ENTRE VERAS Y BROMAS
Por una parte, pues, el globo se desinfla. Ya no habrá necesidad de obsequiar a los morbosos con el bochornoso espectáculo de un pastor de almas —según San Lucas— en el desagradable trance de dar cuenta del uso que proyectaba dar a los dineros del erario que, como llovidos del cielo, cayeron en sus manos. Los 30 millones de pesos de la “macrolimosna” para la construcción del Santuario de los Mártires, le quemaban las manos al cardenal arzobispo de Guadalajara —permítase la analogía— como a Judas las 30 monedas de plata que recibió por entregar al Maestro. Felizmente para él, en la Secretaría de Finanzas lo estarán esperando con alfombra, floreros y candelabros, a él mismo o a la cabeza visible del patronato encargado de la construcción del santuario, cuando acudan a devolver el cheque. No les pasará como a Judas, que arrojó las monedas y luego, avergonzado, corrió a ahorcarse...
—II—
Por la otra, aún quedan algunos hilos sueltos. Por ejemplo: si el gobernador trató de justificar el donativo —con la secuela social que consta en actas—, so pretexto de “fomentar el empleo”, ¿cómo conseguirá ese mismo propósito, una vez que reciba de regreso el maldito cheque? (Maldito en la acepción de “acción, persona o cosa que molesta o desagrada”). Otro: si se trataba de ahorros realizados en el gasto público durante 2007, ¿de qué manera, socialmente plausible, reasignará ese dinero? Etc.
—III—
Pese a que pasaron casi tres meses desde que el donativo se anunció, con bombo y platillos, hasta que recomendó devolverlos y renunciar a los 60 millones adicionales prometidos, el cardenal arzobispo limpiará, al menos parcialmente, la mancha que le dejó todo este episodio. Por lo demás, el santuario se construirá de todos modos...
Porque él está en su cargo para ver ante todo por el bien de la sociedad y no para alborotar el avispero con gestos como la escandalosa —que no simplemente polémica— “macrolimosna”, ahora interesa ver si el personaje principal de este sainete aprendió alguna lección, a partir del adagio de que “la experiencia no es lo que a uno le pasa, sino lo que uno hace con lo que le pasa”.
Por una parte, pues, el globo se desinfla. Ya no habrá necesidad de obsequiar a los morbosos con el bochornoso espectáculo de un pastor de almas —según San Lucas— en el desagradable trance de dar cuenta del uso que proyectaba dar a los dineros del erario que, como llovidos del cielo, cayeron en sus manos. Los 30 millones de pesos de la “macrolimosna” para la construcción del Santuario de los Mártires, le quemaban las manos al cardenal arzobispo de Guadalajara —permítase la analogía— como a Judas las 30 monedas de plata que recibió por entregar al Maestro. Felizmente para él, en la Secretaría de Finanzas lo estarán esperando con alfombra, floreros y candelabros, a él mismo o a la cabeza visible del patronato encargado de la construcción del santuario, cuando acudan a devolver el cheque. No les pasará como a Judas, que arrojó las monedas y luego, avergonzado, corrió a ahorcarse...
—II—
Por la otra, aún quedan algunos hilos sueltos. Por ejemplo: si el gobernador trató de justificar el donativo —con la secuela social que consta en actas—, so pretexto de “fomentar el empleo”, ¿cómo conseguirá ese mismo propósito, una vez que reciba de regreso el maldito cheque? (Maldito en la acepción de “acción, persona o cosa que molesta o desagrada”). Otro: si se trataba de ahorros realizados en el gasto público durante 2007, ¿de qué manera, socialmente plausible, reasignará ese dinero? Etc.
—III—
Pese a que pasaron casi tres meses desde que el donativo se anunció, con bombo y platillos, hasta que recomendó devolverlos y renunciar a los 60 millones adicionales prometidos, el cardenal arzobispo limpiará, al menos parcialmente, la mancha que le dejó todo este episodio. Por lo demás, el santuario se construirá de todos modos...
Porque él está en su cargo para ver ante todo por el bien de la sociedad y no para alborotar el avispero con gestos como la escandalosa —que no simplemente polémica— “macrolimosna”, ahora interesa ver si el personaje principal de este sainete aprendió alguna lección, a partir del adagio de que “la experiencia no es lo que a uno le pasa, sino lo que uno hace con lo que le pasa”.