Hace 210 años, ya en 1798, el economista inglés Thomas R. Malthus inició el tema de la inevitable crisis alimenticia que vendría para el mundo moderno, argumentando que su producción crecía más lentamente que la población humana y que sus necesidades de comer. Una evidencia se esperaría ver en el aumento generalizado de los precios de alimentos aunado a esparcidos brotes de hambruna recurrente. Si bien las enfermedades epidémicas, las guerras mundiales y la ingeniosa productividad tecnológica pospusieron por dos siglos al hechizo de Malthus, hoy por hoy se oyen ecos desde su ultratumba que suenan a un hipocondríaco enternecido ¿no que no?
La globalización de los mercados ha fomentado el más grande sistema de distribución y comercialización de todos los productos del mundo. Hasta se presume que debido a la confianza generalizada en la eficiente respuesta del mercado de oferta y demanda, nunca se habían tenido las reservas alimenticias tan bajas desde la posguerra mundial. ¿O fue descuido, como algunos advertían hace una década?
Como si el destino ineludible nos alcanzara, se ha calculado que en nuestra generación la población mundial humana ha pasado (por primera vez en la historia) a ser mayor el número de los habitantes que vivimos en las zonas urbanas que en las áreas rurales; por razones obvias.
Recientemente, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha presentado un informe sobre la “Evaluación de Ecosistemas del Milenio”, que recoge el trabajo de científicos dedicados a estudiar cómo la Humanidad ha ido acabando con los recursos naturales del planeta. El reporte plantea la urgencia de modificar el modelo de crecimiento poblacional, urbano e industrial, proponiendo que el futuro de la Humanidad está seriamente amenazado. No puede ser más pesimista: el problema central que plantea está alrededor de la cada vez más limitada capacidad de los ecosistemas de nuestro planeta para hacer frente a las necesidades y modos de vida de una población que crece desordenadamente.
El reporte de la ONU exige la aplicación inmediata de soluciones en la protección de los bosques, selvas, humedales y áreas costeras, la promoción de tecnologías ecológicamente sustentables y la reducción de los llamados “gases de efecto invernadero”, que contribuyen al calentamiento global alterando los ciclos climáticos; señalando que con el agotamiento paulatino de las tierras agrícolas, los recursos naturales y el medio ambiente, es posible que aumenten las enfermedades incurables y los efectos destructivos de la contaminación.
La noticia sobre la situación de los ecosistemas del mundo repite el tema malthusiano que llevó al “Club de Roma” en los años 70 a las mismas conclusiones; pero que consideraba tiempos de recuperación ecológica más amplios. Nuestro presidente de entonces dijo que México ya no debía preocuparse por hacer producir al campo, ya que nos salía más barato importar alimentos con el dinero del petróleo; tenía, seguramente, muchos petrodólares.
Hoy, la situación es considerada de emergencia: “O las naciones responden ante el peligro, o no habrá mucho futuro para la Humanidad, puesto que acabar con el medio ambiente se traducirá en tragedias de insospechadas consecuencias para todos”. Se dice que alguien realmente no aprecia lo que tiene hasta que lo pierde; y que las pérdidas abruptas son claramente identificadas cuando ocurren, no así cuando se pierde algo poco a poco (hasta que un buen día se cae en la cuenta, demasiado tarde). En el mundo de oferta y demanda, la primera noticia de escasez se da con el franco aumento de precios; o en la obstinación gubernamental por mantenerlos fijos.
NORBERTO ÁLVAREZ ROMO / Presidente de Ecometrópolis, A.C.
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