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… 'Muchos se dicen cristianos, y lo son por su bautismo, pero no lo manifiestan'
El cristianismo es la incorporación personal —de uno para uno— y comunitaria, ha de ser una incorporación interior profunda, mediante la gracia y la caridad que se refleja en buenas obras.
LA PALABRA DE DIOS
PRIMERA LECTURA:
Hechos de los apóstoles 9, 26-31
“La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo”.
SEGUNDA LECTURA:
Primera carta de san Juan 3, 18-24
“Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó”.
EVANGELIO:
San Juan 15, 1-8
“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto”.
GUADALAJARA, JALISCO (03/MAY/2015).- El mensaje de Cristo en este quinto domingo de Pascua tiene un algo de tristeza, porque es parte de su despedida, allí en la cena íntima con sus discípulos, y mucho de proyección hacia el futuro de ellos y de todos los que un día llevaran el nombre de cristianos, porque marca con sus palabras la nota característica del Reino que con ellos ha fundado.
En los pueblos del Mediterráneo son básicos para la vida de todos tres cultivos el trigo, el olivo y la vid. Ninguno ha faltado desde siglos y siglos atrás. El cultivo de la vid les resulta familiar.
En la misma alegoría Cristo deja muy claro “mi Padre es el viñador” ¿Y qué pretende el viñador? Que sus vides den abundantes racimos que a la hora de la vendimia —la cosecha anual de los viñedos— haya abundancia y buena calidad.
Es la razón del Reino de Cristo, de la Iglesia, que esta sea escuela de santidad, camino de salvación, y la salvación no se alcanza con las solas buenas intenciones. “No se salva el que dice Señor, Señor, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.
El cristianismo es la incorporación personal —de uno para uno— y comunitaria, ha de ser una incorporación interior profunda, mediante la gracia y la caridad que se refleja en buenas obras.
Muchos se dicen cristianos, y lo son por su bautismo, pero no lo manifiestan con su vida.
Si en este siglo XXI Cristo maldijera a las higueras estériles, a los cristianos que nada hacen, incontables serían quienes se secaran, no por su mal que hicieron, sino por el bien que dejaron de hacer.
El Padre, que es el viñador, es misericordioso, perdona y espera. Espera ahora que muchas viñas que todavía no le han dado fruto, un día puedan ofrecerle el fruto en sazón de buenas obras. A esa metanoia —cambio—se le da el nombre de conversión.
Y para alegría de los ángeles, siempre ha habido más alegría por un pecador que se convierte, que por 99 que no han necesitado conversión. Larga es la historia de los muchos convertidos.
Es voz del pueblo “obras son amores y no buenas razones”. En la vida del cristiano, el amor a Dios y al prójimo ha de ser siempre y en toda ocasión, la fuerza motora. El amor crea un esfuerzo constante, es una acción fecunda.
Quien ama, busca las mil maneras de servir. En este siglo XXI, saturado de palabras y abundante en mentiras y engaños, cuando aparece el testimonio de quienes viven su fe en obras, en servicio desinteresado, se ve desde ahí una verdadera, una auténtica predicación.
Ésa debe ser la predicación de los padres a los hijos, de los maestros a los discípulos, de los sacerdotes al pueblo, de todos los cristianos ante los débiles de la fe.
En el breve espacio llamado vida, el cristiano, unido a Cristo como el sarmiento a la vid, ha de ir dejando a su paso el fruto de sus buenas obras, con la luz de la fe y el rigor del amor.
José Rosario Ramírez M.
DINÁMICA PASTORAL UNIVA
La verdadera viña
Lo que Israel no ha podido dar a Dios, Jesús se lo da. Él es la viña que produce, la cepa auténtica, digna de su nombre. Él es el verdadero Israel. Él fue plantado por su Padre, rodeado de cuidados y podado, a fin de que llevara fruto abundante.
En efecto, lleva su fruto dando su vida, derramando su sangre, prueba suprema de amor; y el vino, fruto de la viña, será en el misterio eucarístico el signo sacramental de esta sangre derramada para sellar la nueva alianza; será el medio de comulgar en el amor de Jesús, de permanecer en él.
Él es la viña y nosotros somos los sarmientos, como él es el cuerpo y nosotros somos los miembros. La viña verdadera es él, pero también lo es su Iglesia, cuyos miembros están en comunión con él. Sin esta comunión no podemos hacer nada: sólo Jesús, verdadera cepa, puede llevar un fruto que glorifique al viñador, su Padre. Sin la comunión con él somos sarmientos desgajados de la cepa, privados de savia, estériles, buenos sólo para el fuego.
A esta comunión son llamados todos los hombres por el amor del Padre y del Hijo; llamamiento gratuito, pues Jesús mismo elige a los que han de ser sus sarmientos, sus discípulos; no son ellos los que le eligen. Por esta comunión se convierte el hombre en sarmiento de la verdadera cepa. Vivificado por el amor que une a Jesús y a su Padre, lleva fruto, lo cual glorifica al Padre. Comulga así en el gozo de Jesús que está en glorificar a su Padre. Tal es el misterio de la verdadera viña: expresa la unión fecunda de Cristo y de la Iglesia, así como su gozo que permanece, perfecto y eterno.
RECHAZAR A DIOS
Son muchos los seres humanos que viven sumidos en la autosuficiencia. Es tal su soberbia que pierden la dimensión de su realidad, y creen no necesitar de nadie, incluso ni de Dios. Aun cuando se presentan situaciones extremas, rechazan la ayuda divina y a otras circunstancias que sólo la mano de Dios puede protegerlos y salvarlos
El pecado más grave, por sus consecuencias, el pecado de origen es, precisamente, creer no necesitar de Dios, y actuar en consecuencia.
Soberbia y auto suficiencia pierden al hombre y a la mujer fácilmente; la historia Sagrada lo corrobora, pues desde el mismo principio de la existencia de este mundo, ya aparecen como protagonistas importantes, al hacer caer en la traición, a nuestros primeros padres, Adán y Eva, con el engaño del ‘Enemigo’ de que ‘podrían abrírseles los ojos, ser como dioses y conocer el bien y el mal’(cfr. Gén 3, 5), y por lo tanto ¿ya para que querían a Dios?
Ponerse en su lugar, sería darse cuenta de cuántas veces, nosotros, consciente o inconscientemente, actuando como nuestros propios ‘dioses’, hemos rechazado al verdadero Dios, su gracia, su ayuda divina, porque sentimos no necesitarlo, poder resolverlo por nosotros mismos, ser, insistimos, auto suficientes.
No dudamos ni un momento, ni mucho menos lo negamos que, habiendo sido creado a imagen y semejanza de Dios, y dotado de un potencial enorme, el ser humano, es capaz de realizar las más inimaginables maravillas. Sin embargo, todo ello debe estar supeditado, sujeto al mismo Dios y a su santa voluntad, de tal forma que ese potencial pueda ser usado sólo y únicamente para el bien.
Jesús en el Evangelio de este domingo, nos lo dice de una manera clara, concisa y categórica: “Si mí NADA pueden hacer”. Y nada es nada. De acuerdo a lo que significa ‘nada’: “la total carencia de algo”, y aplicándolo a este caso, queda claro que sin el poder de Dios en nuestro corazón, todo lo que hagamos será vacío, infecundo, intranscendente, y en muchas ocasiones hasta perjudicial para nuestra vida espiritual, nuestra salvación y las de los que nos rodean.
En cambio, si vivimos efectivamente el Señorío de Jesús, lo que implica depender total y absolutamente de Él, el panorama será totalmente distinto, ya que entonces nos convertiremos en verdaderos instrumentos de Él, instrumentos de la Buena Nueva, de su amor y de su salvación.
FRANCISCO JAVIER CRUZ LUNA.
PRIMERA LECTURA:
Hechos de los apóstoles 9, 26-31
“La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo”.
SEGUNDA LECTURA:
Primera carta de san Juan 3, 18-24
“Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó”.
EVANGELIO:
San Juan 15, 1-8
“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto”.
GUADALAJARA, JALISCO (03/MAY/2015).- El mensaje de Cristo en este quinto domingo de Pascua tiene un algo de tristeza, porque es parte de su despedida, allí en la cena íntima con sus discípulos, y mucho de proyección hacia el futuro de ellos y de todos los que un día llevaran el nombre de cristianos, porque marca con sus palabras la nota característica del Reino que con ellos ha fundado.
En los pueblos del Mediterráneo son básicos para la vida de todos tres cultivos el trigo, el olivo y la vid. Ninguno ha faltado desde siglos y siglos atrás. El cultivo de la vid les resulta familiar.
En la misma alegoría Cristo deja muy claro “mi Padre es el viñador” ¿Y qué pretende el viñador? Que sus vides den abundantes racimos que a la hora de la vendimia —la cosecha anual de los viñedos— haya abundancia y buena calidad.
Es la razón del Reino de Cristo, de la Iglesia, que esta sea escuela de santidad, camino de salvación, y la salvación no se alcanza con las solas buenas intenciones. “No se salva el que dice Señor, Señor, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos”.
El cristianismo es la incorporación personal —de uno para uno— y comunitaria, ha de ser una incorporación interior profunda, mediante la gracia y la caridad que se refleja en buenas obras.
Muchos se dicen cristianos, y lo son por su bautismo, pero no lo manifiestan con su vida.
Si en este siglo XXI Cristo maldijera a las higueras estériles, a los cristianos que nada hacen, incontables serían quienes se secaran, no por su mal que hicieron, sino por el bien que dejaron de hacer.
El Padre, que es el viñador, es misericordioso, perdona y espera. Espera ahora que muchas viñas que todavía no le han dado fruto, un día puedan ofrecerle el fruto en sazón de buenas obras. A esa metanoia —cambio—se le da el nombre de conversión.
Y para alegría de los ángeles, siempre ha habido más alegría por un pecador que se convierte, que por 99 que no han necesitado conversión. Larga es la historia de los muchos convertidos.
Es voz del pueblo “obras son amores y no buenas razones”. En la vida del cristiano, el amor a Dios y al prójimo ha de ser siempre y en toda ocasión, la fuerza motora. El amor crea un esfuerzo constante, es una acción fecunda.
Quien ama, busca las mil maneras de servir. En este siglo XXI, saturado de palabras y abundante en mentiras y engaños, cuando aparece el testimonio de quienes viven su fe en obras, en servicio desinteresado, se ve desde ahí una verdadera, una auténtica predicación.
Ésa debe ser la predicación de los padres a los hijos, de los maestros a los discípulos, de los sacerdotes al pueblo, de todos los cristianos ante los débiles de la fe.
En el breve espacio llamado vida, el cristiano, unido a Cristo como el sarmiento a la vid, ha de ir dejando a su paso el fruto de sus buenas obras, con la luz de la fe y el rigor del amor.
José Rosario Ramírez M.
DINÁMICA PASTORAL UNIVA
La verdadera viña
Lo que Israel no ha podido dar a Dios, Jesús se lo da. Él es la viña que produce, la cepa auténtica, digna de su nombre. Él es el verdadero Israel. Él fue plantado por su Padre, rodeado de cuidados y podado, a fin de que llevara fruto abundante.
En efecto, lleva su fruto dando su vida, derramando su sangre, prueba suprema de amor; y el vino, fruto de la viña, será en el misterio eucarístico el signo sacramental de esta sangre derramada para sellar la nueva alianza; será el medio de comulgar en el amor de Jesús, de permanecer en él.
Él es la viña y nosotros somos los sarmientos, como él es el cuerpo y nosotros somos los miembros. La viña verdadera es él, pero también lo es su Iglesia, cuyos miembros están en comunión con él. Sin esta comunión no podemos hacer nada: sólo Jesús, verdadera cepa, puede llevar un fruto que glorifique al viñador, su Padre. Sin la comunión con él somos sarmientos desgajados de la cepa, privados de savia, estériles, buenos sólo para el fuego.
A esta comunión son llamados todos los hombres por el amor del Padre y del Hijo; llamamiento gratuito, pues Jesús mismo elige a los que han de ser sus sarmientos, sus discípulos; no son ellos los que le eligen. Por esta comunión se convierte el hombre en sarmiento de la verdadera cepa. Vivificado por el amor que une a Jesús y a su Padre, lleva fruto, lo cual glorifica al Padre. Comulga así en el gozo de Jesús que está en glorificar a su Padre. Tal es el misterio de la verdadera viña: expresa la unión fecunda de Cristo y de la Iglesia, así como su gozo que permanece, perfecto y eterno.
RECHAZAR A DIOS
Son muchos los seres humanos que viven sumidos en la autosuficiencia. Es tal su soberbia que pierden la dimensión de su realidad, y creen no necesitar de nadie, incluso ni de Dios. Aun cuando se presentan situaciones extremas, rechazan la ayuda divina y a otras circunstancias que sólo la mano de Dios puede protegerlos y salvarlos
El pecado más grave, por sus consecuencias, el pecado de origen es, precisamente, creer no necesitar de Dios, y actuar en consecuencia.
Soberbia y auto suficiencia pierden al hombre y a la mujer fácilmente; la historia Sagrada lo corrobora, pues desde el mismo principio de la existencia de este mundo, ya aparecen como protagonistas importantes, al hacer caer en la traición, a nuestros primeros padres, Adán y Eva, con el engaño del ‘Enemigo’ de que ‘podrían abrírseles los ojos, ser como dioses y conocer el bien y el mal’(cfr. Gén 3, 5), y por lo tanto ¿ya para que querían a Dios?
Ponerse en su lugar, sería darse cuenta de cuántas veces, nosotros, consciente o inconscientemente, actuando como nuestros propios ‘dioses’, hemos rechazado al verdadero Dios, su gracia, su ayuda divina, porque sentimos no necesitarlo, poder resolverlo por nosotros mismos, ser, insistimos, auto suficientes.
No dudamos ni un momento, ni mucho menos lo negamos que, habiendo sido creado a imagen y semejanza de Dios, y dotado de un potencial enorme, el ser humano, es capaz de realizar las más inimaginables maravillas. Sin embargo, todo ello debe estar supeditado, sujeto al mismo Dios y a su santa voluntad, de tal forma que ese potencial pueda ser usado sólo y únicamente para el bien.
Jesús en el Evangelio de este domingo, nos lo dice de una manera clara, concisa y categórica: “Si mí NADA pueden hacer”. Y nada es nada. De acuerdo a lo que significa ‘nada’: “la total carencia de algo”, y aplicándolo a este caso, queda claro que sin el poder de Dios en nuestro corazón, todo lo que hagamos será vacío, infecundo, intranscendente, y en muchas ocasiones hasta perjudicial para nuestra vida espiritual, nuestra salvación y las de los que nos rodean.
En cambio, si vivimos efectivamente el Señorío de Jesús, lo que implica depender total y absolutamente de Él, el panorama será totalmente distinto, ya que entonces nos convertiremos en verdaderos instrumentos de Él, instrumentos de la Buena Nueva, de su amor y de su salvación.
FRANCISCO JAVIER CRUZ LUNA.