Tepeyac
El mes que transitamos propicia la evocación y nos conduce a los orígenes del cine mexicano. El hecho de la producción Tepeyac data del año 1917 abordando el sentimiento hasta ahora robustecido por la devoción en torno a la Virgen, calificada hace tiempo: Emperatriz de América.
Films Colonial apadrina el nombre de la producción de cincuenta minutos en pantalla, bajo la dirección del inquieto José Manuel Ramos, complementado el guion de Carlos González; obviamente sin sonido que suplía la intervención en cuerdas, de un piano instalado en la misma sala de exhibición, ante nutrida concurrencia aficionada a la entonces novedosa técnica de exhibición en pantalla. Beatriz de Córdoba personifica a la Virgen de Guadalupe y el papel del aborigen Juan Diego corrió a cargo de Gabriel Montiel; todos embargados por la aventura de aquella expresión artística.
Bien vale mencionar el sentido dramático que reproduce el supuesto hundimiento del barco en que viajara el novio de una chica Guadalupe, quien busca refugio a su angustia en la solicitud de amparo de la Virgen del Tepeyac. La incursión en este tema tiene el mérito de hacerlo en un plano contrastante de los hechos revolucionarios, que mantenían el propósito de emplear el cine como herramienta de convencimiento y afirmación de conceptos de lucha armada de aquel tiempo.
Las comparaciones, producto de la revisión de la cinematografía mexicana, imprimen un sello de justo reconocimiento para productores, intérpretes y técnicos participantes envueltos en toda una aventura para aquellos días de inquieta inseguridad en un arte en proceso de maduración que hasta hoy significa desafío en diferentes circunstancias.
La exploración y explotación del tema motiva seria reflexión por cuanto se piensa del cine mexicano como envolvente de hechos que conforman creencia y acción del pueblo.
Dios nos guarde de la discordia.