Temas para reflexionar

Trigo sin paja

La primera razón de violencia en el mundo ha sido, desde que tenemos conocimiento histórico, la religión, y la segunda el nacionalismo. Todos los grandes enfrentamientos religiosos han tenido también un inocultable contenido nacionalista. Son las dos fuentes principales de Apocalipsis en la historia. En nuestros días hemos tenido una confirmación trágica y al mismo tiempo grotesca de cómo las pasiones religiosas incendian y envenenan a millones de almas arrastradas en la vorágine de fundamentalismos irreductibles. La pasión nacionalista la hemos visto en los Balcanes, en el corazón de Europa, que se tradujo en un estallido irracional de inhumanidad y salvajismo. Cuando se hurga en el fondo de estas catástrofes, se advierten las raíces envenenadas de ambos fanatismos. ¿Culpables?: Quienes asumen la religión de una manera fundamentalista, excluyente, fanática, y quienes han hecho del nacionalismo una religión. En el Siglo de las Luces se llegó a pensar que la cultura sería el gran antídoto contra el fanatismo,
la intolerancia, y contra esa forma de irracionalidad que es pretender imponer a nuestros semejantes una verdad única. Triste ha sido corroborar su ineficacia frente a la barbarie, como lo atestigua la Alemania de los años treinta, el país más civilizado del mundo, que se entregó a la locura colectiva del nazismo.

Ricardo Garibay, escritor temperamental e impulsivo, dijo: “Nada es más aburrido que la virtud; el atractivo del ser humano está en la falta, en la culpa, en la brutalidad para vivir o en la humillación”.

Es indudable la existencia de dos mundos: el físico y el metafísico; el primero representado por el caos, y el segundo por el espíritu infinito, Dios, Supremo Organizador.

Los grandes pintores tuvieron la gran sabiduría de atisbar en sus retratos todo el mundo interior que refleja un rostro. Los más destacados retratistas ante los que posaron aristocracias podridas de pasados siglos, mostraron para la posteridad, en la mayoría de los casos, toda una galería de holgazanes frívolos contrahechos de alma.

La Conferencia del Episcopado Mexicano ha exigido reformas constitucionales para que los ministros de su culto puedan ser electos, porque consideran que sus libertades están restringidas. El mandato constitucional es claro, y no se debe cejar en detener drásticamente las ambiciones sin límite, lo mismo del credo católico, como las de todas las creencias.

La Reforma Agraria en nuestros días es el residuo, la escoria de un fracaso que punza y escuece. La esperanza que fue en sus inicios cuando Lázaro Cárdenas la concibió, con el transcurso de los años fue deteriorándose por falta de planeación y solapadas corrupciones. Un secretario de Agricultura de pasados regímenes puso el dedo en la llaga, al confesar públicamente, con el consiguiente escándalo, que el campesinado mexicano sólo servía para votar, no para producir. Un gran número de ejidatarios —acaso la mayoría—, previa venta simulada de sus tierras, acabaron siendo en ellas miserables jornaleros sin derechos, sujetos políticamente a líderes explotadores y comisariados ejidales, que desde hace décadas, han sido los albaceas de la carabina de Emiliano Zapata.

Vivimos una época de incontinencia verbal. Todos hablan. Hablan los abogados, los médicos, las amas de casa, los carpinteros, los burócratas, los diplomáticos, los coleccionistas de timbres, los futboleros, etc. Todo mundo tiene algo que decir. Lo que se quiere decir no importa: lo que importa es hablar. El “pienso luego existo” (cogito ergo sum) de los filósofos de ayer, ha sido sustituido por el “hablo, y por ende soy”.

FLAVIO ROMERO DE VELASCO / Licenciado en Derecho y en Filosofía y Letras.
Correo electrónico: r_develasco22@hotmail.com
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