Ideas

Una calle, caso curioso, llamada Juan Manuel

Las calles de las ciudades, por lo general tienen nombres de  personajes ignotos y desconocidos para el “infelizaje” (Carlos Enrigue), y un poco nuboso para quienes queremos hacer de nuestras personas “un acervo de conocimientos inútiles” como alguien dijo.

¿Se acuerdan que los primeros tramos de la famosa calle de “Juan Manuel”, fueron cambiados por “Avenida México” que, termina en Avenida Chapultepec (antes Lafallete), en donde estaba “Novedades Bertha”; y que al monumento de la Madre Patria que está en el camellón central, le llamábamos “La Bertha”? Ah, pos’ de ahí en delante se le sigue llamando Juan Manuel hasta por allá por la Calzada Independencia y más allá.

Si, pero… ¿Y el nombre de Juan Manuel de donde viene?: les platicaré; no es aburridito y si es interesante; don Juan Manuel Caballero fue un hombre que habiendo tenido una enorme fortuna, se dedicó desinteresadamente a hacer el bien, tanto a los que lo rodeaban, como a las instituciones humanitarias que estimaba serían benéficas a la comunidad. Tanta era su magnanimidad y desprendimiento que se convirtió en una leyenda entre la gente con la que convivió y a la que favoreció con inusual desprendimiento.

Don Juan Manuel Caballero, siendo de buenas familias y de prosapia (¿?), vino desde su pueblo nativo de Santander a “hacer las américas” en nuestra Nueva España (todavía no se llamaba México) en los tiempos de la colonia. Por lo que le tocaron todos los conflictos de las guerras de Independencia y las broncas que ya de sobra conocemos.(No hay documentación sobre sus antecedentes, y dudo que siendo acomodado viniera a probar fortuna en nuestras tierras, pero…?)

Don Juan Manuel, estando socialmente muy acomodado entre las familias residentes en ¡La Nueva” (eso si nos consta), tuvo la suerte de encontrarse con Doña Juana María Fernández Barrena; hija de Don Ramón Fernández Barrena; quien entre sus haberes tenía a la enorme hacienda de San Clemente, por allá por los rumbos de Unión de Tula.

El buen matrimonio que formaron, transcurría normalmente según los usos de la época, no sin la tranquilidad de la herencia de don Ramón, quien al morir había cedido sus bienes a sus dos hijas: Juana María y María Manuela.

En eso estaban, cuando a María Manuela se le ocurrió que “para libertarse de los peligros del siglo y mejor servir a Dios… como quien muere al mundo para vivir en Cristo Señor Nuestro”, hizo sus votos de religiosa “de velo y coro” como Religiosa Agustina Recoleta de Santa Mónica, dejando todos sus bienes a su hermana Juana María, esposa de don Juan Manuel.

Siete años llevaban de feliz matrimonio cuando (en actas dice) “hallándome enferma de accidente” (?) y pasando “a mejor vida” el 21 de Octubre de 1811, cedió todos sus bienes a don Juan Manuel.

Don Juan Manuel, siendo un hombre de valía, al sentirse poseedor de tal fortuna, decidió nunca más volver a casarse, y empeñar su vida y haberes a obras filantrópicas y de ayuda humanitaria.

Se cuenta (avalado por historiadores y cronistas de la época) que don Juan Manuel -que vivía en una casona de la calle que hoy lleva su nombre, y frente al hermoso y ahora restaurado Templo de Santa Mónica- después de su acostumbrada merienda de las ocho de la noche, con su tradicional chocolate, bajaba a una pequeña habitación inmediata a la calle, abría las puertas de par en par; y en una oscura penumbra se sentaba con una bien surtida bolsa con monedas de oro y plata… a esperar en silencio.

En breve, una figura humana -que no podía distinguir su identidad- se acercaba a el para exponerle sus necesidades y problemas; a las que  don Juan Manuel -dicen que siempre en silencio- respondía siempre satisfactoriamente y hasta con generosidad la petición escuchada. Nunca, dicen, hubo petitoria que no fuera atendida, a sabiendas que desconocía quien fuera el demandante y no predisponerse de a quien se dirigía su dádiva.

Otras veces, dicen, que aquellas sombras se aparecían con el mismo sigilo a pagar su deuda, quedando todo aquello en la confidencialidad de la penumbra de la habitación con las puertas de par en par.

¿Desconcertante? A más no poder. ¿Generoso? Ni para que decirlo. ¿Qué vale la pena que una calle de nuestra ciudad lleve su nombre? ¡Claro que lo merece!

Don Juan Manuel Caballero murió en 1838 habiendo dejado todos sus bienes a instituciones de beneficencia.

Una historia -y caso curioso- para recordar y tomarse como ejemplo cada que transitemos por esa calle que rebosa de la filantropía de un hombre ejemplar llamado Juan Manuel.

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