Cuando nos enfrentamos a una realidad compleja, más vale la pena ser reflexivos que darle rienda suelta a los impulsos pasionales.
Los enconos sociales que actualmente estamos viviendo, donde la polaridad se incrementa en temas como las relaciones Iglesia-Estado, o derecha-izquierda, o PAN-PRI, o ingobernabilidad-autoritarismo, de nacionalismo petrolero-privatización.
El aroma de confrontación, de debate, de crítica recíproca, de descrédito, de agravio o insulto. Están a la orden del día.
El ambiente social se impregna del más grave desafío humano, no caer en la discordia y la violencia.
Pero ya estamos cerca, tal vez en la punta de la lengua pues, son muchos los que se desgarran las vestiduras por los donativos del gobernador a la construcción de un templo, o la injustificada toma de la tribuna para defender el petróleo de las garras de sus enemigos.
Antiguamente se acusaba de fanático al que se apasionaba con sus ideas y las consideraba justificación para violentar la ley o para atropellar los intereses de los demás. Hoy vemos perder la cabeza a muchos intelectuales y hombres pensantes, por defender las ideas que sostiene su líder, López Obrador, o insultar y burlarse del gobernador por proferir improperios.
El imperio de la razón y la moral deben seguir su hegemonía, pese a quien le pese. Criticar a los demás, faltarles al respeto, agraviar la dignidad de quien sea, peor aún cuando se han cometido errores, es igualmente tan bajo como aquello que se crítica.
He sido testigo de personas de gran valía científica y académica, hacer el ridículo al defender las posturas de López Obrador, de Calderón, de los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional (PAN), o de sumarse a la ola de críticas por los donativos del Gobierno de Jalisco.
La sensatez, la prudencia, la mesura, la discreción, la indulgencia, la clemencia y la objetividad son algunas de las cualidades que debe vivir todo hombre reflexivo y pensante. Que necesita cuidar, con particular atención, para no desbarrancarse por defender su postura a costa de ofender a la lógica y a las buenas costumbres.
La verdad no se posee, se indaga, se conoce, se defiende con buenos y sólidos argumentos, pero no se utiliza para arrojarse a una escalada de violencia verbal que termina con la posibilidad de sentarnos a dialogar.
Si hemos de combatir el fanatismo, tenemos que cuidar que no se difunda, incluso principalmente por los mismos comunicadores, que deben aportar la frialdad de un humilde argumento y no la pasión desenfrenada de sus convicciones envilecidas. Que pueden rayar en la soberbia y la presunción banal.
Por ello cuidemos de conectar muy bien la lengua al cerebro antes de utilizarla.
Regla que todos debemos de aplicar con riguroso cuidado. Y por ello debemos siempre reflexionar antes de hablar.
GUILLERMO DELLAMARY / Filósofo y psicólogo.
Los enconos sociales que actualmente estamos viviendo, donde la polaridad se incrementa en temas como las relaciones Iglesia-Estado, o derecha-izquierda, o PAN-PRI, o ingobernabilidad-autoritarismo, de nacionalismo petrolero-privatización.
El aroma de confrontación, de debate, de crítica recíproca, de descrédito, de agravio o insulto. Están a la orden del día.
El ambiente social se impregna del más grave desafío humano, no caer en la discordia y la violencia.
Pero ya estamos cerca, tal vez en la punta de la lengua pues, son muchos los que se desgarran las vestiduras por los donativos del gobernador a la construcción de un templo, o la injustificada toma de la tribuna para defender el petróleo de las garras de sus enemigos.
Antiguamente se acusaba de fanático al que se apasionaba con sus ideas y las consideraba justificación para violentar la ley o para atropellar los intereses de los demás. Hoy vemos perder la cabeza a muchos intelectuales y hombres pensantes, por defender las ideas que sostiene su líder, López Obrador, o insultar y burlarse del gobernador por proferir improperios.
El imperio de la razón y la moral deben seguir su hegemonía, pese a quien le pese. Criticar a los demás, faltarles al respeto, agraviar la dignidad de quien sea, peor aún cuando se han cometido errores, es igualmente tan bajo como aquello que se crítica.
He sido testigo de personas de gran valía científica y académica, hacer el ridículo al defender las posturas de López Obrador, de Calderón, de los partidos Revolucionario Institucional (PRI), Acción Nacional (PAN), o de sumarse a la ola de críticas por los donativos del Gobierno de Jalisco.
La sensatez, la prudencia, la mesura, la discreción, la indulgencia, la clemencia y la objetividad son algunas de las cualidades que debe vivir todo hombre reflexivo y pensante. Que necesita cuidar, con particular atención, para no desbarrancarse por defender su postura a costa de ofender a la lógica y a las buenas costumbres.
La verdad no se posee, se indaga, se conoce, se defiende con buenos y sólidos argumentos, pero no se utiliza para arrojarse a una escalada de violencia verbal que termina con la posibilidad de sentarnos a dialogar.
Si hemos de combatir el fanatismo, tenemos que cuidar que no se difunda, incluso principalmente por los mismos comunicadores, que deben aportar la frialdad de un humilde argumento y no la pasión desenfrenada de sus convicciones envilecidas. Que pueden rayar en la soberbia y la presunción banal.
Por ello cuidemos de conectar muy bien la lengua al cerebro antes de utilizarla.
Regla que todos debemos de aplicar con riguroso cuidado. Y por ello debemos siempre reflexionar antes de hablar.
GUILLERMO DELLAMARY / Filósofo y psicólogo.