México
El obispo coqueto
Estas dos semanas han sido para Onésimo Cepeda como una vacación en el desaparecido Purgatorio
Estas dos semanas han sido para Onésimo Cepeda como una vacación en el desaparecido Purgatorio. Entre sus desafortunadas declaraciones sobre la inexistencia del Estado laico —“no existe, es una aberración”, dijo, pues es como decir que “hay maíz laico”—, y una vieja demanda que lo vincula con la delincuencia organizada, el dicharachero y mal hablado obispo de Ecatepec, la diócesis más poblada del mundo en donde lo colocó el Papa Juan Pablo II, se encuentra metido en problemas, legales y de imagen pública.
El folclórico obispo tiene que rendir cuentas a la autoridad y declarar de dónde sacó 130 millones de dólares para prestárselos a una señora que murió en 2003. Pensar que si no se hubiera aprovechado de esa muerte —cuando menos es lo que piensan con certidumbre sus familiares— y quedado con una parte de un lote cuantioso de obras de arte que un socio de él —en la demanda— extrajo de la casa de la señora al morir, no se hubiera abierto esa ventana para indagar el origen de sus recursos.
Onésimo Cepeda es un tipo robusto que mide más de 1.85 metros, sobre cuyo pecho siempre porta un enorme medallón. Miembro de la élite eclesiástica que se codea con los ricos —como el arzobispo primado de México, Norberto Rivera, o el pederasta y polígamo Marciel Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo— Cepeda es, sin embargo, diferente a ellos. No nació pobre y creció humilde, como ellos, sino entre sábanas de satín.
El obispo de Ecatepec no tenía la vocación para el sacerdocio, que lo atrapó en su edad adulta. Durante casi la mitad de su vida (nació en la Ciudad de México en 1937), tuvo una vida laica y fue de los pioneros del crecimiento de la Bolsa Mexicana de Valores. Todos los días, como adulto joven, iba al piso de remates a pujar y vender acciones, y en ese espacio de operadores de bolsa conoció a futuros multimillonarios. Con uno trabajó y colaboró, Roberto Hernández, socio de Citigroup-Banamex, y con otro, Carlos Slim, hizo una relación tan estrecha, que fundaron Inversora Bursátil, hoy Inbursa, el banco que respalda a todo el Grupo Carso.
Cepeda no ha hecho público el porqué dejó esa vida para dedicarse al sacerdocio, aunque nunca abandonó del todo los placeres del millonario. Algo muy poco católico debe tener, porque tras la sotana pareciera esconderse un mujeriego reprimido y un acosador visual.
Hay mujeres que se quejan —otras se sienten halagadas— por los lances coquetos que tiene con ellas y las cosas que les llega a decir. “Si no fuera sacerdote, ¿te imaginas lo que podríamos hacer?”, le dijo en una ocasión a una de ellas. A diferencia de otros padres coscolinos, Cepeda no se ruboriza ni tiene pruritos morales aparentes para tener esos atrevimientos ni para quedárseles viendo fijamente al busto. De hecho, tampoco tiene freno para otras temeridades.
Pero Cepeda ha sido colocado contra la cuerda judicial, y a diferencia de muchas otras ocasiones, ni ha maldecido, ni ha dicho groserías, ni ha vomitado una de tantas frases célebres. Pero no nos hagamos ilusiones. Algo hará el obispo, que como bien se sabe, no está ni mudo, ni manco.
El folclórico obispo tiene que rendir cuentas a la autoridad y declarar de dónde sacó 130 millones de dólares para prestárselos a una señora que murió en 2003. Pensar que si no se hubiera aprovechado de esa muerte —cuando menos es lo que piensan con certidumbre sus familiares— y quedado con una parte de un lote cuantioso de obras de arte que un socio de él —en la demanda— extrajo de la casa de la señora al morir, no se hubiera abierto esa ventana para indagar el origen de sus recursos.
Onésimo Cepeda es un tipo robusto que mide más de 1.85 metros, sobre cuyo pecho siempre porta un enorme medallón. Miembro de la élite eclesiástica que se codea con los ricos —como el arzobispo primado de México, Norberto Rivera, o el pederasta y polígamo Marciel Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo— Cepeda es, sin embargo, diferente a ellos. No nació pobre y creció humilde, como ellos, sino entre sábanas de satín.
El obispo de Ecatepec no tenía la vocación para el sacerdocio, que lo atrapó en su edad adulta. Durante casi la mitad de su vida (nació en la Ciudad de México en 1937), tuvo una vida laica y fue de los pioneros del crecimiento de la Bolsa Mexicana de Valores. Todos los días, como adulto joven, iba al piso de remates a pujar y vender acciones, y en ese espacio de operadores de bolsa conoció a futuros multimillonarios. Con uno trabajó y colaboró, Roberto Hernández, socio de Citigroup-Banamex, y con otro, Carlos Slim, hizo una relación tan estrecha, que fundaron Inversora Bursátil, hoy Inbursa, el banco que respalda a todo el Grupo Carso.
Cepeda no ha hecho público el porqué dejó esa vida para dedicarse al sacerdocio, aunque nunca abandonó del todo los placeres del millonario. Algo muy poco católico debe tener, porque tras la sotana pareciera esconderse un mujeriego reprimido y un acosador visual.
Hay mujeres que se quejan —otras se sienten halagadas— por los lances coquetos que tiene con ellas y las cosas que les llega a decir. “Si no fuera sacerdote, ¿te imaginas lo que podríamos hacer?”, le dijo en una ocasión a una de ellas. A diferencia de otros padres coscolinos, Cepeda no se ruboriza ni tiene pruritos morales aparentes para tener esos atrevimientos ni para quedárseles viendo fijamente al busto. De hecho, tampoco tiene freno para otras temeridades.
Pero Cepeda ha sido colocado contra la cuerda judicial, y a diferencia de muchas otras ocasiones, ni ha maldecido, ni ha dicho groserías, ni ha vomitado una de tantas frases célebres. Pero no nos hagamos ilusiones. Algo hará el obispo, que como bien se sabe, no está ni mudo, ni manco.