México
Visitan 5.5 millones a la Virgen Morena
El Gobierno capitalino reportó saldo blanco
CIUDAD DE MÉXICO.- Con el dolor del alma y del cuerpo, las rodillas que pagaron por un favor casi milagroso y la fe que muchos cuestionan, poco más de 5.5 millones de personas visitaron y cantaron a una de las vírgenes más veneradas en América Latina.
El jueves 11, el atrio de la Basílica fue para los peregrinos. Ayer, el mero día guadalupano, cientos de danzantes o concheros se adueñaron de cada metro para ofrecer sus pasos prehispánicos y sonoros a la Virgen Morena.
Las plumas de más de un metro que hacían a las cabezas como colas de pavorreal, se movían al ritmo de los cascabeles en pies y manos como sonajas.
Las máscaras de águila y jaguar hacían el juego perfecto con ropas de manta y terciopelo, chaquira y lentejuela. Cada brinco dejaba ver piernas musculosas, aún de más de 50 años, movidas al tum tum de los tambores de guerra que parecían competir por la atención de los oídos de la Virgen.
El sincretismo en su máxima expresión danzaba alrededor de un niño Dios moreno vestido de azteca y penacho.
Los bailes comenzaron muy temprano, aún cuando no se levantaban muchos de los peregrinos que se quedaron a dormir en cualquier rincón, enrollados en sus cobijas para defenderse de los tres grados bajo cero de la madrugada.
Conforme subía el sol, penetraba el hedor de muchos días sin un baño corporal. “Una promesa es una promesa”, justificaban algunos. El hambre de muchos era saciada y sin cobro, por mujeres que surtían a las filas para darles tortas y tacos: arroz, frijoles, nopales, pollo y tortillas. Para ese entonces, aquello era un manjar. Otros prefirieron ir por la noche a ver a su “patrona”.
El jueves 11, el atrio de la Basílica fue para los peregrinos. Ayer, el mero día guadalupano, cientos de danzantes o concheros se adueñaron de cada metro para ofrecer sus pasos prehispánicos y sonoros a la Virgen Morena.
Las plumas de más de un metro que hacían a las cabezas como colas de pavorreal, se movían al ritmo de los cascabeles en pies y manos como sonajas.
Las máscaras de águila y jaguar hacían el juego perfecto con ropas de manta y terciopelo, chaquira y lentejuela. Cada brinco dejaba ver piernas musculosas, aún de más de 50 años, movidas al tum tum de los tambores de guerra que parecían competir por la atención de los oídos de la Virgen.
El sincretismo en su máxima expresión danzaba alrededor de un niño Dios moreno vestido de azteca y penacho.
Los bailes comenzaron muy temprano, aún cuando no se levantaban muchos de los peregrinos que se quedaron a dormir en cualquier rincón, enrollados en sus cobijas para defenderse de los tres grados bajo cero de la madrugada.
Conforme subía el sol, penetraba el hedor de muchos días sin un baño corporal. “Una promesa es una promesa”, justificaban algunos. El hambre de muchos era saciada y sin cobro, por mujeres que surtían a las filas para darles tortas y tacos: arroz, frijoles, nopales, pollo y tortillas. Para ese entonces, aquello era un manjar. Otros prefirieron ir por la noche a ver a su “patrona”.