Me digo que la Biblia, sobre todo el Antiguo Testamento, es un conjunto de historias, interesantísimo y original. El Espíritu Santo, nos enseñan, fue distando sus capítulos con arreglo a la calidad intelectual de quienes lo escuchaban, la cual mucho tenía de infantil y de verdad.
Me imagino al Señor concluyendo su gran obra, tenía las manos algo manchadas de barro, se las restregó, hizo una bolita, la echó al espacio y la llamó La Tierra. Así resulta ahora, como un desecho. ¡Quién sabe cómo estarán las demás bolitas, a pesar de lo que cuentan e imaginan los sabios astrónomos, planteando teorías y desdiciendo a las anteriores para ser arrinconadas a su vez el día de mañana!
Es interesante y necesario detenerse en el capítulo que anuncia a nuestros primeros padres que no coman del fruto prohibido. “Puedes comer de cualquier árbol que haya en el jardín, menos del árbol de la ciencia del bien y del mal, porque el día que comas de él, morirás sin remedio”: Génesis 2-16.
Y también debemos de traer aquí las palabras de la serpiente: “De ningún modo. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán los ojos a ustedes y serán como dioses...”: Génesis 3-4.
Como sabemos, nuestros primeros padres quisieron saber y después de quinchirrientos millones de años llegaron a la bomba atómica. Si no hubieran intentado conocer tantas cosas y plantearse tantas teorías ¡qué bien estaríamos! Ni ropa ni modas, la desnudez con limpieza.
El principio del Génesis es una primera teoría del comienzo del mundo. No habla de agujeros negros ni blancos, ni de estrellas lejanas y apagadas que aún nos envían su luz. ¿Cómo iba a explicarles a aquellos primitivos esas cosas? Si hoy se encuentra usted con seres civilizados que tampoco lo entienden. A ver, dígaselo al señor que vende mercancía en un crucero. ¡Qué preocupación le va a entrar cuando sume las monedas ganadas y lo que necesita para dar de comer a sus hijos! A este señor no le interesa ninguna teoría astronómica, tal vez ni siquiera la primera.
Lo que me parece muy interesante es que a pesar de su desobediencia y castigo, Adán y Eva pudieron apañarse muy bien, pero no lo hicieron y tardaron en saber hacer y conservar el fuego, y en sembrar y pasar de nómadas a sedentarios e ir creando modas con las pieles de los animales que cazaban.
Esta teoría creacionista tiene su rival en la teoría científica. Tal vez se complementen de alguna forma, porque si los sabios de hoy nos dicen y repiten que no había nada en la nada o que había un caos tremendo, podemos deducir que ambas teorías pusieron orden y leyes, aunque dentro de cada planeta habitable los seres pensantes hayan hecho su propio caos.
Y de este caos en el que nos introducimos con nuestra relativa sabiduría egoísta surgen las tremendas calamidades —incendios, inundaciones, terremotos, enfermedades...— que nos parecen castigos bíblicos.
GABRIEL PAZ / Escritora.
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