Una cosa es…
No sé si Usted, amable lector que mis letras sigue, ha leído las frases que reflejan el pensamiento filosófico de un personaje nacional, —tal vez imaginario— quien, con un sentido a veces chusco pero profundo a la vez, da expresión a formas de razonar que a simple vista pueden sonar ordinarias, pero que en esencia y fondo denotan visos de la idiosincrasia del pueblo que, de una forma o de otra, sabe darse a entender.
Reunidos ex compañeros universitarios saltó el tema sobre la corrupción en nuestro país…
Algunos con vehemencia señalaban la vergüenza que sentían de que a los mexicanos se les tenga como corruptos, ocupando nuestra nación el nada envidiable lugar entre los punteros en el concierto mundial de las naciones.
Otros recurrían a la analítica de orígenes, causas y consecuencias, sin despojarse —que a cualquier mexicano duele— de la pena que provoca el señalamiento emblemático a nuestra tierra del vergonzante asunto.
Bajo la sobada, resobada, resobadísima premisa de que “todo hombre tiene su precio…” se reducía a que la cuestión era pues, de cantidades, de números, cuando lo que hacía falta era determinar cuáles eran para “concretar…”
¿Cuántas veces se ha escuchado este razonamiento a fin de justificación frente a los rateros —sean de cuello blanco, corbata y casimir inglés, o ropa “casual” más conocida como “sport”...—? Empero…
Empero, para mi forma de ver las cosas y las experiencias que la vida me ha dado, puedo asegurar que no. Llana y simplemente que no. Que hay mexicanos que pueden ser mayoría, que también tan simple como llanamente no… No están a la venta.
Y no lo están, cuando prevalece en ellos la disposición determinante de ser cada uno y no la generalidad, rechazando con firmeza que se les catalogue a todos de la misma manera.
Lo que sin duda afirmo, es que otra situación muy diferente es la inquietud que nos provoca con todo lo que diariamente vemos y padecemos con lo que está pasando, deseando llegar a poder poner remedio, cuando lo gravemente preocupante es encontrar las causas y los motivos de la descomunal corrupción preponderante, a sabiendas que a estas alturas del partido está por demás claro que si la politización de las instituciones públicas se redujera, la corrupción se reduciría también.
Y señalo lo anterior porque la cosa no va sólo en los que pillan a mangas anchas llevándose lo que recaudan de muchos, sino… Sino también en los que, con su consentimiento y silencio, callan y solapan las fechorías y las rateadas.
No vale pues proferir a los cuatro vientos inconformidades y caer en el rasgado de vestiduras, para luego mirar hacia otro lado haciéndose de la vista gorda a los tiempos de identificar y hacer pagar a los ladrones.
Deduzco de esto que de la gente, del pueblo, de nosotros mismos depende el grado de corrupción que estamos dispuestos a tolerar… A soportar… A padecer. De ahí el compromiso individual que dará respuesta personal de cada uno para hacernos escuchar con valor, en la búsqueda implacable por terminar con el todo va… El todo vale.
Y… PENSÁNDOLO BIEN.
Y… PENSÁNDOLO BIEN, debo señalar en este México democráticamente joven que el enemigo mayor de la democracia es el soborno, toda vez que deteriora fuertemente la confianza en los representantes públicos y con ello, de paso, en el sistema mismo, dejando de redefinir como el filósofo de Güémez que: “Una cosa es una cosa y… Y otra cosa, es otra cosa…”.
¿Entendido…?