México

De lecturas varias

Probablemente nunca antes había sido tan atinado el título de “sufridos” que suele darse a los lectores de la prensa

Probablemente nunca antes había sido tan atinado el título de “sufridos” que suele darse a los lectores de la prensa. Los medios de comunicación nos abofetean cada día con hechos espantosos. Pero bueno, hay manera de escapar de las noticias sin dejar de lado la truculencia, que seguramente alguna función de ejemplaridad o escarmiento tiene en la vida del espíritu. Porque no contentos con los horrores que nos receta la prensa cotidiana, y vaya que se ha superado en los últimos tiempos tanto en el ámbito nacional como en el foráneo, existimos además lectores que por gusto (un gusto un tanto dudoso, pero en fin) nos hemos empacado toda o en parte la trilogía Millenium, del sueco Stieg Larsson.

Además de lo violento de la trama, nos enteramos de cosas varias, como que los suecos comen fatal (al parecer puros sándwiches y café), que tienen una obsesión sumamente peculiar por los metros cuadrados que habitan y los modelos de mobiliario de Knoll y de Ikea, y que el estilo de Larsson, si lo tiene, es más bien pobretón (por lo menos lo que alcanza a reflejarse en español y en inglés), así que uno no se explica el exitazo de la trilogía. Salvo por el morbo y por una cierta agilidad narrativa que logra arrastrarnos, claro. Pero para thrillers de los últimos años, mejor Fred Vargas o Donna Leon o Camilleri: los comisarios Adamsberg, Brunetti y Montalbano, además de que también se ocupan de casos escalofriantes, tienen sentido del humor, suelen comer cosas ricas, viven en paisajes más agradables y no se preocupan por los metros cuadrados de las viviendas. En fin, no son suecos.

Pero ya en plan de los géneros del morbo y la sangre, no hay quien les gane a los clásicos-clásicos: si realmente nos gusta el chisme y encontrar los prototipos de los villanos actuales, no hay más que leerse Las vidas de los doce césares, de Suetonio. De Julio César a Domiciano, hay para todos los gustos. Y además de que no ahorra detalles de toda índole, el libro es ágil y tiene la ventaja de estar bien escrito, claro. De Suetonio sacó Robert Graves buena parte de su material para Yo, Claudio y Claudio el dios (Graves es autor de la estupenda traducción de Los doce césares al inglés publicada por Penguin), dos novelas que a su vez dieron pie a una de las mejores series de la BBC, I Claudius, que todavía se compara sin desmerecer con la reciente y muy exitosa Roma.

Las intrigas políticas, las venganzas y demás resultado de las bajas pasiones han sido siempre fuente de inspiración para los escritores. Y sin duda resulta mejor conocerlas en las obras de ficción que desayunarnos con ellas cortesía del periódico. La reciente puesta en escena en el foro del CEPE (UdeG) en Guadalajara de Tito Andrónico, la tragedia más sangrienta de Shakespeare, nos remite a la vez a la cotidiana nota roja y a la más alta dramaturgia. Por lo menos en obras así es posible alimentar la fascinación por los abismos del mal sin convertirnos de plano en “sufridos lectores”.

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