— Obama
Interesa, por supuesto, al margen del morbo, que Barack Obama sea el virtual candidato del Partido Demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos. La anécdota más obvia lo presenta como el primer candidato negro para ese cargo. Otra, no tan obvia, subraya que un político relativamente joven (46 años), con una carrera política breve y relativamente modesta (fue senador por Illinois apenas en 1997), hijo de un economista keniano educado en Harvard, autor de dos libros autobiográficos (“La Audacia de la Esperanza” y “Sueños de mi Padre”), hizo, al cabo de su campaña, una proeza: ganar la candidatura a la mujer más famosa —y la más arrogante, dicen— del mundo: Hillary Rodham Clinton. Nada menos...
—II—
Al margen de lo que suceda en la pulsada definitiva, el 4 de noviembre, con John McCain “en la esquina de los rudos” —por sus afinidades ideológicas con el actual presidente, George W. Bush—, interesa en México, desde luego, el desenlace de ese capítulo de la historia. Si la invasión a Iraq, derivada de los atentados del 11 de septiembre de 2001, fue el pretexto para postergar la reforma migratoria (en beneficio directo de los miles de emigrantes ilegales que han convertido al envío de remesas en la segunda fuente de ingresos para las familias mexicanas), el previsible próximo fin de esa guerra puede descongelar el tema de dicha reforma que obsesivamente planteó, desde su campaña electoral, el ex presidente Vicente Fox.
—III—
Lo más importante, sin embargo, es que el hecho mismo de que Barack Obama esté a un paso de la Presidencia del país más poderoso de la Tierra, y el respaldo de 35 millones de ciudadanos que requirió en las reñidas elecciones primarias, hizo un doble efecto. Por un lado, refrescar la democracia estadounidense, lesionada por los escándalos de la administración Clinton y por los inciertos resultados de la gestión Bush Jr. Por el otro, reforzar la esperanza del cambio, encarnado lo mismo en el primer presidente negro, si Obama gana las elecciones, que en la primera presidenta, si Hillary hubiera ganado primero la candidatura y luego los comicios.
(La pregunta obligada, hablando de cambios propiamente dichos, sería ésta: “¿Y aquí...?”).
Interesa, por supuesto, al margen del morbo, que Barack Obama sea el virtual candidato del Partido Demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos. La anécdota más obvia lo presenta como el primer candidato negro para ese cargo. Otra, no tan obvia, subraya que un político relativamente joven (46 años), con una carrera política breve y relativamente modesta (fue senador por Illinois apenas en 1997), hijo de un economista keniano educado en Harvard, autor de dos libros autobiográficos (“La Audacia de la Esperanza” y “Sueños de mi Padre”), hizo, al cabo de su campaña, una proeza: ganar la candidatura a la mujer más famosa —y la más arrogante, dicen— del mundo: Hillary Rodham Clinton. Nada menos...
—II—
Al margen de lo que suceda en la pulsada definitiva, el 4 de noviembre, con John McCain “en la esquina de los rudos” —por sus afinidades ideológicas con el actual presidente, George W. Bush—, interesa en México, desde luego, el desenlace de ese capítulo de la historia. Si la invasión a Iraq, derivada de los atentados del 11 de septiembre de 2001, fue el pretexto para postergar la reforma migratoria (en beneficio directo de los miles de emigrantes ilegales que han convertido al envío de remesas en la segunda fuente de ingresos para las familias mexicanas), el previsible próximo fin de esa guerra puede descongelar el tema de dicha reforma que obsesivamente planteó, desde su campaña electoral, el ex presidente Vicente Fox.
—III—
Lo más importante, sin embargo, es que el hecho mismo de que Barack Obama esté a un paso de la Presidencia del país más poderoso de la Tierra, y el respaldo de 35 millones de ciudadanos que requirió en las reñidas elecciones primarias, hizo un doble efecto. Por un lado, refrescar la democracia estadounidense, lesionada por los escándalos de la administración Clinton y por los inciertos resultados de la gestión Bush Jr. Por el otro, reforzar la esperanza del cambio, encarnado lo mismo en el primer presidente negro, si Obama gana las elecciones, que en la primera presidenta, si Hillary hubiera ganado primero la candidatura y luego los comicios.
(La pregunta obligada, hablando de cambios propiamente dichos, sería ésta: “¿Y aquí...?”).