Ideas
Y para qué sirve ser panista
El PAN nunca ha sido el partido de mi devoción, pero siempre he reconocido, como periodista, como politóloga y como ciudadana, que es una institución partidista digna de respeto. Su ideología me causa un poco de escozor, pero su organización institucional merece mi admiración.
Desde que se formó, en 1939, el PAN funcionó como un partido de cuadros. Una especie de logia, un club, al que sólo se podía pertenecer si se demostraba conocimiento de sus principios y defensa acalorada de éstos. Todavía hasta hace un par de años, en la mayor parte de la república mexicana, la distinción entre adherentes y militantes era tan importante como entre un asistente de taller y un ingeniero mecánico. Los militantes, orgullosos de portar la credencial, tenían derechos que nadie podía arrebatarles, ni siquiera el presidente de la república emanado de su partido.
¿Recuerdan cuando Vicente Fox empujaba a Santiago Creel, mientras muchos panistas jaliscienses impulsaban a Felipe Calderón? Fox podía ser el presidente, pero el derecho de elegir gallo lo daba la credencial albiazul a cada uno de los militantes registrados.
Esa actitud de club cerrado con fuerte identificación entre la membresía generó un partido fuerte, pero desde el punto de vista de los más pragmáticos, lo alejó de los ciudadanos desinteresados en la política.
Ante ese preocupante escenario, el PAN optó por abrirse a los ciudadanos. En el DF, le dio la candidatura para jefa de Gobierno a Isabel Miranda de Wallace, quien dice a quien quiera escucharla que ella no trae la agenda del PAN. La élite albiazul, la de la clase política mal llamada nacional, se impuso a la militancia y borró de un plumazo las aspiraciones de los principales liderazgos. Es como si en hubiesen hecho a un lado a Alfonso Petersen, a Fernando Guzmán, a Héctor Cortés, por tener como candidato a… no sé, a alguna estrella de televisión local. No quiero quemar a nadie.
Bien, no pasó eso en Jalisco, pero en la misma lógica del acercamiento a los ciudadanos, la elección del candidato a gobernador se abrió a todos los ciudadanos. Ya no serán esas míticas asambleas a las que acudían los precandidatos con una especie de padrino que se aventaba un discurso a su favor, sino centros de votación impersonales.
Eso, dicen los pragmáticos, permitirá tener un candidato más competitivo, pero paradójicamente, le abre la puerta a la trampa. Porque a ver, una cosa es convencer en asamblea, negociar, ofrecer, amenazar a los iguales… y otra es diseñar un esquema en el que hay más boletas para los municipios afines a uno de los candidatos y muy pocas para aquellos en donde Héctor Cortés no tiene presencia. Así las cosas, ni se acercan realmente a los ciudadanos, ni conservan su espíritu de democracia interna, ni fortalecen a la militancia, ni presentan una opción honesta. Así, para qué sirve ser panista.