México
Simulación y disimulo
Mientras más se pronuncia la palabra honestidad, menos cree la gente
Mientras más se pronuncia la palabra honestidad, menos cree la gente. Está dañada la confianza y éste es el pasivo a rescatar por parte de los gobernantes.
Cualquier pronóstico electoral está infestado por la incredulidad de la población. Tal intangible es más grave de lo que parece, porque encubre insatisfacción y conduce a cualquier salida, incluyendo el ilícito.
Noticias y estadísticas plantean el imperativo insoslayable de volver a la tranquilidad precursora de respeto a vidas y haciendas en el campo o la ciudad, donde se ha perdido la seguridad. Los hechos dan fe del clima de inseguridad en todos los niveles. Todo tipo de aseveraciones y especulaciones abren el vacío de la sospecha respecto a las causas reales de tan funestas consecuencias.
El temor tiene embargada a la sociedad y su tejido está cada día más debilitado. Faltan garantías y el Estado de derecho es letra muerta. No hay lugar ajeno a los brotes de violencia y el número de víctimas crece exponencialmente, sin que la procuración de justicia alcance para esclarecer hechos y mucho menos contener ilícitos.
Miles de averiguaciones forman montañas de denuncias inútiles. El propio denunciante sabe que nada logrará, y enterados los delincuentes disfrutan la impunidad. Con celo digno de mejor causa se acallan irregularidades, que realmente abren espacios a la sospecha de complicidades, éstas por temor o beneficio particular a costa de la inseguridad.
Sólo para recordar algunos: hace más de 80 años se mató a un presidente electo, durante la década pasada explotaron las calles del Sector Reforma, mataron a un candidato presidencial y a un jerarca del catolicismo. Durante el presente decenio mueren 49 niños en una guardería y recién secuestran a un ex candidato presidencial y faltaría papel para seguir narrando.
Por lo mismo, si acontecimientos tan espectaculares no se aclaran y castigan a los auténticos culpables, ¿qué podemos los simples ciudadanos? Reconozcámoslo: nacimos y vivimos, desde hace mucho tiempo, en la tierra de la impunidad.
¿Por qué de otros países admiramos el orden y el respeto? La respuesta es simple: porque desde el momento en que ponemos nuestra planta en ellos se respira orden, pactado para producir prosperidad.
Aquí ahora, se fecunda la simulación y el disimulo. “Las leyes se hacen para violarlas”. Tal es principio y parece el fin de alejarnos día a día a la indignidad.
Considero que llegamos al tiempo para romper con tales inercias y encontrar a los ciudadanos verdaderamente honestos, que los hay, que forjen y rijan sin compromisos ni ambiciones inmediatistas el destino del país.
Dios nos guarde de la discordia.
Cualquier pronóstico electoral está infestado por la incredulidad de la población. Tal intangible es más grave de lo que parece, porque encubre insatisfacción y conduce a cualquier salida, incluyendo el ilícito.
Noticias y estadísticas plantean el imperativo insoslayable de volver a la tranquilidad precursora de respeto a vidas y haciendas en el campo o la ciudad, donde se ha perdido la seguridad. Los hechos dan fe del clima de inseguridad en todos los niveles. Todo tipo de aseveraciones y especulaciones abren el vacío de la sospecha respecto a las causas reales de tan funestas consecuencias.
El temor tiene embargada a la sociedad y su tejido está cada día más debilitado. Faltan garantías y el Estado de derecho es letra muerta. No hay lugar ajeno a los brotes de violencia y el número de víctimas crece exponencialmente, sin que la procuración de justicia alcance para esclarecer hechos y mucho menos contener ilícitos.
Miles de averiguaciones forman montañas de denuncias inútiles. El propio denunciante sabe que nada logrará, y enterados los delincuentes disfrutan la impunidad. Con celo digno de mejor causa se acallan irregularidades, que realmente abren espacios a la sospecha de complicidades, éstas por temor o beneficio particular a costa de la inseguridad.
Sólo para recordar algunos: hace más de 80 años se mató a un presidente electo, durante la década pasada explotaron las calles del Sector Reforma, mataron a un candidato presidencial y a un jerarca del catolicismo. Durante el presente decenio mueren 49 niños en una guardería y recién secuestran a un ex candidato presidencial y faltaría papel para seguir narrando.
Por lo mismo, si acontecimientos tan espectaculares no se aclaran y castigan a los auténticos culpables, ¿qué podemos los simples ciudadanos? Reconozcámoslo: nacimos y vivimos, desde hace mucho tiempo, en la tierra de la impunidad.
¿Por qué de otros países admiramos el orden y el respeto? La respuesta es simple: porque desde el momento en que ponemos nuestra planta en ellos se respira orden, pactado para producir prosperidad.
Aquí ahora, se fecunda la simulación y el disimulo. “Las leyes se hacen para violarlas”. Tal es principio y parece el fin de alejarnos día a día a la indignidad.
Considero que llegamos al tiempo para romper con tales inercias y encontrar a los ciudadanos verdaderamente honestos, que los hay, que forjen y rijan sin compromisos ni ambiciones inmediatistas el destino del país.
Dios nos guarde de la discordia.