sólo recuerdo, sino siempre es respuesta, ahora en muchos peregrinos del siglo XXI hay dudas, hay crisis de fe, hay desilusión y también deserción de muchos porque también “esperábamos”, o sea que dejaron de esperar. Dios no es evidente. Si Dios fuera objeto de la ciencia no sería Dios. La fe no es una ciencia exacta. Dios es misterio, creer es gracia; la fe es virtud, es la aceptación, con la voluntad, de los misterios revelados. No es lo mismo heredar la fe por quienes han nacido en hogares cristianos; no es lo mismo, porque hay que precisar, que buscarla, madurarla, sufrirla, celebrarla, vivirla. Quien afirme que ser creyente es fácil, no está en plena verdad. Creer es estar a la intemperie. La fe no protege, sino que reta.
José Rosario Ramírez M.
Siempre en compañía
Una de nuestras equivocaciones más graves es imaginar a Dios como un ser absolutamente distante, que dirige nuestra vida desde una lejanía infinita y no acertar a percibir nunca su presencia cercana y amistosa en el interior mismo de nuestra vida cotidiana. Por otra parte, vivimos de manera tan apresurada y “ocupados” por tantas cosas que apenas nos queda tiempo ni espacio para detenernos a escuchar nuestro propio corazón. La vida que llevamos no nos permite ser nosotros mismos. Volcados hacia el exterior y consumidos por el trajín de cada día, se va atrofiando poco a poco nuestra “capacidad de Dios”. Y sin embargo, Dios está ahí, en el centro mismo de nuestras experiencias más íntimas, cercano a cada persona de una manera única y singular que sólo se da así para esa persona concreta.
Para percibir su presencia, no hemos de pensar solamente en esos instantes en que Dios se nos manifiesta de manera penetrante, con certeza gozosa y sin claroscuros, llenando de vida nuestro ser entero. Dios nos acompaña, nos llama y nos cerca de mil maneras, incluso cuando nuestros ojos, como los de los discípulos de Emaús, no son capaces de reconocerlo.
Cuando experimentamos la pequeñez de nuestro corazón y nos avergonzamos de nuestra mediocridad, nuestra falta de amor y nuestra incapacidad para vivir intensamente cada momento, Dios está ahí recordándonos que estamos llamados a una vida más grande y más plena.
Cuando experimentamos en nosotros esa tristeza que penetra en nuestra vida sin causa razonable, el aburrimiento y la monotonía de cada día, el descontento de nosotros mismos, en esa insatisfacción interior está Dios como anhelo de una felicidad y vida infinitas. Él está en nuestras desilusiones y deseos abortados, en nuestras limitaciones y nuestro cansancio, en las amarguras y los roces de la vida ordinaria. Si sabemos ahondar en cada una de estas experiencias y escuchar con sinceridad el fondo de nuestro corazón, Dios nos saldrá al encuentro. Y no puede ser de otra manera pues Él nos acompaña siempre. Por eso, también el hombre poco religioso y frío puede encontrar el camino de vuelta hacia Dios si sabe ahondar en sus experiencias de insatisfacción, desorientación y cansancio.
Lo más importante es seguir preguntando por Él. Buscar su rostro y su verdad. El sacerdote y teólogo Ladislaus Boros refiere “Buscar a Dios tal vez con el último resto de nuestras fuerzas, tal vez en medio de la desesperación y el miedo, a veces en la angustia y el desaliento”. Descubriremos como los de Emaús que alguien camina junto a nosotros. Es momento de hacer latir nuestro corazón al mundo que Cristo nos presenta.