Suplementos

Ciudadanos de la ciudad temporal

El cristiano se ha de formar con una visión exacta de las realidades temporales, mas todo se ha de poner para fomentar un progreso integral


PRIMERA LECTURA
Lectura del Segundo Libro de los Macabeos (7,1-2.9- 14)

“Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará”.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la Segunda Carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses (2,16–3,5)

“El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno”.

EVANGELIO

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (20,27-38):

“No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos”.

GUADALAJARA, JALISCO (06/NOV/2016).- Aquí, en este globo de colores llamado Tierra, en este planeta que siempre gira y gira en torno a esa ardiente estrella que se llama Sol, todos los días y a todas horas nacen seres humanos para ocupar un espacio durante un tiempo determinado.

Ellos sufren y gozan, construyen y destruyen, llegan y pasan; dejan -los más sin quererlo- este estilo de ser y de vivir, aunque amarga les haya parecido su estancia llamada vida. Llegan y se van. En el éxodo inacabable, en el peregrinar hacia la tierra prometida, la ciudad celeste. Todos viven con el anhelo, la esperanza -clara a veces, entre tinieblas también- de tener otra vida después de ésta, más allá donde ya no hay ese tiempo, viento veloz que los arrastró a su ritmo de días y noches, noches y días. Para el cristiano la fe es luz, y acepta que esta vida “no termina, sino que se transforma, cambia hacia otra vida y que, disuelta esta morada terrenal, ya está preparada una mansión eterna en el cielo.

Dos ciudadanías tiene el cristiano: aquí y más allá. Mientras está en el tiempo, mucho tiene que hacer San Pablo exhortó a los habitantes de Tesalónica, a trabajar Les dice cómo él siempre ha trabajado: “Cuando estuve entre ustedes, supe ganarme la vida y no dependí de nadie para comer; antes bien, de día y de noche trabajé hasta agotarme, para no series gravoso”.

El creyente siempre debe trabajar en la construcción de la ciudad terrena. Guiado por sano humanismo, el humanismo cristiano ha de amar al hombre con amor de servicio; la verdadera caridad evangélica es ésta; y sin discriminaciones, poner sus facultades y su tiempo para que él y todos tengan lo necesario para llevar una vida verdaderamente humana. Además, luchar para que todos tengan libre acceso a fundar una familia; el derecho al trabajo, a la cultura, a la información, a la libre asociación, al salario justo, los recursos para la salud, la educación de los hijos, el ocio y el descanso.

El cristiano se ha de formar con una visión exacta de las realidades temporales, mas todo se ha de poner para fomentar un progreso integral. Mientras sea ciudadano en la Tierra, se ha de entregar a la tarea de construir un mundo más humano, como exigencia de su fe.

No ha de inspirarse en criterios materialistas: ambición, dominio de los demás, acumulación innecesaria de riquezas. Su tarea es servir.

La Constitución “Gaudium et Spes” (Gozo y Esperanza) del Concilio Vaticano II, en el número 43 expone ampliamente este tema: Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus actividades temporales, haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios” Ciudadanos de la ciudad eterna.

El cristiano, ciudadano de dos ciudades -o si se quiere, hombre de dos reinos: uno mientras va y otro cuando ha llegado-, mientras va, trabajará para el reino terreno, la ciudad temporal, pero sin perder de vista que está hecho para poseer la ciudad eterna.

Por: José Rosario Ramírez M.

Los saduceos no solían tener mucho trato con Jesús. Eran personajes demasiado importantes, alejados del pueblo, ocupados en conservar su privilegiada posición social y su poder a toda costa. Los interlocutores y oponentes habituales de Jesús eran los fariseos, maestros del pueblo, por tanto, cercanos a él y sinceramente creyentes, aunque su interpretación rígida y estrecha de la ley los llevaba a condenar a los pecadores y a chocar con la forma novedosa, abierta y misericordiosa en que Jesús presentaba la relación con Dios.

Jesús está diciendo que el Dios eterno y absoluto se ha hecho presente en la historia de los hombres abriendo nuevos horizontes de vida. Los abre indirectamente, mediante esos valores “que valen más que la vida”. Pero también de forma directa, en la Revelación, en Jesús de Nazaret, que renunciando libremente a su vida por amor nos ha abierto el camino de la vida plena. Jesús no ironiza, como los saduceos, pero pone de relieve con seriedad y agudeza lo absurdo de la fe en un Dios que nos condena a la muerte y, nos conserva en un recuerdo que no va a durar, pues, quitando unos pocos personajes históricos, “conservados” en las páginas de los libros de historia, ¿quién guarda memoria de nadie, que no sea tan cercano a su círculo social? Y por muy grandes promesas que hagamos de “recordar para siempre”, también esa lábil memoria desaparecerá cuando nosotros mismos seamos pronto olvidados. La única “memoria eterna” que tiene sentido real es la de permanecer en la mente de Dios, en comunión con Él.

El Dios que se acuerda de Abraham, Isaac y Jacob es el Dios que no los deja tirados en cualquier esquina de la historia, sino el Dios que tras crear y darles la vida, los salva y los rescata de la muerte. Jesús, al hacer callar a los saduceos, fortalece hoy nuestra esperanza. Y, por medio de las palabras de Pablo, nos hace entender que la esperanza de la que hablamos no es una pasiva espera de un “mundo futuro”, sino una fuerza para hacer “toda clase de obras buenas” que hacen presente ya hoy ese futuro de plenitud. Se trata, pues, de una esperanza que nos anima a entregarnos y a arriesgar por esos valores que valen más que la vida, que nos enseña que el riesgo de hacer el bien es lo primero y que merece la pena. Todo bien procede de Dios, fuente de la vida. Sacrificar la vida por el bien es conectar con esa fuente, que por medio de Jesucristo ha plantado su tienda entre nosotros. En una palabra, podemos empezar a ser ya desde ahora “como ángeles”, portadores de la buena nueva de Dios, anunciadores con nuestras buenas obras de la presencia viva entre nosotros del Hijo de Dios, muerto y resucitado entre nosotros.

Temas

Sigue navegando